martes, 27 de agosto de 2013

CUENTO ANFIBIO

LA RANITA QUE QUERÍA ENAMORARSE. Liana Castello, escritora argentina. Cuentos en rima.


Una ranita muy bella quería enamorarse
Pero el amor no llegaba, comenzaba a preocuparse.
Los días pasaban lentos, no era como en los  cuentos.

El príncipe no llegaba, y la ranita esperaba.

La mamá muy preocupada a su hijita preguntaba:

“Siendo rana como eres ¿Por qué un príncipe quieres?”

“Para ser los dos felices Y comer muchas perdices”


Hasta que un día por fin, lo conoció en el jardín.

¡Hermosa equivocación cometió su corazón!

¡No era un príncipe encantado!
Sólo un sapo enamorado.

Pera ya nada importaba porque estaba enamorada.

Aprendió que el corazón poco sabe de razón

Príncipe, sapo o perdiz lo importante es ser feliz.


Y  Colorín  Colorado

domingo, 18 de agosto de 2013

ILUSIONES Y GLOBOS. Liana Castello, escritora argentina. Cuentos espirituales. Cuentos para reflexionar.


El hada pequeña se sentó en el césped e intentó acomodar su hermoso par de alitas en el tronco del árbol.

Tenía mucho que pensar porque había decido pensar sobre sus ilusiones, y sus ilusiones eran muchas y muy diferentes. Pensó entonces, mientras ya había encontrado una posición cómoda, en todo aquello que soñaba ser y hacer, en todas aquellas grandes y pequeñas cosas que le provocaban ilusión. ¡Eran tantas! ¿Estaría mal eso? ¿Sería acaso un error hacerse ilusiones por tantas cosas diferentes?

La pequeña no lo sabía… o sí…, pero no estaba segura de que eso fuera lo correcto. Siempre había pensado que la capacidad para ilusionarse era un don, una especie de regalo con el cual algunos nacen y otros no. Ella había nacido con ese don, porque si algo tenía, era justamente eso: ilusiones.Sin embargo, cuando sus sueños no se concretaban o su esfuerzo por lograrlos parecía no importar mucho o no existir siquiera, el hadita pensaba que ese don era una especie de peso con el que cargaban sus alas. Sentada bajo la sombra del árbol, comenzó a repasar sus pequeñas y grandes ilusiones:


- Un día de sol (esa era sencilla porque día más, día menos, el sol siempre sale). - Ser la mejor hada sobre la Tierra (difícil, por cierto ¿Con qué varita se mide quién es mejor que otro?). - No bajar jamás los brazos –las alitas tampoco– sean cuales fueren las adversidades (más difícil aún. Hasta las pequeñas hadas, de vez en cuando, se cansan de luchar).

- Sonreír siempre y que su sonrisa fuese una guía y un consuelo para otros (poco real, sin dudas, no siempre hay motivos para sonreír). - Ser feliz (nada original… e ¿imposible también?). La lista seguía y seguía.

El hadita decidió que debía hacer una seria revisión de sus ilusiones porque sentía que cada día, un poquito más, aquellas que no se cumplían le provocaban más tristeza. –¿Estaré más vieja? –se preguntó y al instante se dio cuenta de que la pregunta era tonta. No sólo porque las hadas no envejecen, sino porque ser viejo no debería tener que ver con la tristeza. Movió su cabecita de un lado al otro como para sacudir esas ideas poco felices y desparramó polvo de haditas en el verde césped. Y como por arte de magia, o mejor dicho, como por magia de hadita, cada pequeña partícula de polvo esparcida se convirtió en un globo.

De pronto, muchos globos, tantos como las ilusiones que la pequeña tenía, rodearon al hadita. –¿Y esto? –se preguntó sorprendida. ¿Qué querrá decir? Sin dudas los globos algo tenían que ver con sus pensamientos   o, mejor aún, con sus ilusiones. Comenzó entonces a inflar todos y cada uno de los coloridos globos. Sin darse cuenta, con cada uno sucedía algo similar a lo que sucedía con sus sueños o aspiraciones. Algunos quedaban pequeños y flojos, otros explotaban; unos estaban tirantes, otros rebosantes.


Unos se escapaban de sus manos, otros eran pinchados por los picos de pájaros entrometidos. Algunos se desinflaban y otros se mantenían firmes y plenos. Había globos que subían bien alto, pero antes de perderse en el cielo, bajaban sin remedio y quedaban en el césped como dormidos. A otros les costaba subir y lo hacían muy despacito, pero llegaban bien alto y allí quedaban. Era evidente que los globos se parecían mucho a las ilusiones y viendo lo que ocurría con cada uno, se dio cuenta de algo.

Cada vez que tomaba un globo en sus manos, cada vez que le daba todo el aire posible, ponía el mismo amor, se tratase de un globo rosa, verde o amarillo. A cada uno le ponía toda su fuerza, todas sus ganas, todo lo que era y sentía, pero no siempre el resultado era el mismo.

