viernes, 29 de julio de 2011

CUENTO SABIO


EL FUERTE, EL SABIO Y EL BUENO.
Hace mucho, mucho tiempo, había un Rey muy especial, que era muy fuerte y muy sabio y además muy bueno. Tenía tres hijos pero cada uno de los príncipes heredó sólo uno de los valores de su padre. El primero. Gibor era muy fuerte, pero no era ni sabio ni bueno: estaba siempre metido en alguna pelea. Lamdon, el se¬gundo, sabía todo lo que se podía saber en el mundo. Y por fin. Ahí estaba Asher, que no era ni fuerte ni sabio, pero era muy bueno y amable. Un día. el Rey llamó a sus tres hijos y les dijo:
"Hijos míos, como saben muy bien, ya estoy viejo y delicado de salud. Uno de ustedes tendrá que ocupar mi trono. En vez de escoger cuál de ustedes es el más capaz, quisiera hacer lo siguiente: Cada uno de ustedes vaya por un año y un día a ver el mundo y comprobar su capacidad para resolver sus problemas."
Así que los tres hermanos se fueron de viaje. Aunque cada uno se fue solo, todos se encontraron con el mismo tipo de gente y tuvieron que resolver los mismos problemas. Se encontraron prime¬ro con una bruja, después con un gigante y más adelante, con un dragón, y cada uno logró sobrevivir. El hijo más joven, Asher, les ganó con su carácter amable y generoso. Lamdon les contó muchas historias del mundo de tal manera que ellos se aburrieron tanto, que empezaron a dormir y lo dejaron escapar. Gibor el último, para vencerlos, los mató a todos con su espada. Todavía faltaban cinco meses del año cuando los tres hijos se encontraron y contaron sus aventuras el uno al otro.
Juntos llegaron a una ciudad donde el Rey tenía una hija muy linda. Cada uno se enamoró de la niña y muy pronto empezaron a pelear entre sí. Por fin, decidieron que ella debía elegir entre los tres y cada uno se fue donde vivía la amable princesa.
Gibor le ofreció su espada, pero ella la rechazó, diciendo que no podía soportar ver sangre. Lamdon le contó todas las leyes de la lógica y la matemática para que ella lo aceptara, pero ella lo rechazó diciendo: "Toda la sabiduría está en la cabeza, pero el amor mora en el corazón".
Entonces vino Asher, cantando canciones de amor y fue él quien la conquistó. Se casaron y volvieron al país del viejo Rey, padre de Asher, y cuando éste murió, la pareja reinaba en su lugar.

Y Colorín Colorado


martes, 26 de julio de 2011

CUENTO AGRADECIDO




Hoy un cuento dedicado a Mary, y quién es Mary, es un ser mágico, como maravilloso, es mas creo que es un ángel con una misión preciosa, ella si enseña cómo hablar con amor, trabajar con amor y lo más importante sabe servir con amor, testimonio de ello es la Fundación que lidera en Perú, que busca apaciguar el hambre y ennoblecer las esperanza de un mundo mejor más justo para los chicos más pobres del Perú, y claro puedo seguir diciendo mas sobre ella, puedo decir porque nos consta a muchos que como autora del blog “Pedacitos de Mi Vida” se dejar ver como una escritora sin precedentes en lo que toca a la luz divina, a la energía del amor supremo, comparte, apartes de su primer libro, y novedades de su vida cotidiana, y cada cosa salpicada siempre del entusiasmo propio de la emoción, ya sea alegría o tristeza, lucha o victoria.

Y así hoy aparece en mi hogar marino del Caribe, una sorpresa preciosa, su libro: “Luz de Almas Viejas”, hace un hora lo tengo entre mis manos, deleitándome, con la hermosa dedicatoria, y cada línea, salteada, porque tengo prisa por saborearlo todo de un solo golpe, sé que me va a llevar unos pocos días su primera lectura y el resto de mi vida para tenerlo como una bitácora.

Y bueno qué tiene que ver el pequeño colibrí con un homenaje agradecido a Mary, pues, porque ella entro a mi vida como los cuentos mágicamente, y porque a diario tal vez sin proponérselo, trasmite sus lecciones de amor y de cómo ejercer el amor, por eso creo que Mary si alguien está perdido ella le ayuda a encontrar el rumbo. Gracias Mary.





EL PEQUEÑO COLIBRÍ. Rosa María Roé

El pequeño colibrí azul se sentía triste y cansado. Se perdió cuando viajaba con su familia en busca de un lugar más cálido donde pasar el invierno, y cuando entró la noche, después de mucho tiempo buscándolos sin ninguna suerte, se resguardó en una pequeña cueva que encontró en la montaña. Dentro sólo había unas cuantas ramas y hojas secas llevadas por el viento. Aunque alimentarse no era algo que a él le preocupara, ya que siempre había sido muy hábil para esta tarea, el no saber si volvería a ver a sus seres queridos le entristecía profundamente.

