martes, 23 de agosto de 2011

CUENTO SOÑADOR


BUSCANDO UN SUEÑO. César. Cuentos Infantiles

Una niña tenía mucho sueño. Estaba en el campo, donde había yerbas y florecitas silvestres. Tenía tanto sueño que se acostó en el suelo... pero no se pudo dormir, porque le picaban las piedritas.

Y se fue caminando hasta la orilla de un rio, donde había arena suave y blanda. Como tenía mucho sueño, se acostó a dormir, pero no pudo dormir porque le picaron las hormigas.

Quiso mojarse la cara para quedarse despierta. El agua estaba tan sabrosa que se metió a nadar...y flotando boca arriba, en su cama de agua, le dio tanto sueño que se quiso dormir… pero no pudo porque los pececitos le hicieron cosquillas. El baño le había dado más sueño, así que se fue buscando un lugar donde dormir.

Entre dos árboles, encontró una cuevita oscura… ¡Qué linda oscuridad para descansar los ojos cargados de sueño! Se dijo a sí misma. Se acomodó en la cuevita oscura y cerró sus ojos para dormir. Pero no pudo, porque un osito le hizo cosquillas con su nariz.

Se levantó la niña y llegó hasta su casa. Allí su mamá la llevó a la camita, la tapó con su cobija y le contó este cuento para dormir.

Y Colorín Colorado




domingo, 21 de agosto de 2011

CUENTO TONTO


LA BRUJITA QUE NO PUDO SACAR EL CARNET. Angela Figuera Aymerich

Era una brujita tan boba, tan boba, que no conseguía manejar la escoba. Todos le decían: -Tienes que aprender o no podrás nunca sacar el carnet.

Ahora, bien lo sabes, ya no hay quien circule, por tierra o por aire, sin un requisito tan indispensable. Si tú no lo tienes, no podrás volar! pues ¡menudas multas ibas a pagar! ¡Ea! no es difícil. Todo es practicar: Bueno... dijo ella con resignación. Agarró la escoba se salió al balcón, miró a todos lados y arrancó el motor...

Pero era tan boba, que, sin ton ni son, de puro asustada, dio un acelerón y salió lanzada contra un paredón. Como no quería darse un coscorrón, frenó de repente... y cayó en picado dentro de una fuente: se dio un remojón, se hirió una rodilla, sus largas narices se hicieron papilla y, como la escoba salió hecha puré, pues, la pobrecilla, además de chata se quedó de a pie.

Ya no intentó nunca sacar el carnet. Se quitó de bruja y se puso a hacer labores de aguja.

Y Colorín Colorado




lunes, 15 de agosto de 2011

CUENTO INVENTOR


LA ISLA DE LOS INVENTOS. Pedro Pablo Sacristán

La primera vez que Luca oyó hablar de la Isla de los Inventos era todavía muy pequeño, pero las maravillas que oyó le sonaron tan increíbles que quedaron marcadas para siempre en su memoria. Así que desde que era un chaval, no dejó de buscar e investigar cualquier pista que pudiera llevarle a aquel fantástico lugar.

Leyó cientos de libros de aventuras, de historia, de física y química e incluso música, y tomando un poco de aquí y de allá llegó a tener una idea bastante clara de la Isla de los Inventos: era un lugar secreto en que se reunían los grandes sabios del mundo para aprender e inventar juntos, y su acceso estaba totalmente restringido. Para poder pertenecer a aquel selecto club, era necesario haber realizado algún gran invento para la humanidad, y sólo entonces se podía recibir una invitación única y especial con instrucciones para llegar a la isla.

Luca pasó sus años de juventud estudiando e inventando por igual. Cada nueva idea la convertía en un invento, y si algo no lo comprendía, buscaba quien le ayudara a comprenderlo. Pronto conoció otros jóvenes, brillantes inventores también, a los que contó los secretos y maravillas de la Isla de los Inventos. También ellos soñaban con recibir "la carta", como ellos llamaban a la invitación. Con el paso del tiempo, la decepción por no recibirla dio paso a una colaboración y ayuda todavía mayores, y sus interesantes inventos individuales pasaron a convertirse en increíbles máquinas y aparatos pensados entre todos. Reunidos en casa de Luca, que acabó por convertirse en un gran almacén de aparatos y máquinas, sus invenciones empezaron a ser conocidas por todo el mundo, alcanzando a mejorar todos los ámbitos de la vida; pero ni siquiera así recibieron la invitación para unirse al club.