El destino que cada globo tenia no sólo dependía del aire que le hubiese insuflado dentro. La altura que alcanzasen, el tiempo que estuviesen en el cielo dependían también de las corrientes de aire, de los obstáculos que los globos encontrasen en su camino, de las inclemencias del tiempo, entre otras tantas cosas. Se preguntó entonces si valía la pena colocar tanto de sí en cada ilusión, teniendo en cuenta que el poder concretarlas no dependía sólo de ella. Por un momento se turbó y no supo cuál era la respuesta a esa pregunta.

Se miró y miró a su alrededor y se vio llena de colores, llena de sueños y de posibilidades. Se imaginó sin globos, sin ilusiones que cumplir y no le gustó esa imagen. ¿No sería muy mezquino de su parte ilusionarse sólo con las cosas posibles de alcanzar? Sin dudas lo sería, como sería inútil también porque nadie sabe a ciencia cierta qué sueño se hará realidad. Se puso de pie y recogió los globos que aún quedaban en el césped. Volvió a mover la cabeza de un lado hacia el otro. Esta vez, el polvo de hadas quedó adherido a su cuerpo y a sus alitas.

No podía ni quería desprenderse del mágico polvillo, brillante y luminoso. Como tampoco podía ni quería desprenderse de sus sueños. Era quien era también por esos sueños. Descubrió que cada una de sus ilusiones, cumplida o no, pequeña o grande, importante o nimia, eran parte de su ser. Y jamás volvió a sentir que ese don era una carga. Aun cuando las cosas no salieran como lo esperaba, aun cuando sus sueños no se concretasen, sabía que ilusionarse es siempre un regalo.

Y paradójicamente, aunque sus alas estaban llenas del polvillo mágico brillante y luminoso, nunca, jamás las sintió tan livianas.



Y  Colorín  Colorado 

domingo, 11 de agosto de 2013

Cuento Ensoñador

EL ARCO IRIS Y MARINA. María Teresa Di Dio, escritora argentina.


Marina mira televisión, están pasando unos dibujos animados que le gusta mirar.

De pronto, se acerca a la ventana, un arco iris ha llegado muy cerca, como invitándola a subir. Sale deprisa ¡no tiene escalera! pero le resulta fácil trepar.
Cuando llega arriba, salta de nube en nube, son tan blanditas que parecen de algodón. Se encuentra con unas ovejas, que saltito a saltito van contando uno, dos, tres, uno, dos, tres, uno, dos, tres. Llega a donde están unos niños, jugando con un fuentón haciendo pompas de jabón ¡hagamos espuma!

Detrás de una nube, aparece una estrella y la saluda a ella, la luna se ríe porque las burbujas le hacen cosquillas. Marina y los amigos corren, saltan y se cansan. De pronto, pisa el jabón y da un resbalón, comienza a descender cada vez con mayor rapidez, los techos de las casas están ya más cerca. “Me voy a lastimar si no puedo frenar…”

Pero despierta, se ha dormido mirando los dibujos…Qué pena, tantos amigos nuevos y era solamente un sueño…

Y  Colorín  Colorado… 

domingo, 4 de agosto de 2013

EL  HIJO  DEL  SOL.  Tomado  de  la  red.


Una vieja leyenda cuenta la historia de un hombre y una mujer que vivían en una islita al oeste del Canadá. Se encontraban muy solos, pues no tenían hijos y en la isla no vivía nadie más.

Una tarde que el cielo adquirió un color semejante al de las plumas de la gaviota, la joven esposa se sentó a la orilla del mar y miró hacia el horizonte. "Si tuviéramos hijos, podrían jugar conmigo en la arena y no me sentiría tan sola", pensó.

Ocurrió que un Martín pescador, con sus pequeñuelos, zambullía su pico en el río que desembocaba en aquel lugar. -¡Oh, Martín pescador! -exclamó la joven-, desearía tener hijos como tú. Con gran asombro oyó que el Martín pescador le respondía. -¡Mira las caracolas! ¡Mira en el interior de las caracolas! A la tarde siguiente su marido salió a pescar y la joven volvió a sentarse en la playa, fijó su mirada en el mar y vio que una gaviota se mecía sobre las olas junto a sus pequeños. -¡Oh, gaviota! -susurró la joven-, quisiera tener hijos como tú. La gaviota le respondió: -¡Mira las caracolas! ¡Mira en el interior de las caracolas!
De repente, oyó un llanto tras sí. Provenía de una gran caracola depositada en la arena. La mujer la recogió, miró en su interior y allí vio a un niño muy pequeño que lloraba desconsoladamente.

Llevó al bebé a su casa y lo cuidó hasta que se convirtió en un muchachito fuerte y sano. Un día, el niño dijo a la joven: -Necesito un arco hecho con el brazalete de cobre que llevas en el brazo. La mujer sonrió y, para complacerle, le hizo un pequeño arco y dos flechas. Al día siguiente, el niño salió a cazar con sus flechas y su arco. Y así continuaría haciendo todos los días. Cazaba gansos, patos y toda clase de aves de mar.

