lunes, 23 de febrero de 2015

CUENTO AVIÓN

EL AVIÓN DE MATÍAS. Edith Mabel Russo
Matías lleva su avioncito de juguete preferido al Jardín. Pero el avioncito se aburre mucho y emprende un mágico vuelo. Había llegado la hora de ir al jardín. Mientras Matías terminaba de tomar la leche, la mamá se fijó si en la bolsita estaba todo preparado. La abrió y sí, estaba todo: la toallita, el mantel con la servilleta, el vaso para la merienda y… el avión amarillo… —¿Y este avión? ¿Qué hace en la bolsa? —Preguntó la mamá—. Sabes bien que la señorita Liliana no quiere que lleves juguetes al jardín… ¡Se pueden perder! —¡Hoy sólo, mami! ¡Dale! ¡Hoy solito! Y la mamá lo dejó pero… Tal como se lo había dicho, cuando la señorita Liliana lo vio a Matías jugando con el avión le dijo: —¡Ay! Matías… ¿No te dije muchas veces que tienes que jugar con los juguetes que hay en la salita? ¡Dámelo! Lo ponemos sobre la biblioteca y cuando te vas, te lo llevas. Ahora… ¡A cantar!

Entonces Matías se fue a la sala de música con todos los chicos y sobre un libro de cuentos quedó el avioncito amarillo… —¡Estoy muy aburrido! —dijo rezongando y ¡RUMM! ¡RUMM! sin pensarlo dos veces, empezó a volar por toda la salita… Sobre las mesas y las sillas. Sobre la biblioteca y el rincón de la mamá. Las muñecas le decían: ¡Adiós! Los libros se cerraban y se abrían para saludarlo y los crayones se desparramaban por el piso escribiendo: ¡Adiós! ¡Adiós!, con todos los colores del arco iris. Dio tantas vueltas alrededor de la sala que de repente dijo: —¡Sigo aburrido! ¡Mejor salgo un rato a pasear! —¡RUMMM! ¡RUMMM! —aceleró el motor y salió por la ventana. ¡Ahora sí que se divertía! ¡Volaba y volaba! Cruzaba el celeste del cielo una y otra vez. Cabeza arriba, cabeza abajo…, el ¡RUMMM! ¡RUMMM! de su motor quebraba el silencio de la mañana.

Todo estaba bien, demasiado bien, pero de pronto… ¡PAF! quedó enganchado entre las ramas de un árbol. —¡Ay! —dijo el avioncito—. ¡Me duele todo! ¡Me duele un ala! ¡Me duele la otra! ¡Me duele la cola! ¡Me duele la hélice! —¡RUMMMMMMM! —hacía el motor con toda la fuerza pero no podía desengancharse. Al rato no más, ¡por suerte!, pasaron por allí como cien mariposas. Apenas lo vieron, lo rodearon por completo y tomándolo suavemente lo desengancharon… —¡Gracias! —dijo el avioncito—. ¿Quieren venir conmigo a dar un paseo? —¡Claro que sí! —dijeron las mariposas y se pararon sobre el techo, las alas y la cola del avioncito.

¡Qué manera de volar! ¡Qué manera de divertirse! De pronto el avioncito dijo: —¡Tengo que irme. ¡Si Matías no me encuentra va a llorar muchísimo! —¡Te acompañamos! —dijeron las mariposas, y todos juntos entraron por la ventana de la salita… Cuando los chicos terminaron de cantar, fueron a buscar las toallitas para lavarse las manos y… ¡Qué sorpresa! ¡No podían creer lo que veían! Sobre la biblioteca estaba el avioncito amarillo en el medio de una ronda de mariposas de colores.

—¡Vamos! ¡A lavarse las manos! —dijo la señorita Liliana.


Y todos hicieron caso dando saltitos de alegría porque, para acompañarlos, se formó de repente sobre sus cabezas un techo multicolor de burbujas de jabón y mariposas. 

Y Colorín colorado…

martes, 17 de febrero de 2015

CUENTO FANTÁSTICO

LA MALETA VOLADORA. Hans Christian Andersen 

Érase una vez un comerciante tan rico, que habría podido empedrar toda la calle con monedas de plata, y aún casi un callejón por añadidura; pero se guardó de hacerlo, pues el hombre conocía mejores maneras de invertir su dinero, y cuando daba un ochavo era para recibir un escudo. Fue un mercader muy listo... y luego murió.

