martes, 29 de septiembre de 2015

CUENTOS CONTADOS POR TITA

La aventura de oír Cuentos Empitucados


Oír cuentos es fundamenteal para la divulgación y transmisión de la tradición oral. Motiva la memoria oral y escritura, tradición y recreación, vivencias con contadores de cuentos, propuestas para la expresión oral del niño. A continuación 2 cuentos cortos con mucha moraleja.

Deliciosa "escucha" que nos introduce en el mundo de los cuentacuentos, las canciones y los juegos, nos enseña la importancia de lo oral en la formación del niño lector, y en definitiva, nos enseña a descubrir ese saber aprendido en la infancia y adormecido en la memoria del adulto, que nos pone en contacto con un patrimonio cultural cuya importancia no siempre es reconocida.

Inspiración:

Si no puedes escuchar el cuento en el reproductor haz click aquí.

Buen Humor:

Si no puedes escuchar el cuento en el reproductor haz click aquí.

jueves, 17 de septiembre de 2015

CUENTO TOMATERO

PIFUCIO  Y  EL  TOMATE. Sergio Samoilovich (Escritor Argentino)

Resulta que Pifucio era un nene un poco raro.No le gustaban las golosinas, pero le encantaba la sopa. Le ponía dulce de leche a las milanesas, y sal a la leche chocolatada. Le gustaban las verduras y no la carne.No le gustaba tirarse a la pileta de lona, pero sí bañarse y lavarse las orejas. Cuando dormía ponía los pies en la almohada y la cabeza en el colchón. Un día se equivocó y se puso la campera del papá como pantalón, y no se dio cuenta en un rato largo.

Un día, Pifucio se hizo amigo de un... tomate. Estaba sentado en el piso jugando con el tomate, haciéndolo rodar y girar, mirándolo y pasándolo de una mano a otra.

La mamá le preguntó que hacía, y él le dijo:- Juego con mi amigo Tomate, mamá.- ¿Y cómo podés ser amigo de un tomate? ¿No ves que no habla y no se mueve? - dijo la mamá.- ¿Y que importa? ¿No puedo quererlo igual? - protestó Pifucio.

- Es que los niños no son amigos de las cosas - respondió la mamá. Son amigos de otros niños, de algunas personas grandes, de un perrito o un gatito. Pero de un tomate... es  lo más raro. Pifucio se quedó pensando un rato. Un amigo suyo decía que era amigo del Superman de la tele, otro era amigo de un oso de peluche, y otro de una nena de tercer grado. ¿Entonces, qué tenía de raro un tomate?

Esa noche Pifucio se llevó el tomate a la cama, y durmió con él. Ocupaba mucho menos lugar que el oso, y ya tenía bastante olorcito a tomate. Durante el día la mamá insistió en guardarlo en la heladera, y Pifucio lo envolvió en una servilleta para que no tuviera frío. Pero el tomate estaba bastante blandito, se puso negro en un costado y le salió una pelusita blanca en la panza. Pifucio se preocupó y le pidió a la mamá que llamara al doctor.- No hay doctor de tomates - le respondió la mamá.- Entonces llamá al veterinario - pidió Pifucio.- No hay veterinario de tomates - dijo la mamá.- Entonces al verdulero - insistió Pifucio.- Los verduleros no hacen visitas a la casa de la gente como los doctores. - explicó la mamá.

Entonces la mamá lo sentó en la mesa y le contó que su tomate se estaba pudriendo, y que eso es lo que le pasa a todos los tomates, y que había que tirarlo a la basura, y que si seguía diciendo que el tomate era su amigo estaba loquito.

Pifucio lloró un poco, y aceptó que su mamá tenía razón.

Al día siguiente fue a abrir la heladera para ver de que otra verdura se podía hacer amigo. Pero la mamá se adelantó, y antes de que Pifucio se hiciera amigo de nada, lo llevó a la plaza.

Allí jugó un rato largo en el arenero, y al final se hizo amigo de... un baldecito de plástico. Y también de una... palita. Y de un... rastrillo. Pero también de la dueña de las tres cosas, que era una nena muy simpática.

Y colorin colorado....