-No te alejes de nosotros cuando migramos a otro lugar-, le repetían siempre sus papás. Pero él se emocionaba con todas las cositas que descubría durante sus viajes, y se quedaba boquiabierto contemplando esas maravillas, batiendo sus pequeñas alitas encima de cada tesoro, mientras los demás seguían su camino sin percatarse de su falta. Aquel día mientras volaban vio un destello de luz, un reflejo que salía de entre los árboles y sin darse cuenta fue perdiendo altitud y acercándose para ver qué era aquella hermosa luz. Entonces descubrió un enorme y precioso lago de aguas cristalinas que le dejó totalmente sorprendido.

-¡¡¡Uauuu!!!- Exclamó, viéndose reflejado en el agua. -¡¡¡Que maravilla!!!!- Él nunca había visto nada igual. El sol empezaba ponerse y sus rayos en el agua aparecían como brillantes reflejos dorados que casi cegaban, convirtiéndolo en un cuadro espectacular. Allí correteó por encima del agua jugando con su reflejo, utilizando como espejo las quietas aguas donde contemplaba las blancas nubes deslizándose por el cielo. No se dio cuenta de que el tiempo pasaba y cuando de pronto alzó su vuelo llamando a su familia para enseñarles lo que había descubierto, vio que su llamada no era respondida, y que sus papás y sus hermanos habían seguido su vuelo, y donde estaban ahora ya no podían oírle.

De pronto un enorme temor se adueñó de él. De sus ojos desapareció toda esa belleza y sólo escuchaba ruidos extraños que cada vez aumentaban más su miedo y su malestar. Unos gritos de aves desconocidas resonaban por el bosque, y todo lo que antes parecía bello se convirtió en algo tétrico y fantasmal. El sol ya casi no alumbraba y temía quedarse solo en el bosque, así que salió volando en busca de su familia. Pero la noche entró y él seguía solo. Buscó entonces un lugar donde cobijarse y allí pasó la noche. Con las hojitas que había en la cueva se hizo una camita un tanto ruidosa, ya que las hojas estaban secas pero por lo menos le dieron un poquito de calor para esa noche. Al día siguiente cuando despertó no recordaba que se había perdido, pero pronto al levantarse recordó lo que había sucedido, y empezó a preocuparse.

-¡Oh, Dios mío! ¿Qué voy a hacer aquí solo? ¿Dónde está mi familia?- Y pronto descubrió cómo les echaba de menos.

Sus papás siempre le repetían que si algún día se perdía lo que tenía que hacer era no alejarse del último lugar por donde habían pasado todos juntos, ponerse en un lugar suficientemente alto como para que pudieran verle cuando volvieran a buscarle, y que nunca dejara que el miedo le impidiera ver la realidad.

-¡¡¡Es verdad!!!!- Dijo cuando recordó. -Mis papás me dijeron que tenía que hacer si me perdía así que no tengo nada que temer, mi familia me está buscando y pronto nos reuniremos-.

Así que salió de su cuevecita despidiéndose de ella y dándole las gracias por haberle ofrecido cobijo esa noche. De nuevo todo volvía a ser hermoso, y la seguridad de que encontraría a su familia le hacía volar feliz y alegre por unos parajes totalmente desconocidos para él. Pronto encontró de nuevo el lago por donde volaron la última vez, y allí buscó el árbol más alto y se posó en una de sus ramas. Mientras esperaba, empezó a canturrear y poco a poco se fueron añadiendo a su canción todos los pajarillos que habitaban por esos entornos. Él les contó que se había perdido, y decidieron cantar muy muy fuerte para que todo el que pasara pudiera oírles. Pronto su canción se podía escuchar desde muy lejos, lo que ayudó a su familia a encontrarle más rápidamente.

Después de aquel día, nuestro pajarillo se había hecho más sabio. Ahora sabía que tenía que advertir siempre a su familia cuando se alejaba de ellos durante sus viajes. Sabía también que durante el camino de la vida encontraría a quienes le ofrecieran su ayuda, y lo más importante de todo, descubrió que cuando el miedo se apoderaba de él las cosas más hermosas podían parecer las más terribles.

Y Colorín Colorado



domingo, 24 de julio de 2011

CUENTO ÁRABE DE AMOR


¿QUÉ ES EL AMOR? Anónimo

En una de las clases de un colegio había varios niños. Uno de ellos preguntó: -Maestra…, ¿qué es el amor? La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya estaban en la hora del recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela y trajeran cosas que invitaran a amar o que despertaran en ellos esos sentimientos.

Los chicos salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo: -Quiero que cada uno muestre lo que ha encontrado.

El primer alumno respondió: Yo traje esta flor…, ¿no es bonita? A continuación, otro alumno dijo: -Yo traje este pichón de pajarito que encontré en un nido…, ¿No es gracioso? Y así los chicos, uno a uno, fueron mostrando a los demás lo que habían recogido en el patio. Cuando terminaron, la maestra advirtió que una de las niñas no había traído nada y que había permanecido en silencio mientras sus compañeros hablaban. Se sentía avergonzada por no tener nada que enseñar.