Su hijo heredó todos sus caudales, y vivía alegremente: todas las noches iba al baile de máscaras, hacía cometas con billetes de banco y arrojaba al agua panecillos untados de mantequilla y lastrados con monedas de oro en vez de piedras. No es extraño, pues, que pronto se terminase el dinero; al fin a nuestro mozo no le quedaron más de cuatro perras gordas, y por todo vestido, unas zapatillas y una vieja bata de noche. Sus amigos lo abandonaron; no podían ya ir juntos por la calle; pero uno de ellos, que era un bonachón, le envió un viejo cofre con este aviso: «¡Embala!». El consejo era bueno, desde luego, pero como nada tenía que embalar, se metió él en el baúl.

Era un cofre curioso: echaba a volar en cuanto se le apretaba la cerradura. Y así lo hizo; en un santiamén, el muchacho se vio por los aires metido en el cofre, después de salir por la chimenea, y montóse hasta las nubes, vuela que te vuela. Cada vez que el fondo del baúl crujía un poco, a nuestro hombre le entraba pánico; si se desprendiesen las tablas, ¡vaya salto! ¡Dios nos ampare!

De este modo llegó a tierra de turcos. Escondiendo el cofre en el bosque, entre hojarasca seca, se encaminó a la ciudad; no llamó la atención de nadie, pues todos los turcos vestían también bata y pantuflos. Encontróse con un ama que llevaba un niño:

-Oye, nodriza -le preguntó-, ¿qué es aquel castillo tan grande, junto a la ciudad, con ventanas tan altas?

-Allí vive la hija del Rey -respondió la mujer-. Se le ha profetizado que quien se enamore de ella la hará desgraciada; por eso no se deja que nadie se le acerque, si no es en presencia del Rey y de la Reina.

-Gracias -dijo el hijo del mercader, y volvió a su bosque. Se metió en el cofre y levantó el vuelo; llegó al tejado del castillo y se introdujo por la ventana en las habitaciones de la princesa.

Estaba ella durmiendo en un sofá; era tan hermosa, que el mozo no pudo reprimirse y le dio un beso. La princesa despertó asustada, pero él le dijo que era el dios de los turcos, llegado por los aires; y esto la tranquilizó.

S sentaron uno junto al otro, y el mozo se puso a contar historias sobre los ojos de la muchacha: eran como lagos oscuros y maravillosos, por los que los pensamientos nadaban cual ondinas; luego historias sobre su frente, que comparó con una montaña nevada, llena de magníficos salones y cuadros; y luego le habló de la cigüeña, que trae a los niños pequeños.

Sí, eran unas historias muy hermosas, realmente. Luego pidió a la princesa si quería ser su esposa, y ella le dio el sí sin vacilar.

-Pero tendrás que volver el sábado -añadió-, pues he invitado a mis padres a tomar el té. Estarán orgullosos de que me case con el dios de los turcos. Pero mira de recordar historias bonitas, que a mis padres les gustan mucho. Mi madre las prefiere edificantes y elevadas, y mi padre las quiere divertidas, pues le gusta reírse.

-Bien, no traeré más regalo de boda que mis cuentos -respondió él, y se despidieron; pero antes la princesa le regaló un sable adornado con monedas de oro. ¡Y bien que le vinieron al mozo!

Se marchó en volandas, se compró una nueva bata y se fue al bosque, donde se puso a componer un cuento. Debía estar listo para el sábado, y la cosa no es tan fácil.

Y cuando lo tuvo terminado, era ya sábado.

El Rey, la Reina y toda la Corte lo aguardaban para tomar el té en compañía de la princesa. Lo recibieron con gran cortesía.

-¿Vas a contarnos un cuento –le preguntó la Reina-, uno que tenga profundo sentido y sea instructivo?

-Pero que al mismo tiempo nos haga reír -añadió el Rey.

- De acuerdo -respondía el mozo, y comenzó su relato. Y ahora, atención.

«Érase una vez un haz de fósforos que estaban en extremo orgullosos de su alta estirpe; su árbol genealógico, es decir, el gran pino, del que todos eran una astillita, había sido un añoso y corpulento árbol del bosque. Los fósforos se encontraban ahora entre un viejo eslabón y un puchero de hierro no menos viejo, al que hablaban de los tiempos de su infancia”.