No se desanimaron. Siguieron aprendiendo e inventando cada día, y para conseguir más y mejores ideas, acudían a los jóvenes de más talento, ampliando el grupo cada vez mayor de aspirantes a ingresar en la isla. Un día, mucho tiempo después, Luca, ya anciano, hablaba con un joven brillantísimo a quien había escrito para tratar de que se uniera a ellos. Le contó el gran secreto de la Isla de los Inventos, y de cómo estaba seguro de que algún día recibirían la carta. Pero entonces el joven inventor le interrumpió sorprendido:
- ¿cómo? ¿pero no es ésta la verdadera Isla de los Inventos? ¿no es su carta la auténtica invitación?

Y anciano como era, Luca miró a su alrededor para darse cuenta de que su sueño se había hecho realidad en su propia casa, y de que no existía más ni mejor Isla de los Inventos que la que él mismo había creado con sus amigos. Y se sintió feliz al darse cuenta de que siempre había estado en la isla, y de que su vida de inventos y estudio había sido verdaderamente feliz.

Y Colorín Colorado…




domingo, 7 de agosto de 2011

CUENTO AZUCARADO


LA LUNA DE AZUCAR. Inés Plana Giné. © 2005. Todos los derechos reservados.

Había una vez un niño llamado Álex que creía que la Luna era blanca porque estaba cubierta de azúcar. Y a él le gustaban tanto los dulces que soñaba cada noche con viajar a saltitos, de estrella en estrella, hasta llegar hasta allí... ¡y comer azúcar hasta hartarse!

Seguro que los que viven allá arriba –imaginaba– comen azúcar todo el día. Por eso a veces la Luna tiene forma de media sandía, porque sus habitantes no paran de mordisquearla. ¡Debe de estar tan rica!

Un día, Álex se decidió por fin a vivir su gran aventura. Cogió una potente linterna de su padre y esperó a que anocheciera. Cuando toda su familia dormía, se levantó de la cama sin hacer ruido y fue hacia la ventana. La abrió de par en par, encendió la linterna y comenzó a hacer señales de luz a la Luna. ¡Eh! ¡Eh! ¡Si los de la Luna me veis, hacedme una señal! –exclamaba mientras encendía y apagaba la linterna. Y así estuvo un buen rato. Por más que lo intentaba, nadie le contestaba. Decepcionado, apagó la linterna. “¡Pues sí que son antipáticos!”, se quejó mientras, frustrado, volvía a su cama.

Pero antes de dejarse vencer por el sueño, Álex no pudo resistirse a mirarla otra vez a través de la ventana. Estaba tan redonda, tan blanca, tan brillante, tan azucarada... Pero, ¿qué estaba pasando? Desde la Luna, alguien le devolvía el saludo con una luz que también se encendía y se apagaba. Saltó enseguida de la cama y fue hacia la ventana con su linterna. ¡Eh! ¡Hola! ¡Soy Álex! ¡Invitadme a la Luna unos días!

La luz intermitente que llegaba desde allí se hacía cada vez más grande. Incluso tuvo que cerrar los ojos para que aquel enorme resplandor que inundaba su habitación no le dejara ciego. Cuando notó que la luz ya no era tan intensa, abrió tímidamente los ojos y comprobó con asombro que estaba en un lugar que no conocía. Llevaba puesto su pijama, eso sí, pero se encontró sentando encima de una inmensa bola blanca. Miró hacia arriba y era de noche. Había tantas estrellas que apenas quedaban lugares oscuros entre unas y otras. ¿Será esto la Luna? –estaba algo asustado. Y enseguida se decidió a comprobarlo. Pasó su dedo por el polvillo blanco que cubría el suelo y luego se lo acercó a la lengua. ¡Es azúcar! ¡Es azúcar! ¡Estoy en la Luna!