La maestra se dirigió a ella: -Muy bien, ¿y tú?, ¿no has encontrado nada que puedas amar? La criatura, tímidamente, respondió: -Lo siento, seño. Vi la flor y sentí su perfume, pensé en arrancarla pero preferí dejarla para que exhalase su aroma durante más tiempo. Vi también mariposas suaves, llenas de color, pero parecían tan felices que no intenté coger ninguna. Vi también al pichoncito en su nido, pero…, al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí dejarlo allí… Así que traigo conmigo el perfume de la flor, la libertad de las mariposas y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito. ¿Cómo puedo enseñaros lo que he traído?

La maestra le dio las gracias a la niña y le puso la nota más alta porque había sido la única en advertir que lo que amamos no es un trofeo y que al amor lo llevamos en el corazón.

Y Colorín Colorado





jueves, 21 de julio de 2011

CUENTO JUSTO


EL ÁRBOL Y LAS VERDURAS Pedro Pablo Sacristán

Había una vez un precioso huerto sobre el que se levantaba un frondoso árbol. Ambos daban a aquel lugar un aspecto precioso y eran el orgullo de su dueño. Lo que no sabía nadie era que las verduras del huerto y el árbol se llevaban fatal.

Las verduras no soportaban que la sombra del árbol les dejara la luz justa para crecer, y el árbol estaba harto de que las verduras se bebieran casi toda el agua antes de llegar a él, dejándole la justa para vivir.


La situación llegó a tal extremo, que las verduras se hartaron y decidieron absorber toda el agua para secar el árbol, a lo que el árbol respondió dejando de dar sombra para que el sol directo de todo el día resecara las verduras. En muy poco tiempo, las verduras estaban esmirriadas, y el árbol comenzaba a tener las ramas secas.

Ninguno de ellos contaba con que el granjero, viendo que toda la huerta se había echado a perder, decidiera dejar de regarla. Y entonces tanto las verduras como el árbol supieron lo que era la sed de verdad y estar destinados a secarse.

Aquello no parecía tener solución, pero una de las verduras, un pequeño calabacín, comprendió la situación y decidió cambiarla. Y a pesar la poca agua y el calor, hizo todo lo que pudo para crecer, crecer y crecer... Y consiguió hacerse tan grande, que el granjero volvió a regar el huerto, pensando en presentar aquel hermoso calabacín a algún concurso.
De esta forma las verduras y el árbol se dieron cuenta de que era mejor ayudarse que enfrentarse, y que debían aprender a vivir con lo que les tocaba, haciéndolo lo mejor posible, esperando que el premio viniese después.

Así que juntos decidieron colaborar con la sombra y el agua juntos para dar las mejores verduras, y su premio vino después, pues el granjero dedicó a aquel huerto y aquel árbol los mejores cuidados, regándolos y abonándolos mejor que ningún otro en la región.

Y Colorín Colorado




jueves, 14 de julio de 2011

CUENTO VOLADOR


QUECO, EL GLOBO. Marina Caballero del Pozo, escritora de España.

Queco estaba radiante y azul. Azul como el cielo que tenía encima. ¡Qué techo más alto! Azul como las guirnaldas que adornaban la plaza. Azul como el vestido de una niña que comía trozos de nube. ¿Se comían las nubes? Al menos a Queco se lo parecía. La pequeña señaló a Queco con el dedo pegajoso, pero su hermana mayor tiró de ella y de su algodón de azúcar hacia un portal. La propina no daba para más. Queco seguía radiante y ansioso. Radiante como el sol que iluminaba las farolas todavía apagadas y que daba brillo a las hojas aún verdes del parque. Radiante como el bullicio de toda la barriada en fiestas.

¿Qué habría más allá?, se preguntaba Queco; ¿qué cosas?, ¿y cómo serían? El niño mordisqueaba con fruición una brillante manzana roja. -Porfi, anda, cómpramelo. -Para lo que te va a durar… -Que sí. ¡Vamos, papi, cómpramelo! El hombre suspiró y buscó dinero suelto en el bolsillo. -¿Cuál quieres? -preguntó el globero.

Queco se izó más si cabe. El niño con la boca llena de manzana y caramelo pasó revista: había dos globos amarillos, otros dos blancos, tres verdes, uno… -Ése, ése azul. Lo quiero. Con la emoción, a Queco se le olvidó despedirse de sus compañeros. ¡Vaya suerte!, pensaron éstos. Ellos tendrían aún que esperar. Y lo vieron marchar muy ufano con el niño. La tarde decaía y en la ciudad las luces no estaban quietas. ¡Qué divertido para Queco! El ámbar se apagaba, se encendía, se apagaba… -¡Espera! ¡Ven acá! -chilló el padre a buen paso. Pero el pequeño correteaba entre risas por la acera, brincaba de aquí para allá dando gritos… Varios dedos infantiles lo señalaron con pelusa, y Queco se vio impelido en todas las direcciones. ¡Era tan emocionante! -Se te va a soltar. Lo veo venir -aseveró el padre reteniendo al chiquillo ante un cruce. Al poco, los espacios se achicaron. Entonces el niño soltó a Queco y éste se encontró en lo alto de una pequeña habitación. ¡Cuánta fiesta en todas las pupilas! Satisfecho como estaba, a Queco no le importó pasar la noche contra un techo de escayola.

