domingo, 29 de junio de 2014

CUENTO PEREZOSO

LA BOINA MARAVILLOSA


Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por su pereza, suspiro tristemente, diciendo: ¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?

Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una boina de hilo de oro de la que salió una débil voz: Trátame con cuidado, príncipe. Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se ira soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven.

El príncipe, para cerciorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto príncipe. Tiro un poco mas y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era rey! Con un nuevo tironcito, inquirió: Dime boina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos? En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando mas hilo para saber como serian sus hijos de mayores.

De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos cabellos nevados. Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la boina. ¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente, intento enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. Entonces la débil vocecilla que ya conocía, habló así: Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por la vida sin molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues tu castigo.

El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin hacer nada de provecho.

Y Colorín Colorado

viernes, 20 de junio de 2014

CUENTO PATOTAS

TODOS SOMOS DIFERENTES. enviado por Pablo Zevallos - Brasil

Cuenta una historia de que varios animales decidieron abrir una escuela en el bosque. Se reunieron y empezaron a elegir las disciplinas que serian impartidas durante el curso.

El pájaro insistió en que la escuela tuviera un curso de vuelo. El pez, que la natación fuera también incluida en el currículo. La ardilla creía que la enseñanza de subir en perpendicular en los árboles era fundamental. El conejo quería, de todas formas, que la carrera fuera también incluida en el programa de disciplinas de la escuela. Y así siguieron los demás animales, sin saber que cometían un grande error.

Todas las sugerencias fueron consideradas y aprobadas. Era obligatorio que todos los animales practicasen todas las disciplinas. Al día siguiente, empezaron a poner en práctica el programa de estudios.

Al principio, el conejo se salió magníficamente en la carrera; nadie corría con tanta velocidad como él. Sin embargo, las dificultades y los problemas empezaron cuando el conejo se puso a aprender a volar. Lo pusieron en una rama de un árbol, y le ordenaron que saltara y volara. El conejo saltó desde arriba, y el golpe fue tan grande que se rompió las dos piernas. No aprendió a volar, y además no pudo seguir corriendo como antes.

Al pájaro, que volaba y volaba como nadie, le obligaron a excavar agujeros como a un topo, pero claro, no lo consiguió. Por el inmenso esfuerzo que tuvo que hacer, acabó rompiendo su pico y sus asas, quedando muchos días sin poder volar. Todo por intentar hacer lo mismo que un topo. La misma situación fue vivida por un pez, por una ardilla y un perro que no pudieron volar, saliendo todos heridos.

Al final, la escuela tuvo que cerrar sus puertas. ¿Y saben por qué? Porque los animales llegaron a la conclusión de que todos somos diferentes. Cada uno tiene sus virtudes y también sus debilidades. Un gato jamás ladrará como un perro, o nadará como un pez. No podemos obligar a que los demás sean, piensen, y hagan algunas cosas como nosotros. Lo que iremos conseguir con eso es que ellos sufran por no conseguir hacer algo de igual manera que nosotros, y por no hacer lo que realmente les gustan.

Debemos respetar las opiniones de los demás, así como sus capacidades y limitaciones. Si alguien es distinto a nosotros, no quiere decir que él sea mejor ni peor que nosotros. Es apenas alguien diferente a quien debemos respetar.

Y Colorín Colorado

martes, 17 de junio de 2014

CUENTO PAPITO

EL PAPÁ QUE NO SABÍA CONTAR CUENTOS. Eva López León


Había una vez un papá que no sabía contar cuentos... Cada noche antes de dormir, Jaime llamaba a su papá - Papá, ¿me cuentas un cuento? - Hijo, no sé ningún cuento. Si quieres te cuento lo que he hecho hoy en el trabajo, o lo que vi en el telediario, o lo que hablé con la tía María..., pero cuentos... no sé ninguno. - Menudo rollo, yo quiero que me cuentes un cuento - decía Jaime – - Si quieres mañana vamos a la biblioteca a ver si encontramos alguno para leer... Al día siguiente Jaime y su papá fueron a la biblioteca. ¡Buenas tardes! - dijo Jaime al entrar. - ¡Sshhhisss! ¡Silencio!- dijo la bibliotecaria- Aquí no se puede hablar alto o molestarás a los lectores. ¡Buenas tardes! - repitió Jaime, pero esta vez muy bajito. - ¡Buenas tardes! ¿Puedo ayudarte en algo? - preguntó la señora.