-¡Sí, cuando nos hallábamos en la rama verde -decían- estábamos realmente en una rama verde! Cada amanecer y cada atardecer teníamos té diamantino: era el rocío; durante todo el día nos daba el sol, cuando no estaba nublado, y los pajarillos nos contaban historias. Nos dábamos cuenta de que éramos ricos, pues los árboles de fronda sólo van vestidos en verano; en cambio, nuestra familia lucía su verde ropaje, lo mismo en verano que en invierno. Mas he aquí que se presentó el leñador, la gran revolución, y nuestra familia se dispersó. El tronco fue destinado a palo mayor de un barco de alto bordo, capaz de circunnavegar el mundo si se le antojaba; las demás ramas pasaron a otros lugares, y a nosotros nos ha sido asignada la misión de suministrar luz a la baja plebe; por eso, a pesar de ser gente distinguida, hemos venido a parar a la cocina.

-Mi destino ha sido muy distinto -dijo el puchero a cuyo lado yacían los fósforos-. Desde el instante en que vine al mundo, todo ha sido estregarme, ponerme al fuego y sacarme de él; yo estoy por lo práctico, y, modestia aparte, soy el número uno en la casa, Mi único placer consiste, terminado el servicio de mesa, en estarme en mi sitio, limpio y bruñido, conversando sesudamente con mis compañeros; pero si exceptúo el balde, que de vez en cuando baja al patio, puede decirse que vivimos completamente retirados. Nuestro único mensajero es el cesto de la compra, pero ¡se exalta tanto cuando habla del gobierno y del pueblo!; hace unos días un viejo puchero de tierra se asustó tanto con lo que dijo, que se cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Yo os digo que este cesto es un revolucionario; y si no, al tiempo.

-¡Hablas demasiado! -intervino el eslabón, golpeando el pedernal, que soltó una chispa-. ¿No podríamos echar una cana al aire, esta noche?

-Sí, hablemos -dijeron los fósforos-, y veamos quién es el más noble de todos nosotros.

-No, no me gusta hablar de mi persona -objetó la olla de barro-. Organicemos una velada. Yo empezaré contando la historia de mi vida, y luego los demás harán lo mismo; así no se embrolla uno y resulta más divertido. En las playas del Báltico, donde las hayas que cubren el suelo de Dinamarca...

-¡Buen principio! -exclamaron los platos-. Sin duda, esta historia nos gustará.

-...pasé mi juventud en el seno de una familia muy reposada; se limpiaban los muebles, se restregaban los suelos, y cada quince días colgaban cortinas nuevas.

-¡Qué bien se explica! -dijo la escoba de crin-. Se diría que habla un ama de casa; hay un no sé que de limpio y refinado en sus palabras.

-Exactamente lo que yo pensaba -asintió el balde, dando un saltito de contento que hizo resonar el suelo.

La olla siguió contando, y el fin resultó tan agradable como había sido el principio.

Todos los platos castañetearon de regocijo, y la escoba sacó del bote unas hojas de perejil, y con ellas coronó a la olla, a sabiendas de que los demás rabiarían. "Si hoy le pongo yo una corona, mañana me pondrá ella otra a mí", pensó.

-¡Voy a bailar! -exclamó la tenaza, y, ¡dicho y hecho! ¡Dios nos ampare, y cómo levantaba la pierna! La vieja funda de la silla del rincón estalló al verlo-. ¿Me vais a coronar también a mí? -pregunto la tenaza; y así se hizo.

-¡Vaya gentuza! -pensaban los fósforos.

Le tocaba entonces el turno de cantar a la tetera, pero se excusó alegando que estaba resfriada; sólo podía cantar cuando se hallaba al fuego; pero todo aquello eran remilgos; no quería hacerlo más que en la mesa, con las señorías.

Había en la ventana una vieja pluma, con la que solía escribir la sirvienta. Nada de notable podía observarse en ella, aparte que la sumergían demasiado en el tintero, pero ella se sentía orgullosa del hecho.

-Si la tetera se niega a cantar, que no cante -dijo-. Ahí fuera hay un ruiseñor enjaulado que sabe hacerlo. No es que haya estudiado en el Conservatorio, mas por esta noche seremos indulgentes.