Aquel sábado, el sol entró bonachón en el cuarto. La flota del almirante esperaba zarpar de inmediato porque, a pocas millas, tras la espesura de la isla, fondeaba un barco pirata de terrible leyenda. Faltaba dar la orden; pero el pequeño marino, aunque intrépido, sólo tenía ojos para su nuevo juguete: Queco. Precisamente a Queco le chocaba ver una tripulación muy diminuta junto a cosas enormes como el armario, la cama… De improviso, recibió un empujón, seguido de otro más contundente. Todavía en pijama, el niño, de pie sobre el edredón de monigotes, enarbolaba el mango de un plumero. Queco se corrió de sitio, pero no bajó. Entonces el chiquillo pidió refuerzos. Toma, tómalo, que me dejas sorda con tanto chillido-. Y la buena señora, de paso, entreabrió la ventana para airear la habitación.

Estaba bien. Su amiguito quería divertirse y Queco jugó a ser pelota. Botó, salió disparado hacia la lámpara (que giró caótica), tiró panza arriba al oso peludo y… ¡Gol! El pequeño delantero palmeó dando un salto, luego volvió a la carga con más ímpetu. ¡Yupi! Aquello era excitante, pero cada patada dolía. Queco supo entonces que él no estaba hecho para aquellos trotes. Alicaído, quedó sobre el césped de la alfombra. Sin embargo, no hubo respiro. ¡Paf! -¡Qué chutazo! -bramó el crío. Esta vez Queco no chocó contra ningún mueble. Sólo caía, caía… A los gritos renegados del niño acudió la abuela. -¡Vaya! Ya me extrañaba a mí que te durara tanto. La mujer se asomó: miró al cielo, luego a la calle. -Bueno, no se le ve-. Y, sin entretenerse más, cerró la ventana. Conocía bien las pataletas de su nieto. Queco estaba allí, parado en mitad del paso de peatones. No salía de su aturdimiento. ¡Cuánto ir y venir! Piernas con faldas, pantalones, más piernas… Un tacón golpeó con fuerza el pavimento a pocos milímetros de él. ¡Menudo susto! Se había librado de una buena. Pero ¿qué pasaba ahora? Las botas, los playeros, muchos zapatos corrían a las aceras. Queco se quedó solo frente a la luz roja, que lo miraba apremiante. Y justo entonces aquel camión gigantesco rugió. Sus ruedas comenzaron a girar muy aprisa. Unas ruedas enormes con neumáticos que enseñaban sus dientes… Y a la vez que giraban, se acercaban más y más a Queco. Éste deseó empequeñecer, convertirse en una mota de polvo, en menos incluso. Pero el horrible monstruo ya se le echaba encima, ¡qué espanto!, y se lo tragó con estruendo.

Fueron segundos o miles de años en un túnel oscuro y estremecedor. Luego los acelerones del camión se alejaron envueltos en humo, y Queco fue a parar junto a un bordillo. ¡Menudo destino el suyo!, en la rejilla de un desagüe. Gracias a que las hendiduras eran estrechas… En ese momento, una mano gordita agarró a Queco. Éste se encontró con dos ojos redondos e inocentes. ¡Menos mal! Aquel pequeño ser se interesaba por él. La nena balbuceó contenta de su hallazgo. -Pero, pero ¿qué tienes en la mano? ¿No te he dicho que no cojas nada del suelo? Es caca, ¡caca!

De nada sirvieron los gimoteos de la pequeña reclamando su tesoro. Queco acabó en la papelera, entre varios pañuelos de celulosa con catarro y una piruleta rota. ¡Qué desdicha! ¿Les habría pasado lo mismo a sus compañeros? Con la ilusión que todos tenían de conocer mundo. Cómo añoraba al globero en la esquina, rodeado de chiquillos. Alguien arrojó un refresco a medio beber. Queco se encogió maltrecho y mojado. ¿Qué iba a ser de él? ¡Zas! Ahora le tocaba el turno a una cajetilla de tabaco. Ni siquiera para reciclar. Encima de lo mal que olía. Y así, a cada rato, fueron cayendo más desperdicios. No, no había solución. Queco se quedó sin espacio y sin luz.

De repente, al cabo de quién sabe cuántas horas, algo se empezó a mover dentro de la papelera. Algo que rebuscaba apartando sobras de merienda, folletos sin leer… Queco volvió en sí medio asfixiado. ¿Qué sería aquello? Entonces se abrió un resquicio de luz y… Era una mano, una mano grande que hurgaba ahora en un paquete. -¡Ajá! -exclamó el vagabundo desde arriba. Aunque poco, al menos tendría una galleta que llevarse a la boca. Pero también sería cosa de seguir husmeando… Queco sintió que unos dedos ásperos lo palpaban, lo achuchaban. Y en un santiamén estuvo fuera de la papelera. Esto era el final, sin duda. -¡Caramba, chico! ¡Qué mala pinta tienes!