Tenemos un problema - explicó Jaime - Mi papá no sabe contar cuentos... ¡OH! Ese es un problema muy serio. Creo que sé quién puede ayudaros... ¿Quién? -preguntó el papá muy interesado. ¡El Duende de la Fantasía! ¿Dónde podemos encontrarle? - preguntó Jaime. - Subir a la tercera planta. Esta un poco oscuro porque se fundieron las luces y, como apenas va nadie por allí, aún no lo han arreglado. Tenéis que ir al fondo del todo. Allí hay un libro muy grande y no muy lejos de él lo encontraréis. Pero tener mucho cuidado, no lo vayáis a asustar. Lleva muchos años viviendo en la biblioteca y no está acostumbrado a los ruidos fuertes. Jaime y su papá subieron las escaleras, al llegar a la tercera planta, había muy poca luz, no había nadie en las mesas y al fondo, apenas se veía nada, así que se acercaron muy despacio casi de puntillas, para no hacer ruido.

Al fondo del todo había una mesa y sobre ella un gran libro, tan grande o más grande aún que Jaime, pero allí no había nadie más, no encontraron ningún duende... ¡Creo que aquí no hay ningún duende! - dijo papá. Este es el libro, así que no tiene que andar lejos. Jaime comenzó a andar alrededor del libro y, cuando hubo dado una vuelta completa, allí estaba el duendecillo, encima del libro, mirándole como si supiera a qué había ido allí. ¡Hola, Jaime! - saludó el duende. ¿Me conoces? ¡Claro!, te estaba esperando... Yo conozco a todos los niños y en especial a aquellos que necesitan mi ayuda. Cuéntame, ¿qué te pasa? Este es mi papá, no sabe contar cuentos... ¡Eso es imposible!- dijo el duende sorprendido ¡Es cierto! No conozco ningún cuento, puedo contarte lo que quieras, pero un cuento... ¡Imposible! El Duende de la fantasía, se pasaba las manos por la cara una y otra vez tratando de comprender lo que estaba viendo... Vamos a ver, ¿sabes quién es Caperucita? preguntó el duende No la conozco. ¿La Bella y la Bestia? Nunca he oído hablar de ellos. ¿Pinocho? ¿Quién es ese? ¿Blancanieves? ¿Es una chica? El Duende estaba empezando a perder la calma... ¿Sabes quién es David el Nomo? Todo el mundo sabe que los nomos no existen respondió el papá. ¡Es cierto, Jaime! ¡Tu papá no conoce ningún cuento! Esto es más grave de lo que pensaba... ¿Puede curarse? - preguntó Jaime. ¡Claro! Tu papá ha perdido su memoria infantil. Para recuperarla tenéis que ir al País de Siempre Volverás, buscar la fuente de los cuentos y beber de ella. Querrás decir el país de Nunca Jamás - dijo Jaime ¡No! Ese es el País de Peter Pan, yo hablo del País de Siempre Volverás, donde viven los protagonistas de todos los cuentos, allí están todos.

¿Cómo llegaremos hasta allí? El Duende dio un salto y al instante cayó al suelo y tras él cayó el libro, que quedó abierto Sus páginas mostraban una puerta secreta que conducía al País de Siempre Volverás. ¡Entrad!- dijo el Duende- Recordad que tenéis que buscar la fuente de los cuentos y beber de ella. Jaime y su papá entraron en el libro y al instante todo cambió de color, la luz llenaba el lugar, había flores, árboles y animalillos que corrían por todas parte, pájaros que cantaban sin parar, nubes azules, un sol radiante en el cielo y un camino de color naranja en el suelo... ¡Vamos, papá! Veamos dónde nos lleva este camino...