-Me parece muy poco conveniente -objetó la cafetera, que era una cantora de cocina y hermanastra de la tetera - tener que escuchar a un pájaro forastero. ¿Es esto patriotismo? Que juzgue el cesto de la compra.

-Francamente, me han desilusionado -dijo el cesto-. ¡Vaya manera estúpida de pasar una velada! En lugar de ir cada cuál por su lado, ¿no sería mucho mejor hacer las cosas con orden? Cada uno ocuparía su sitio, y yo dirigiría el juego. ¡Otra cosa seria!

-¡Sí, vamos a armar un escándalo! -exclamaron todos.

En esto se abrió la puerta y entró la criada. Todos se quedaron quietos, nadie se movió; pero ni un puchero dudaba de sus habilidades y de su distinción. "Si hubiésemos querido -pensaba cada uno-, ¡qué velada más deliciosa habríamos pasado!".

La sirvienta cogió los fósforos y encendió fuego. ¡Cómo chisporroteaban, y qué llamas echaban!

"Ahora todos tendrán que percatarse de que somos los primeros -pensaban-. ¡Menudo brillo y menudo resplandor el nuestro!". Y de este modo se consumieron».

-¡Qué cuento tan bonito! -dijo la Reina-. Me parece encontrarme en la cocina, entre los fósforos. Sí, te casarás con nuestra hija.

-Desde luego -asintió el Rey-. Será tuya el lunes por la mañana -. Lo tuteaban ya, considerándolo como de la familia.

Fijóse el día de la boda, y la víspera hubo grandes iluminaciones en la ciudad, repartiéronse bollos de pan y rosquillas, los golfillos callejeros se hincharon de gritar «¡hurra!» y silbar con los dedos metidos en la boca... ¡Una fiesta magnífica!

«Tendré que hacer algo», pensó el hijo del mercader, y compró cohetes, petardos y qué sé yo cuántas cosas de pirotecnia, las metió en el baúl y emprendió el vuelo.

¡Pim, pam, pum! ¡Vaya estrépito y vaya chisporroteo!

Los turcos, al verlo, pegaban unos saltos tales que las babuchas les llegaban a las orejas; nunca habían contemplado una traca como aquella, Ahora sí que estaban convencidos de que era el propio dios de los turcos el que iba a casarse con la hija del Rey.

No bien llegó nuestro mozo al bosque con su baúl, se dijo: «Me llegaré a la ciudad, a observar el efecto causado».

Era una curiosidad muy natural.

¡Qué cosas contaba la gente! Cada una de las personas a quienes preguntó había presenciado el espectáculo de una manera distinta, pero todos coincidieron en calificarlo de hermoso.

-Yo vi al propio dios de los turcos -afirmó uno-. Sus ojos eran como rutilantes estrellas, y la barba parecía agua espumeante.

-Volaba envuelto en un manto de fuego -dijo otro-. Por los pliegues asomaban unos angelitos preciosos.

Sí, escuchó cosas muy agradables, y al día siguiente era la boda.

Regresó al bosque para instalarse en su cofre; pero, ¿dónde estaba el cofre? El caso es que se había incendiado. Una chispa de un cohete había prendido fuego en el forro y reducido el baúl a cenizas. Y el hijo del mercader ya no podía volar ni volver al palacio de su prometida.

Ella se pasó todo el día en el tejado, aguardándolo; y sigue aún esperando, mientras él recorre el mundo contando cuentos, aunque ninguno tan regocijante como el de los fósforos. 

Y colorÍn colorado..

viernes, 13 de febrero de 2015

CUENTO SIRENA

CUENTO DE SIRENAS. Blog: La Coctelera.

En el mar profundo, vive una sirena, su pelo es azul y su piel es Blanca. Su cola tiene 7 tonos de azul, cuando ella nada esos colores se ven reflejados la luz blanca, todas las sirenas de el mar la envidian por su belleza, por eso un día...mientras la bella sirena nadaba en el profundo océano, una de sus hermanas una sirena de color rosa la llevo a dar un paseo, la sirena de cabellos azules cedió.