Aquella cara curtida y con arrugas le sonrió de oreja a oreja. Pero Queco había sufrido tantos batacazos que ya no se lo creía. ¡Hum! Veamos si puedo hacer algo por ti. El vejete lo sacudió amistosamente. Nada se perdía con probar. Así pues, inspiró con fuerza y, ni corto ni perezoso, le soltó a Queco un largo soplido. Casi de sopetón, Queco se llenó de aire. ¡Ah, qué bien! Empezaba a sentirse mejor, mucho mejor. ¡Viva, estaba salvado! Y todo gracias al buen vagabundo. ¿Podría irse con él? Desde luego no era mala idea: una vida bohemia, lugares que desconocía… -¡Caray, chico! Pareces otro. Era verdad. De nuevo Queco estaba radiante y azul.

-¡Hale!, te voy a soltar. A Queco le dio un tembleque. Allá abajo pasaba el río. Como se cayera al agua, ¡menudo porvenir otra vez! Su amigo el vagabundo lo despidió con una palmada. -¡Buen viaje, chaval! Queco estaba aterrorizado. Mira que tenía mala pata. Siempre lo mismo. Todo se le chafaba. Pero ¿no era cierto que flotaba? ¡Sí!, ¡subía, subía hacia el techo azul! ¡Y qué pequeñas se quedaban ahora las casas, el puente, los coches…! Al principio sintió un poco de vértigo, porque también el vejete dándole de mano parecía una miniatura. En cambio el espacio resultaba enorme. Y placentero. Se podía sentir a sus anchas. Queco ya no tenía miedo. Al revés, ¡menuda gozada! Aunque… ¿Adónde iría? Abajo la diminuta ciudad ya estaba en sombras, mientras que, a lo lejos, en otras tierras amanecía. ¡Claro, eso! Seguiría al gran disco dorado en sus andanzas, donde quiera que fuese.

Era muy alegre, y todo un artista que pintaba con bonitos colores los paisajes. Además, con él no se pasaría frío. ¡Iba a ser un viaje maravilloso! De repente, a Queco lo envolvió un abrazo tibio y jovial. ¡Qué gracia! La ráfaga le incitaba a dar volteretas: hacia adelante, hacia atrás, de lado… ¡Ja, ja, ja! ¡Vaya juerga! Aunque puestos, ¿por qué no echar un baile? Queco se lo estaba pasando en grande, mientras la ráfaga canturreaba. Era tan feliz que no se paraba a pensarlo. ¡Ay, pero qué despiste! Ahora Queco se acordó del viaje. No había tiempo que perder. Se estaban entreteniendo demasiado. ¡Vamos, aprisa! Y Queco, más radiante y azul que nunca, marchó raudo en pos del sol de la mano del viento.

Y Colorín Colorado




domingo, 10 de julio de 2011

CUENTO PESCADOR


CÓMO LA GENTE APRENDIÓ A PESCAR. Cuento Tradicional Lakota Traducción de Cheryl Harleston

Mathó era un oso muy pequeño cuando llegó a este mundo. Nació en una cueva en lo profundo de la tierra, y no era lo bastante grande como para dañar a nadie. Su madre lo llamó Matochikala en el idioma de la Gente.

Cuando su madre despertó de su largo sueño, sacó a Oso Pequeño al brillante sol de primavera. "¿Qué son estas criaturas que vuelan alto por arriba de mi cabeza?", preguntó Oso Pequeño. "Wanblí", respondió la madre con su voz ronca. "Es de Águila que nosotros aprendemos a vivir nuestra vida con dignidad. Los ojos de Águila son más agudos que los nuestros, así que siempre escuchamos las advertencias que Wanblí envía desde lo alto."

La madre de Oso Pequeño lo condujo a través de la pradera de aromas dulces, hasta la orilla de un río donde ella lo enseñaría a beber. El metió su nariz en el agua clara y tomó un sorbo. El choque del agua fría lo puso instantáneamente alerta y vigilante. Muchos años después, cuando él hubiese crecido y rendido honor a su nombre de guerrero, Mathó recordaría su primera bebida. Siempre que necesitaba claridad de pensamiento o viveza para la cacería, él se zambullía en el río para prepararse a sí mismo para la tarea.

Mathó recordaba sus primeros días con afecto, pues su madre había sido una gran maestra. Ella siempre lo protegió y lo guió para que viviera la plenitud de la vida. Ella le enseñó a buscar larvas dentro de los troncos podridos de árboles de abeto. Le enseñó cuáles flores y pastos eran los más dulces, cuáles raíces lo harían fuerte, y cuáles bayas lo ayudarían a engordar para su primer sueño largo de invierno.