miércoles, 9 de septiembre de 2015

CUENTO ENORME

EL GIGANTE TRANSPARENTE. Juan Chaves.
Hoy en el recreo me miró como cuatro veces. Aunque Luis estaba detrás de mí… ¿Lo miraba a él o a mí? Si lo miraba a él es una tramposa. Pero no importa, ahora ya no importa. Hoy… tiene que ser hoy… ¿Pero cómo hago? En el recreo no, hay muchos chicos, mejor la acompaño a tomar el micro y cuando doblamos la esquina… listo. No, no, en la esquina no… en la parada del micro siempre hay poca gente, mejor ahí. —Mabel, ¿te acompaño a tomar el micro? —Bueno, dale. ¡Uuy, qué bueno! Tengo que aprovechar cuando estemos esperando el micro. Ya me comí como cinco pastillas de menta para tener el aliento fresco. ¿Mabel tendrá mal aliento? Bueno, igual es un momentito, unos segundos nomás… ¿Cuánto tiempo tendrá que durar? —¿Querés una pastilla de menta? –No gracias. No sé de qué hablar, del amor no, si no sabemos nada, somos muy chicos. Le digo cualquier cosa de la escuela y chau… Pero justo ahora me siento raro. Me parece que el calor se me subió a los cachetes, tengo que respirar hondo. Tiene que ser hoy… ¿Tiene que ser hoy? Porque lo puedo dejar para mañana, cuando esté más tranquilo… No, no, tiene que ser hoy, ahora. Si no, va a pensar que soy un tarado. 

—¡Qué calor! ¿No? —Y… más o menos… Espero que el gordo Freire no nos haya seguido, porque después empieza a cargarme. Si mañana me dice algo o me burla, lo reviento a trompadas. A ver… no, no nos siguió… Bueno, lo que tengo que hacer, ahora que llegamos a la parada, es ponerme en posición como lo estuve ensayando. Me pasé más de media hora frente al espejo poniendo la cabeza un poco torcida como en las películas. Debe haber alguna razón para que los que se van a besar inclinen la cabeza… Debe ser para que no choquen las narices, claro, si le aplasto la nariz con la mía no vamos a poder respirar. Después se entrecierran los ojos y se abre un poco la boca pero sin llevar los labios hacia adelante. Los tipos de las películas, cuando besan no ponen los labios con trompita como mi tía Gladys, que cada vez que me saluda me babosea las mejillas. En el momento del beso siempre veo que cierran por completo los ojos, no sé por qué… a mí me gustaría mirar un poquito. Cuando lo ensayé frente al espejo abrí los ojos y me pareció algo cómico. Ahora que me acuerdo… ¿Habré limpiado bien? Si mi mamá llega a ver la marca de mis labios en el espejo me va a matar… No, no hay forma de que sepa qué es, la marca no es como una huella digital. 

Bueno, ya llegamos a la parada… ¿Y ahora? Bueno, ahí va… Si me recuesto sobre el caño que sostiene el cartel del micro y estiro un poco el cuello así… No, no queda muy natural. Mejor me inclino cerca de ella como mirando si viene el micro y trato de pronunciar frases que terminen en una “o” alargada para preparar los labios y entonces ahí sí. Podría ser: “me parece que ahí viene el microo… oo… ” No, no, qué tarado… Si le digo eso va a girar la cabeza y no lo voy a poder hacer. Tengo que estirarme un poco más, en puntas de pie. Ya me están doliendo las piernas y los cachetes siguen rojos… ¡Qué incómodo! —Juan, ¿qué hacés así todo torcido? —Nada… me parece que ahí viene el microo… ooo… —Bueno, entonces… mmmhh… mmhhhhh… ¿Qué pasa? Mmmhhh… Lo hizo ella, me ganó de mano… ¿Qué hago? Tiene los labios húmedos. ¿Hay que tener los labios húmedos? …no sabía que duraba tanto tiempo… —Chau, sonso… —Chau… ¿Así era? Estuvo lindo…Y mañana qué le digo? No, mañana me hago el enfermo y no voy a la escuela, así tengo tiempo para pensar… 

De pronto siento la sensación de que el pecho se me ensancha y se me infla como una pelota… Estoy más alto que antes de besarla, empiezo a crecer pero las cosas a mi alrededor no cambian de tamaño. Estoy más alto que el cartel de la parada del micro. Si, ahora estoy más grande que el árbol… ¡Qué raro, no tengo nada de miedo! Aumento de tamaño hasta llegar a la altura del segundo piso de un edificio… Tengo que cuidar mis movimientos porque cada vez estoy más alto y no quiero romper nada. Los árboles, los autos y los edificios parece que se achicaran. Me convierto en un gigante alto como un edificio de diez pisos, pero la gente no se asusta. Porque no me ve… ¿Por qué no me ven?… Ah, claro, soy un gigante transparente. 

¡Un gigante transparente! Si quiero puedo jugar con las nubes, saltar un edificio alto, sentarme en el techo de una vieja casona, cruzar de un solo paso el lago del bosque, o destruir la ciudad. Pero no lo hago porque los gigantes transparentes somos buenos, somos felices y no necesitamos molestar a la gente chiquitita. Aspiro fuerte el aire de la tarde y provoco una brisa que mueve las copas de los árboles. 

Estoy contento, tengo una alegría gigante y transparente… Quiero conocer más gigantes… Busco a otros gigantes transparentes que sean como yo, pero no encuentro a ninguno. ¿Será que la gente ya no se besa? 

Y Colorín colorado….