Al comenzar el paseo por las profundidades de las aguas, todo era mágico, los corales, los peces, etc. pero de repente entraron en una gran cueva, todo estaba obscuro y sirena de cabellos azules trato de escapar. Su hermana le dijo; todas nosotras te hemos tendido una trampa, ya que tu belleza es superior a la de todas nosotras y es por eso que hemos decidido encerrarte en esta cueva donde nunca podrás salir. La bella sirena se quedo sola en la obscura cueva, ella comenzó a tocar bellas melodías con un arpa que se encontró en la cueva. Al día siguiente descubrió que esta cueva no era tan obscura, ya que existía un brillo muy poderoso que se escondía detrás de unas rocas. La sirena llego hasta el gran oro que escondían los piratas y cogió un espejo. Al ver su rostro reflejado en el cristal, descubrió su hermosura y comenzó unos cánticos para su madre... El mar.

Después de varias largas noches, un marinero cayo al agua, la sirena escucho el golpe del agua y nado hasta ahí. La sirena al ver al hombre golpeado, lo llevo a la cueva donde le canto bellas melodías. Cuando el hombre despertó vio a su lado a una bella mujer, el pregunto; cómo te llamas, la bella sirena le dijo; no tengo nombre me puedes dar uno y seré tuya por siempre. E l marinero le respondió; te llamare Bianca, ya que he caído en las Aguas Blanca del atlántico. Bianca muy feliz le pregunto... ¿Cuál es el nombre de este marinero que me ha dado libertad y un buen nombre? El marinero respondió; mi nombre es Iván, soy un marinero Ruso que buscaba la felicidad en las temibles olas del mar y ¿por qué dices que te he dado libertad?

La sirena respondió; Mis hermanas me encerraron en esta cueva oscura y no puedo salir, ya que necesito que mis colores reflejen la luz del día para tener fuerzas y poder nadar, pero ahora que mi corazón te pertenece, podremos ir al reino donde vivo y poder casarnos... 


Y Colorín colorado…


domingo, 8 de febrero de 2015

CUENTO MILITAR.

EL SOLDADITO DE PLOMO. Hans Christian Andersen 


Había una vez un juguetero que fabricó un ejército de soldaditos de plomo, muy derechos y elegantes. Cada uno llevaba un fusil al hombro, una chaqueta roja, pantalones azules y un sombrero negro alto con una insignia dorada al frente. Al juguetero no le alcanzó el plomo para el último soldadito y lo tuvo que dejar sin una pierna. Pronto, los soldaditos se encontraban en la vitrina de una tienda de juguetes. Un señor los compró para regalárselos a su hijo de cumpleaños. Cuando el niño abrió la caja, en presencia de sus hermanos, el soldadito sin pierna le llamó mucho la atención. El soldadito se encontró de pronto frente a un castillo de cartón con cisnes flotando a su alrededor en un lago de espejos.

Frente a la entrada había una preciosa bailarina de papel. Llevaba una falda rosada de tul y una banda azul sobre la que brillaba una lentejuela. La bailarina tenía los brazos alzados y una pierna levantada hacia atrás, de tal manera que no se le alcanzaba a ver. ¡Era muy hermosa! "Es la chica para mí", pensó el soldadito de plomo, convencido de que a la bailarina le faltaba una pierna como a él. Esa noche, cuando ya todos en la casa se habían ido a dormir, los juguetes comenzaron a divertirse. El cascanueces hacía piruetas mientras que los demás juguetes bailaban y corrían por todas partes. Los únicos juguetes que no se movían eran el soldadito de plomo y la hermosa bailarina de papel. Inmóviles, se miraban el uno al otro. 

De repente, dieron las doce de la noche. La tapa de la caja de sorpresas se abrió y de ella saltó un duende con expresión malvada. -¿Tú qué miras, soldado? -gritó. El soldadito siguió con la mirada fija al frente. -Está bien. Ya verás lo que te pasará mañana -anunció el duende. A la mañana siguiente, el niño jugó un rato con su soldadito de plomo y luego lo puso en el borde de la ventana, que estaba abierta. A lo mejor fue el viento, o quizás fue el duende malo, lo cierto es que el soldadito de plomo se cayó a la calle. El niño corrió hacia la ventana, pero desde el tercer piso no se alcanzaba a ver nada. -¿Puedo bajar a buscar a mi soldadito? -preguntó el niño a la criada. Pero ella se negó, pues estaba lloviendo muy fuerte para que el niño saliera. La criada cerró la ventana y el niño tuvo que resignarse a perder su juguete. 