Y ella le enseñó a atrapar los peces rojos conforme se estrellaban contra él en el río resbaladizo. La madre de Mathó le mostró un lugar especial entre dos rocas fragosas donde él podía sostenerse. "Espera con calma y paciencia en este lugar", le dijo, "y las grandes cosas rojas y brillantes saltarán directo a tu boca."

Y así fue que la Gente aprendió a pescar,... observando a Mathó y a su madre. A partir de ese momento, Mathó y la Gente nunca pasaron hambre mientras él y sus hermanos pudieran ser vistos pescando en el río.

Y Colorín Colorado

Glosario de palabras Lakota:
Mathó ~ Oso Gris
Matochikala ~ Oso pequeño
Wanblí ~ Águila, "el que aletea"

jueves, 7 de julio de 2011

CUENTO ENCANTADO


EL BOSQUE ENCANTADO. Anónimo.

Había una vez, un bosque bellísimo, con muchos árboles y flores de todos colores que alegraban la vista a todos los chicos que pasaban por ahí. Todas las tardes, los animalitos del bosque se reunían para jugar. Los conejos, hacían una carrera entre ellos para ver quién llegaba a la meta. Las hormiguitas hacían una enorme fila para ir a su hormiguero. Los coloridos pájaros y las brillantes mariposas se posaban en los arbustos. Todo era paz y
tranquilidad.

Hasta que... Un día, los animalitos escucharon ruidos, pasos extraños y se asustaron muchísimo, porque la tierra empezaba a temblar. De pronto, en el bosque apareció un brujo muy feo y malo, encorvado y viejo, que vivía en una casa abandonada, era muy solitario, por eso no tenía ni familiares ni amigos, tenía la cara triste y angustiada, no quería que nadie fuera feliz, por eso... Cuando escuchó la risa de los niños y el canto de los pájaros, se enfureció de tal manera que grito muy fuerte y fue corriendo en busca de ellos.

Rápidamente, tocó con su varita mágica al árbol, y este, después de varios minutos, empezó a dejar caer sus hojas y luego a perder su color verde pino. Lo mismo hizo con las flores, el césped, los animales y los niños. Después de hacer su gran y terrible maldad, se fue riendo, y mientras lo hacía repetía: - ¡Nadie tendrá vida mientras yo viva!

Pasaron varios años desde que nadie pisaba ese oscuro y espantoso lugar, hasta que una paloma llegó volando y cantando alegremente, pero se asombró muchísimo al ver ese bosque, que alguna vez había sido hermoso, lleno de niños que iban y venían, convertido en un espeluznante bosque.

¿Qué pasó aquí?... Todos perdieron su color y movimiento... Está muy tenebroso ¡Como si fuera de noche!... Tengo que hacer algo para que éste bosque vuelva a hacer el de antes, con su color, brillo y vida... A ver, ¿Qué puedo hacer? y después de meditar un rato dijo: ¡Ya sé!

La paloma se posó en la rama seca de un árbol, que como por arte de magia, empezó a recobrar su color natural y a moverse muy lentamente. Después se apoyó en el lomo del conejo y empezaron a levantarse sus suaves orejas y, poco a poco, pudo notarse su brillante color gris claro. Y así fue como a todos los habitantes del bosque les fue devolviendo la vida.

Los chicos volvieron a jugar y a reír otra vez, ellos junto a los animalitos le dieron las gracias a la paloma, pues, fue por ella que volvieron a la vida. La palomita, estaba muy feliz y se fue cantando. ¡Y vino el viento y se llevó al brujo y al cuento!

Y Colorín Colorado



lunes, 4 de julio de 2011

CUENTO DORADO


LA CIERVA DORADA. "Mitos y Leyendas Celtas” Roberto Rosaspini Reynolds. Extracto y adaptación Fabiana Kofman

Durante una cacería por los bosques, el famoso Finn Mc Cumhaill, vio cruzar repentinamente la senda que seguían, a una hermosa cierva dorada, lo cual hizo que los perros se lanzaran en su persecución. Luego de varias horas de seguirla, llegaron a un fresco valle, donde la cierva, sin duda muy cansada por la carrera, se detuvo y cayó al suelo.

Inmediatamente, los perros se lanzaron hacia ella, pero para el asombro de Finn, en lugar de atacarla, comenzaron a jugar a su alrededor, lamiendo su cara y su cuello. Finn dio órdenes de que nadie la dañara, y todos comenzaron el regreso hacia el castillo, con la cierva y los perros siguiéndolos, jugando armónicamente mientras lo hacían.

Durante la noche, Finn despertó sobresaltado, y vio parada al lado de su cama a la mujer más bella que jamás se hubiera visto. “Yo soy Sadv, querido Finn, -dijo la dama- y soy la cierva que seguiste hoy. Como no quise brindarle mi amor al druida del Pueblo de las Hadas, me hechizó condenándome a llevar esa forma, de esto hace ya tres años. Pero uno de sus esclavos, un buen amigo, me dijo que si lograba entrar en la fortaleza de Allen, recuperaría mi forma original.”

