El pequeño Miguel corría por las calles sucias de su barrio. Desde arriba una melodía bajaba por entre las rústicas casa, era la música del organillo. ¡Es la feria! ¡Es la feria!— Gritaron algunos, eran los más grandes, los que ocultaban con sus enormes cuerpos el espectáculo. —¡Es el circo! ¡Es el circo!— Gritó él, pero nadie lo escuchó. Corrió rápido entre la gente, quería ver de donde venía esa música, empujó a los mas grandes, los mas grandes lo empujaron a él. La gente parecía una marea difícil de superar por el pequeño cuerpo de Miguel. Y la melodía se iba, se estaba yendo, seguía su camino cuesta arriba. Miguel desesperó, quería ver.
¡Miguel! ¡Miguel!— era su madre que gritaba desde la casa —Ven Miguel, ven que tu padre no demora en venir.
Miguel no podía creerlo. Su padre no demoraría en llegar para el almuerzo. Tenía que decidir entre los castigos de su padre y un espectáculo emocionante. Tengo unos minutos dijo Miguel con una voz tan baja que su madre no pudo escuchar y volvió a correr. Corrió, corrió, pero el tumulto de gente y su bullicio ya estaban lejos. Allá iban toda esa gente siguiendo la música y él no pudo ver un solo segundo de donde salía esa hermosa música. Corrió y corrió y poco le importó que su madre gritara desesperada, él se había decidido por la música. El organillo avanzaba lento y seguro, pronto llegó a una enorme carpa. Miguel no lo pudo creer, era la carpa más hermosa y grande que haya visto. Tenía dos torres multicolores, torres llenas de pancartas y serpentina, —sin duda era el circo— pensó.
La música estaba adentro, los colores parecían vibrar con la música y ahora la delicada música del organillo era acompañada por los bombos y platillos. Escuchó un rugido. Escuchó la inconfundible voz del payaso. Escuchó por los enormes parlantes las trompetas y las flautas. ¡Son payasos! ¡Son payasos!— gritó un niña a su lado. —¡Los payasos! ¡Los payasos!— repitió él.
—Entremos— dijo Miguel. —Entremos, dijo la niña. Corrieron en busca de la entrada y la encontraron. Se detuvieron y miraron. No toda la gente estaba entrando. En la puerta un señor risueño y gordo de enormes bigotes las detenía, las inspeccionaba y luego las dejaba pasar. —Sus boletos por favor— dijo el señor gordo vestido de pantalón violeta y camisa verde. —No tenemos boletos, señor— dijo el pequeño Miguel. El viejo gordo los miró alargando el mentón y ocultando los ojos en las enormes cejas, su rostro gordo y sudoroso se fue acercando hasta quedar delante del rostro del pequeño Miguel, levantó la mano con su dedo índice erguido y moviéndolo de un lado a otro les negó la entrada. —¡Por favor!— dijo Miguel. —¡Por favor!— dijo la niña. Pero nada hizo cambiar de opinión al detestable gordo de la entrada.
Caminaron juntos de regreso, Miguel y la niña, el gordo de colores horribles seguía en la entrada pidiendo los boletos. ¿Cómo te llamas?— dijo la niña, que miraba con tristeza el rostro de Miguel. ¿Yo? Miguel. ¿Y tú? —Me llamo Rocío. ¿Aún quieres entrar? ¡Ven, Sígueme! Rocío corrió adelante, Miguel la siguió. Rodearon la carpa corriendo, esquivaron a unos malabaristas que practicaban por entre las jaulas vacías de los animales. Hasta que llegaron. ¡La puerta de atrás! Una pequeña puerta hecha en la carpa. Entraron, corrieron. El ruido del circo era grandioso. Trompetas por todos lados, panderetas, trombones vozarrones, un bombo y un piano que sonaba dulce. Colores muchos colores y las luces enormes, luces que llenan la oscuridad bajo la carpa del circo. Miguel y Rocío miraron embobados. Y ahí en el centro, en medio de un gran círculo de luz estaba el organillo un monito bailaba alborotado y feliz.
¡Un monito blanco! Mi madre nunca creerá que vi un monito blanco.— dijo Miguel, pero en ese momento el recuerdo del padre almorzando le vino a la mente y escapó sin decir adiós del circo ni de Rocío. Rocío lo miró estupefacta, le iba gritar pero Miguel ya había desaparecido por la pequeña puerta trasera del circo. Rocío lo siguió, pero lo ultimo que alcanzó a ver fue la pequeña figura de Miguel que desaparecía entre la muchedumbre que iba a ver al circo.
Y Colorín colorado…
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