Cuando se disponía a repetir del dulce manjar, apareció ante él una niña rubia que tenía dos estrellas doradas en vez de ojos. Sonriendo, le dijo: Tranquilo, que no se va a acabar ¿Quién eres tú? –Preguntó Álex–. ¿Vives aquí, en la Luna? Sí, me llamo Z44-A, aunque me suelen llamar sólo “Zeta”. Yo soy Álex y soy de la Tierra. ¿Viste mis señales? Sí, claro. ¿No sabes que desde la Luna lo vemos todo? Oye, Zeta, ¿puedo comer más azúcar? Toda la que quieras. Tenemos mucha.

Entonces Álex se abalanzó sobre el blanco –¡y dulce!– suelo y comenzó a llenarse las manos de azúcar para llevárselo a la boca. Zeta le miraba sonriendo. Por más que como, nunca se acaba. ¡Ja, ja! ¡Qué gozada! Y así siguió horas y horas hasta que, como pasa siempre, se hartó. Zeta, ahora me gustaría tomar una buena taza de chocolate caliente. ¿Chocolate? Aquí desayunamos azúcar, comemos azúcar y cenamos azúcar. Nos basta con eso. ¿Y no tenéis polos de limón, o de fresa, o caramelos o chuches o pasteles? ¡Qué tontería! ¿Y qué haríamos con todas esas cosas si sólo nos gusta el azúcar? ¡Pues vaya aburrimiento! Si por lo menos me la pudiera comer toda, pero es que aquí nunca se acaba, por más que coma. Y eso cansa a cualquiera. Claro, como tú no eres de la Luna... ¡Exactamente! Será mejor que me devuelvas a la Tierra.

Tendrás que esperar a que otro niño nos haga señales con su linterna. Entonces tú te irás y él vendrá a probar nuestro azúcar –sentenció Zeta sin inmutarse. ¿Y cuándo pasará eso? Nunca se sabe. Pueden pasar días, meses, años o siglos. Al oír la palabra “siglos”, Álex se llevó las manos a la cabeza y se puso a llorar desconsoladamente. ¡En qué lío me he metido! ¡Cuando vuelva a la Tierra seré ya un abuelo! –se quejaba con el rostro lleno de lágrimas. No te preocupes, que a lo mejor hay ahora mismo algún niño que quiere viajar a la Luna. Toma esta linterna e intenta llamarle. Álex, limpiándose las lágrimas y los mocos, cogió la linterna, la encendió y se encaramó en lo alto de la Luna.

¡Eh! ¡Eh! ¡Te invito a la Luna, niño o niña de la Tierra! ¡Venid, por favor! Nadie contestaba, y Álex estaba cada vez más desesperado. De repente, vio que desde la Tierra surgía una lucecita intermitente. ¡Mira, Zeta! Ya ha picado alguien. ¡Guay! ¡No sabe la que le espera! Has tenido mucha suerte, Álex. El que se cambió por ti llevaba aquí dos meses. Así que ya puedo irme, ¿no? Sí. Me ha alegrado mucho conocerte. Hasta la vista, Álex.

Y entonces Zeta le empujó suavemente y el niño comenzó a deslizarse a gran velocidad por la superficie redonda de la Luna. ¡Ay, qué vértigo! ¡Me voy a caer a la Tierra y no llevo paracaídas! En pocos minutos, Álex había abandonado la Luna y descendía a gran velocidad a través de las brillantes estrellas. Menos mal que su pijama se enganchó en una de ellas y pudo al fin detener su vertiginoso descenso. Pero la ropa comenzó a ceder poco a poco... hasta que se rompió. Y Álex siguió cayendo y cayendo y se dio de bruces con el planeta Tierra. Cuando abrió los ojos se encontró en la cocina de su casa... ¡encima de un montón de azúcar! Su madre le estaba zarandeando.