Y así Sadv se quedó a vivir en el castillo, como esposa de Finn, cuyo amor era tan profundo que ya no sentía deseos de ir a la guerra o de cacería. Pero una mañana le llegó la noticia de que se avecinaba un ataque por mar; los Hombres del Norte se encontraban en la bahía de Dublín y venían hacia su dominio.

Sólo siete días permaneció Finn fuera de su casa. Al regresar, no vio a Sadv esperándolo, entonces preguntó a sus sirvientes por ella. Uno de ellos, el más fiel y servicial, con mucha pena le dijo: “El día antes del de ayer, nos pareció veros llegar, y todos nos apresuramos hacia el portal, pero en cuanto la Reina Sadv lo cruzó, un fantasma apareció la cubrió con niebla y en su lugar sólo quedó una cierva dorada. Los perros la acosaron y no le permitieron volver al portal, obligándola a huir hacia el bosque. No la volvimos a ver más.”
Finn se estrujó las manos, y se retiró con muchísimo pesar a sus habitaciones. Jamás fue el mismo, y durante siete años la buscó por toda Irlanda. Finalmente, siguiendo un rastro de jabalíes en los montes de Ben Gulbann, oyó que los perros ladraban furiosamente. Se llegó hasta allí, y descubrió un niño desnudo, de largos cabellos rubios. Finn y sus hombres alejaron a los perros, y condujeron al niño al castillo.

Cuando pudo hablar, contó que nunca había conocido a sus padres, sino sólo a una bella cierva dorada, con quien había vivido en un valle profundo y hermoso. Esto había sido así hasta que una tarde descendió una niebla espesa y cubrió a la cierva, haciéndola desaparecer de su lado.

Inmediatamente comprendió Finn que la cierva no era otra que su amada Sadv, y este niño, su hijo. Lo nombró Oisín (pequeño ciervo), quien más tarde se transformó en un famoso guerrero, y casó con Niam, la del pelo dorado.

Y Colorín Colorado



sábado, 2 de julio de 2011

CUENTO LECTOR


LA HABITACIÓN DE LA FANTASÍA. TODO PAPÁS.

Sofía, vivía con sus abuelos Juan y María en una casa muy grande a las afueras de la ciudad. Allí tenía un bonito jardín, un huerto, conejos, gallinas y patos. Al llegar del colegio, le gustaba jugar con los animales y cuando estaba muy cansada de saltar y brincar, se recostaba en el césped dejándose acariciar por la suave brisa que la primavera traía consigo. A veces, se quedaba muy quieta y callada intentando escuchar el sonido que hacia la hierba al crecer. Era feliz.

Sus abuelos la querían y mimaban, quizás, demasiado, pero claro, es lo que tienen los abuelos. Por las noches, dejaba descansar su cabecita en el regazo de su abuelo Juan mientras este, acariciaba los preciosos rizos de su cabello hasta quedarse dormida. Después, su abuela María, la tomaba en sus brazos y la llevaba hasta su cama y con un beso en la frente le decía con voz dulce: "Mi princesa, hasta mañana". Había algo que a Sofía la tenia intrigada. Sus abuelos nunca la regañaban, ni la castigaban, lo único que su abuelo Juan le tenía terminantemente prohibido era entrar en la habitación de la buhardilla.

Un buen día, Sofía se encontraba jugando en el interior de la casa. Fuera hacía calor y no apetecía estar al Sol. Sus abuelos estaban en el huerto de la parte trasera de la casa regando, en otras ocasiones Sofía los ayudaba pero aquel día prefirió quedarse dentro. Tenía una pelotita rosa con la que se entretenía a tirarla y salir corriendo tras ella. La pelota botaba y botaba y ella saltaba y reía. De repente en un bote, la pelota fue tan alta que subió muy arriba, tan arriba, que rebotó en el techo, esta salió despedida de tal forma que casi golpea a Sofía en la cabeza. Sofía en un brusco movimiento consiguió evitarla. Mientras intentaba recoger la pelota, que seguía botando de un sitio a otro caprichosamente, escuchó algo, un fuerte golpe que provenía de la buhardilla que la dejó petrificada.

Muerta de miedo e intentando no acordarse de las advertencias de su abuelo Juan, Sofía subió los peldaños de las angostas escaleras lenta y cadenciosamente, uno a uno. En varias ocasiones pensó darse la vuelta pero la curiosidad era muy fuerte. Llegó hasta la puerta y acercó la oreja a la misma. Silencio. No se oía absolutamente nada. Acerco su manita temblorosa al pomo y despacio, lo giró poco a poco. La puerta comenzó a abrirse muy despacio con un rechinar que a Sofía no le gustó demasiado. Dentro no se veía absolutamente nada. Primero un pie, después el otro... estaba dentro. La puerta se cerró de forma brusca tras de sí con un fuerte y violento golpe que sobresaltó a Sofía.