Afuera, unos niños de la calle jugaban bajo la lluvia. Fueron ellos quienes encontraron al soldadito de plomo cabeza abajo, con el fusil clavado entre dos adoquines. -¡Hagámosle un barco de papel! -gritó uno de los chicos. Llovía tan fuerte que se había formado un pequeño río por los bordes de las calles. Los chicos hicieron un barco con un viejo periódico, metieron al soldadito allí y lo pusieron a navegar. El sodadito permanecía erguido mientras el barquito de papel se dejaba llevar por la corriente. Pronto se metió en una alcantarilla y por allí siguió navegando. "¿A dónde iré a parar?" pensó el soldadito. "El culpable de esto es el duende malo. Claro que no me importaría si estuviera conmigo la hermosa bailarina." En ese momento, apareció una rata enorme. -¡Alto ahí! -gritó con voz chillona-. Págame el peaje. Pero el soldadito de plomo no podía hacer nada para detenerse. El barco de papel siguió navegando por la alcantarilla hasta que llegó al canal. Pero, ya estaba tan mojado que no pudo seguir a flote y empezó a naufragar. Por fin, el papel se deshizo completamente y el erguido soldadito de plomo se hundió en el agua. Justo antes de llegar al fondo, un pez gordo se lo tragó. -¡Qué oscuro está aquí dentro! -dijo el soldadito de plomo-. ¡Mucho más oscuro que en la caja de juguetes! 

El pez, con el soldadito en el estómago, nadó por todo el canal hasta llegar al mar. El soldadito de plomo extrañaba la habitación de los niños, los juguetes, el castillo de cartón y extrañaba sobre todo a la hermosa bailarina. "Creo que no los volveré a ver nunca más", suspiró con tristeza. El soldadito de plomo no tenía la menor idea de dónde se hallaba. Sin embargo, la suerte quiso que unos pescadores pasaran por allí y atraparan al pez con su red. El barco de pesca regresó a la ciudad con su cargamento. Al poco tiempo, el pescado fresco ya estaba en el mercado; justo donde hacía las compras la criada de la casa del niño. 

Después de mirar la selección de pescados, se decidió por el más grande: el que tenía al soldadito de plomo adentro. La criada regresó a la casa y le entregó el pescado a la cocinera. -¡Qué buen pescado! -exclamó la cocinera. Enseguida, tomó un cuchillo y se dispuso a preparar el pescado para meterlo al horno. -Aquí hay algo duro -murmuró. Luego, llena de sorpresa, sacó al soldadito de plomo. La criada lo reconoció de inmediato. -¡Es el soldadito que se le cayó al niño por la ventana! -exclamó. El niño se puso muy feliz cuando supo que su soldadito de plomo había aparecido. El soldadito, por su parte, estaba un poco aturdido. Había pasado tanto tiempo en la oscuridad. Finalmente, se dio cuenta de que estaba de nuevo en casa. En la mesa vio los mismos juguetes de siempre, y también el castillo con el lago de espejos. Al frente estaba la bailarina, apoyada en una pierna. Habría llorado de la emoción si hubiera tenido lágrimas, pero se limitó a mirarla. Ella lo miraba también. 

De repente, el hermano del niño agarró al soldadito de plomo diciendo: -Este soldado no sirve para nada. Sólo tiene una pierna. Además, apesta a pescado. Todos vieron aterrados cómo el muchacho arrojaba al soldadito de plomo al fuego de la chimenea. El soldadito cayó de pie en medio de las llamas. Los colores de su uniforme desvanecían a medida que se derretía. De pronto, una ráfaga de viento arrancó a la bailarina de la entrada del castillo y la llevó como a un ave de papel hasta el fuego, junto al soldadito de plomo. Una llamarada la consumió en un segundo. A la mañana siguiente, la criada fue a limpiar la chimenea. En medio de las cenizas encontró un pedazo de plomo en forma de corazón. Al lado, negra como el carbón, estaba la lentejuela de la bailarina. 


Y colorín colorado....

martes, 3 de febrero de 2015

CUENTO LUNATICO

LA LUNA DE VACACIONES. 
Colección los tesoros del arco iris 

Una noche el cielo estaba muy oscuro, de ese negro que solo está cuando la luna brilla por su ausencia. De las chimeneas salían nubes de humo que llegaban muy alto, se sorprendieron de no ver ninguna luz por allí arriba, pero poco a poco y sin que nadie se diera cuenta se fue disolviendo en el aire.