Al crecer, el rostro del muchacho fue adquiriendo un tono dorado, más brillante aún que el resplandor de su pequeño arco. Y cuando se sentaba en la playa, mirando hacia el mar, todo se serenaba y unas extrañas luces resplandecían en la superficie del agua.

Un día, una gran tormenta se abatió sobre el mar y el agua estaba tan agitada que el pescador no pudo salir con su barca. La tormenta duró varios días y se quedaron sin pescado para comer.  Entonces el niño dijo: -Aventúrate en el mar y déjame ir en la barca contigo, padre; quiero conquistar el Espíritu de la tormenta.
El hombre no quería embarcar con el mar tan agitado, pero el muchacho insistió tanto que al final aceptó. Juntos se enfrentaron a la fuerte marejada. No tuvieron que remar mucho para encontrar al Espíritu de la tormenta que soplaba desde el suroeste, allí donde habitan los grandes vientos.

El Espíritu de la tormenta soplaba y soplaba como un monstruo salvaje y zarandeaba la pequeña embarcación de un lado para otro. Pero su furia huracanada no lograba hacerla volcar. El niño la dirigía en medio de las olas y pronto a su alrededor el mar se calmó. Entonces el Espíritu de la tormenta llamó a su amiga la Niebla marina, para que bajara a esconder el agua; sabía que si la niebla se extendía, el hombre y el niño estarían perdidos.

Cuando el hombre vio que la niebla se adueñaba del mar se quedó aterrado; era su enemiga más temida. Pero el niño dijo: -No te asustes. La niebla no te hará daño mientras yo esté contigo. Y así fue, porque cuando vio al niño sonriente, sentado en la proa de la barquita, desapareció tan pronto como había venido. Convencido de su impotencia, el Espíritu de la tormenta se marchó enfadado, y el mar recobró su calma. Mientras volvían a casa, el niño enseñó a su padre una canción mágica, y la cantaron a los peces. Estos, al oírla, nadaron hacia las redes. En unos momentos llenaron la barca de pescado.

-Dime cuál es el secreto de tu poder -dijo el padre. -Aún no puedo decírtelo -contestó el niño. Al día siguiente, el muchacho salió con su arco y sus flechas de cobre y cazó muchos pájaros. Cuando llegó a casa, los desplumó y los puso a secar. Luego se vistió con las plumas de un avefría, se elevó en el aire y voló por encima del mar. El océano tenía un color grisáceo, semejante al de sus alas.
Después de volar en torno a la isla, se quitó las plumas de avefría, se vistió con las plumas azules, que seleccionó de algunos arrendajos, y de nuevo se elevó por los aires. Debajo de él, el mar se volvió inmediatamente del mismo azul que sus alas. Al terminar su segundo viaje alrededor de la isla, se vistió con las plumas de los petirrojos, de un bello color oro rojizo. Mientras volaba muy alto sobre el mar, las olas reflejaban el color del fuego. Brillantes resplandores de luz aparecían sobre el océano y el cielo al oeste se teñía de un rojo dorado.


Cuando volvió a la playa, el muchacho dijo a su madre: -Soy el hijo del Sol. Ahora debo irme y abandonar esta isla para siempre. Pero me apareceré a menudo ante vosotros, al oeste del cielo cuando el sol cae sobre el horizonte. Cuando el cielo y el mar del atardecer tengan el color dorado de mi rostro, sabréis que al día siguiente el tiempo será bueno y no habrá viento ni tormenta. Y aunque ahora tenga que dejarte, te voy a otorgar un poder. Lleva puesto este .. vestido mágico y si me necesitas para algo, me lo haces saber con sólo mandarme pequeñas señales blancas que podré ver desde mi casa del oeste.

El muchacho dio el vestido mágico a su madre y voló hacia el oeste, dejando al pescador y a su mujer muy entristecidos. Desde aquel día, cuando la mujer se sienta en la arena y afloja su vestido mágico, el viento se pone a soplar y el mar se agita. Cuanto más lo afloja, más crece la tormenta. Pero en otoño, cuando la niebla se extiende por el mar y el cielo se cubre de nubes, ella recuerda la promesa del niño. Arranca las finas plumitas blancas de los pechos de los pájaros y las arroja al viento. Transformadas en copos de nieve, vuelan hacia el oeste para llevar un mensaje al muchacho que le recuerda: "¡Hijo del Sol, el mundo está gris y solitario! ¡Déjanos ver tu rostro dorado!

Entonces, antes del anochecer, aparece él y cielo y mar se cubren de una luz dorada. Y la gente en la Tierra sabe que no habrá viento al día siguiente y que el tiempo será bueno. Tal como lo prometió el hijo del Sol un día a su madre.

Y  Colorín  Colorado....