Intentó calmarse y palpando con su pequeña manita las paredes encontró lo que parecía ser un interruptor que accionó rápidamente....No podía creer lo que se abría ante sus ojos, cientos de libros apilados en estanterías rodeaban la habitación de pared a pared y desde el suelo al techo. Al principio pensó: - "Vaya cosa. ¿Por esto no quería mi abuelo que entrase aquí?" Se acercó a una de las estanterías y cogió un libro, la cubierta estaba llena de polvo y se notaba antiguo. "La Isla del Tesoro". Sofía paso las páginas intentando encontrar algún dibujo, precisamente a ella, leer no era algo que le gustase demasiado. Al no encontrar nada que le gustase lo puso de nuevo en su sitio.

Comenzó a coger un libro y otro y otro. Procuraba colocarlos exactamente como los encontraba para que su abuelo Juan no sospechase. Pero algo pasó. Al colocar último libro que cogió, "Peter Pan" de nuevo se escuchó el brusco golpe pero esta vez lo notó cerca, muy cerca, tan cerca que el vello de la nuca se le erizó. Sofía dio un brinco hacia atrás con tan mala suerte que tropezó con una estantería situada en el centro de la estancia. Sofía cayó al suelo y la estantería comenzó a balancearse adelante y atrás. Rápidamente Sofía intento sujetarla pero no tenía fuerza suficiente y la estantería cayó al suelo bruscamente.

"¡Madre mía, como se entere mi abuelo!" Pensó Sofía. Ni corta ni perezosa se dispuso a organizar el desorden. Con mucho, muchísimo trabajo puso derecha la estantería, colocó una silla para poder llegar a los lugares más altos y comenzó a coger un libro y otro para colocarlos en su sitio. Cada libro que cogía, lo hojeaba para comprobar que no habían sufrido ningún daño, al principio todo iba bien hasta que se encontró con una ilustración un tanto curiosa. "¡¿La caperucita roja colgada de una liana con Tarzan?!"

Miro la portada del libro para comprobar el título: "Tarzan". Cogió otro libro y hojeando las ilustraciones comprobó como Alicia ya no perseguía un conejo blanco si no que estaba dentro de la casita de chocolate de Hansel y Gretel y estos los vio en otro libro siendo perseguidos por los 40 ladrones de Alí Baba. Así libro tras libro todos los personajes de los cuentos habían cambiado de lugar, estaba todo desordenado, ninguno estaba en su libro.
"¡Dios Mío!, ¡¿pero qué es lo que ha ocurrido aquí, ahora como arreglo esto?!" Estaba pensando cómo solucionar aquello cuando, de nuevo, sonó otra vez el ruido dentro de la habitación, si, aquel ruido que había escuchado en otras dos ocasiones, pero esta vez, el ruido venía acompañado de un quejido y sollozos. Sofía se levantó y empezó a buscar el origen del llanto. Cada vez el sonido se hacía más cercano hasta que su vista reparó en un libro abierto caído en el suelo en cuya portada se leía "Peter Pan". Unas piernecitas asomaban por debajo del libro y se movían como intentando zafarse del peso que las oprimía. Sofía, temerosa pero decidida, levanto lentamente el libro y descubrió una personita pequeña, con alas a la espalda, orejitas puntiagudas y unos ojos enormes que la miraban curiosos de arriba a abajo. Vestía unos pantaloncitos verdes hasta la rodilla y llevaba un pequeño gorrito en forma de campanilla hacia abajo de color blanco.
Con una voz pequeña, muy pequeña dijo: "Gracias, pensaba que no podría salir de ahí" Sofía no sabía que hacer ni que decir, su tez se había tornado blanca y sus piernas casi no podían sostenerla. "¿Estas bien?" preguntó aquel extraño ser -"Si" respondió Sofía "¿Quién eres"? preguntó. "Soy Arthael, el guardián de los libros. Llevo en esta buhardilla muchos años protegiendo las historias y cuentos que desgraciadamente cada vez más están cayendo en el olvido. Antes se leía más. Ahora con la televisión, los ordenadores, la radio, estas historias ya no se leen y podrían desaparecer." "¿A ti te gusta leer?" Sofía se quedó pensativa y respondió tímidamente: “Pues no demasiado, nunca me ha interesado la lectura, solo me gustaban las ilustraciones de los libros y así, viéndolas, me imaginaba la historia."


Arthael frunció el entrecejo y se dio media vuelta dándole la espalda. "¿Qué pasa?" Preguntó Sofía "Por gente como tu se perderán los cuentos y todos los personajes de estos desaparecerán en el olvido para siempre. ¿¡No te das cuenta!?. Además, ¡¿Qué es todo este desastre?!" Sofía le contó todo lo ocurrido y Arthael le propuso un trato. Arthael ayudaría a Sofía a arreglar todo el entuerto y a colocar los personajes de los cuentos en sus correspondientes lugares si ella prometía leer todos los días un poco antes de acostarse.

Y así fue. A partir de ese día, Sofía leyó cada noche antes de acostarse para que los personajes de los cuentos no desapareciesen jamás.

Y Colorín Colorado