Las estrellitas se preguntaban unas a otras dónde estaría la dama de la noche, los barcos en el mar intentaban encontrarla en sus latitudes, pero por ningún lado había un rayito de ella.

Desde el otro lado del mundo se oía una voz cantando:
Tiii-tiraaa-tiruriii-titaaaaaaa....


Y entre dos palmeras muy divertidas que bailaban con el viento se encontraba la luna, chapoteando en el mar, como una niñita pequeña, eso sí, tenía unos enooormes anteojos de sol, estaba muy divertida porque no tenía que brillar por todos lados. Trajo consigo una valijita con algunas cosas, sus distintas caras, la menguante, la creciente, la nueva y la llena, también trajo algunas estrellitas vecinas que se negaban a salir de la oscuridad de la maleta, algunos polvos del cielo que usaba para resaltar más su linda blancura.

Después de un buen rato la luna empezó a enrojecerse, su piel que siempre fue tán blanca le ardía bastante, no se había puesto ningún protector solar, porque no existía ninguno para una luna tan grandota.

El sol, los delfínes que pasaban y todos los habitantes marinos se tapaban la risita, pero sin poderse contener al final.

¡AAAYYYY..... cómo me pica! ¡Cómo me piiiicaaaa!, estoy toda roja, ¡que raro es!, se quejaba la luna.

El sol estaba riéndose bastante y empezó hablarle a la luna:
Jo-Jo-Jo-Jo.... qué risa, una luna roja, ¿¡y ahora cómo vas a dar luz!?, 
vas a dar una luz bien roja, y en realidad nadie va a encontrar más sus caminos, ni se formaran más caminos de luz de luna en el mar... terminó de decir el SOL un poco triste.

Y ahora ¿qué puedo hacer?, ¿Cómo haré para volver a ser blanca y hermosa?, decía aflijida la luna.

Los animalitos le dieron toda clase de consejos de qué podía hacer para quitarse el ardor, ella muy paciente los seguía al pie de la letra, pero además de quedar como una luna loca mucho efecto no le hacía.

Un delfín le dijo en secreto lo que le devolvería su blancura, tenía que beber mucha, pero mucha, de verdad, leche de vaca. La luna le tiró un besito al aire, sin siquiera tocarse los labios porque también le ardían, y se fue corriendo para todos los países que tuvieran vacas y las dejó casi sin una gota para nadie más...

Poco a poco fue aliviándose su penar, al acercarse al mar por la noche se dio cuenta que ya no estaba más roja, pero sí estaba enormemente grande después de haber tomado tanta leche, muchísimo más que el sol y como despues de haber estado lejos tanto tiempo, ahora tenía que ponerse la cara de Luna creciente, y no le entraba por ningún lado se le salían pedazos de luna por todos los costados, así que se puso a hacer algo de ejercicio.

¡Hop!¡Hop!¡Hop! Vueltas para arriba...¡Hop!¡Hop!¡Hop! Vueltas para abajo...¡Hop! ¡Hop!¡Hop! Muchas vueltas más hasta volver a estar como antes... 
¡Hop!¡Hop!¡Hop!...

Al terminar de dar tantas vueltas había vuelto a ser la bella luna de siempre, con su bonita cara Creciente... Así fue cambiando tranquilamente sus caras hasta cuando por fin se pudo poner Llena, por suerte no quedaba ningún rastro de sus locas vacaciones.


Todos los peces, pulpos, delfines y demás habitantes marinos se reunieron a cuchichear muy bajito algunas cosas, lo hacían tan en secreto que la luna por más que disimuladamente bajara para oír mejor, no se enteraba de nada. 

Los delfines saltaron dando piruetas en el aire, los pulpos saltaron también muy graciosos tocándose sus tentáculos encima de su cabeza, todas las almejas, mejillones y ostras hicieron música castañeteando, los peces llenaron de maravillosos colores el baile acuático porque todos querían cantarle a la bella de la noche lo resplandeciente que estaba y cómo adoraban a esta estupenda anfitriona de la gran fiesta en el camino de luz de la Luna Llena. 

Y colorín colorado....