¡Álex! ¡Despierta! Otra vez has llegado sonámbulo a la cocina, pero hoy te has pasado: ¡te has comido casi un kilo de azúcar! Seguro que mañana estarás enfermo. Vamos, a la cama. Mamá, te prometo que nunca más iré a la Luna y jamás volveré a probar el azúcar. Si no llego a tener suerte, llego convertido en un abuelo. ¡Te lo juro!

Este niño no tiene remedio –murmuraba su madre mientras le rodeaba con un brazo y le conducía a su habitación. ¿Sabes, mamá? Odio la Luna. Pero la odio de verdad. Sí, claro, hijo –contestó su madre sonriendo y muerta de sueño.

Y Colorín Colorado




miércoles, 3 de agosto de 2011

CUENTO SIRENAL


TOÑO Y LA SIRENA. Mercedes Huertas Giol. España

A Toño le regalaron una red para que pescara a la orilla de la playa. Muy ilusionado se fue el domingo a probarla y empezó a echarla, pero sólo sacaba del mar algas y algún pequeño pez, que devolvía al mar para que pudiera crecer.

Después de varias horas cogió algo que brillaba en la red, y con cuidado lo sacó para ver lo que era. Con gran sorpresa vio una orquídea de sal cristalizada, y enseguida quiso regalársela a su madre para darle una gran alegría.

Pensando en lo que había encontrado, se sentó a descansar en una piedra que salía del mar. De pronto oyó una voz a sus espaldas, y al volverse vio la sonrisa de una hermosa niña que le dijo: - Veo que has encontrado mi flor de cristal. La había perdido y estaba disgustada, ya que todas las sirenas tenemos una que nos regaló nuestro Rey, Neptuno.

Entonces Toño se dio cuenta de que era una sirena, y le dijo: Yo quería regalársela a mi madre… La sirena le contestó: Yo puedo traerte del fondo del mar un buen regalo para tu madre si me das mi orquídea.

Toño se la dio sin pensarlo dos veces y la sirena, con una gran sonrisa, la cogió y nadó hacia el fondo del mar. El niño pensó, "igual ya no vuelve pero, claro, si la flor es de ella no podré quitársela". Terminaba de pensar en esto cuando salió la sirena sosteniendo una gran ostra, ¡era una ostra! La sirena le dijo: Cuando tu madre la abra, verás como le gustará. Quizá sería bueno que la sirena se sumergiera y entonces Toño abriría la ostra y encontraría la perla.

Se dieron las gracias mutuamente. La sirena se sumergió en el mar y Toño se fue, imaginando la cara que pondría su madre cuando le contara su aventura y, mejor aún, la que pondría al recibir la sorpresa tan bonita que le iba a dar. ¡Estaba feliz!

Y Colorín Colorado



lunes, 1 de agosto de 2011

CUENTO MARINO


LA CASA DE LOS DELFINES. Niña escritora de cuentos infantiles de México.

Erika tenía un sueño: atrapar un delfín. Todos los días veía en una revista las fotos de los delfines y deseaba tener uno. Ella pensaba que cuando atrapara un delfín, él nadaría con ella en el agua, que jugarían con la pelota, y que podría hablar con él y tenerlo sólo para ella. Un día fue a un parque acuático y ahí vio que todos los niños se divertían con los delfines, por eso ella quería ir al mar y atrapar uno.

Un día, fueron a visitar a su familia que vivía en Acapulco. Erika le preguntó a su papá que dónde estaban los delfines, pero su papá le explicó que estaban muy adentro del mar y un poco lejos de la playa. Ella insistió en que quería verlos y su papá le dijo que sí, que iba a decirle a su mamá.

Salieron en un bote muy grande y al fin Erika pudo ver cómo saltaban en el mar y también vio cómo ellos eran muy felices ahí. Algunos de ellos se acercaron al bote y ella pudo estar cerca de ellos y platicar con ellos. No sé qué platicaron, ni qué le dijeron los delfines, pero Erika regresó feliz de su paseo y comprendió que ella podía ser amiga de los delfines y que ellos tenían que ser libres y vivir en el mar, porque ahí estaba su casa.

Y Colorín Colorado