Padre e hijo anduvieron y anduvieron sin cansarse hasta llegar a una casita de ladrillos rojos, llamaron a la puerta, y se oyó una voz: ¿Quién sois? ¿y qué queréis? Soy Jaime y mi papá, buscamos la fuente de los cuentos. La puerta se abrió y aparecieron tres cerditos - ¡Ufff...! ¡Qué susto! Creíamos que era el lobo, ya destruyó dos casas pero con esta no podrá. No dejéis el camino, él os llevará a la fuente de los cuentos. Jaime y su papá siguieron andando por el camino naranja hasta que llegaron a un gran palacio, en la puerta había un gato, pero no era un gato normal, era un gato con botas. ¡Miaauuu! ¿Quién sois vosotros? - Jaime, que gato tan raro -dijo el papá un poco asustado. - Soy el gato con botas y cuido la casa de mi amo que se encuentra en la fiesta del pueblo. Nosotros buscamos la fuente de los cuentos - Entonces seguir el camino, os lleva al pueblo y allí esta la fuente. Jaime y su papá una vez más continuaron andando, a lo lejos se veía un pueblecito... Entonces apareció un gran globo que bajó del Cielo. ¡Buenos Días, caballeros! Soy Willy Fog, estoy buscando el baile de los cuentos, sabéis dónde esta. Al final de éste camino, nosotros vamos allí. - ¡Entonces subir a mi globo! Yo os llevaré. Se montaron en el globo y en un par de minutos llegaron al pueblo. Había muchísima gente celebrando una gran fiesta, la Bella y la Bestia bailaban en el centro de la plaza, Caperucita estaba preparando una merienda para todos los invitados, Los músicos de Bremen tocaban y cantaban sin parar, Blancanieves bailaba con los enanitos, Hansel y Gretel jugueteaban en su casa de chocolate. Aladín volaba en su alfombra mágica y Campanilla iba de un lado a otro buscando a Peter Pan, que se había escondido dentro de la casa de chocolate. Jaime y su padre se acercaron a la fiesta y preguntaron a un señor muy bajito: Hola, soy Jaime y buscamos la fuente de los cuentos.

Hola, soy David el nomo, la fuente de los cuentos está detrás del lago de los cisnes. Allí fueron Jaime y su padre, al llegar el papá se acercó y bebió de la fuente. Casi sin darse cuenta habían vuelto a la biblioteca, estaban frente al libro gigante, pero ya no había rastro del Duende de la Fantasía. Bajaron rápidamente a la planta baja y se acercaron a la bibliotecaria ¡Queremos llevarnos el libro gigante de la tercera planta! Ese libro no se presta, - dijo la señora. Podéis venir a leerlo cuando queráis, pero no se puede sacar de aquí. ¡Está bien! Volveremos mañana. Jaime y su papá se fueron a casa. Al llegar la noche, Jaime le preguntó a su papá ¡Papá, ¿me cuentas un cuento? ¡Claro! Conozco todos los cuentos del mundo, pero hoy voy a contarte un cuento especial... ¡Qué bien! ¿Estás preparado? ¡Sí! Había una vez un papá que no sabía contar cuentos...

Y Colorín Colorado…

sábado, 7 de junio de 2014

CUENTO ENCANTADO

LAS ILUSIONES. ESCRITORA ARGENTINA DE CUENTOS INFANTILES.


¡Alto ahí! Dijeron al unísono todos los soldados de la guardia real. ¡No puede escapar, atrápenlo! Gritó el de mayor rango. Sin embargo y a pesar del esfuerzo de todos, el ladrón escapó. No se trataba de un ladrón común de los que vagan por las calles robando fruta de los puestos del mercado o monedas de oro. Desencanto, así se llama el ladrón de este cuento, robaba principalmente ilusiones. Así de extraño como parece.

Robaba las ilusiones de la gente y despojaba a las personas de sus sueños y esperanzas. Tal vez se preguntarán ¿por qué hacía esto? Pues bien, siendo niño, Desencanto había sido víctima de un hechizo. Un brujo muy malvado lo privó de toda ilusión. Alguien que crece sin saber lo que son las ilusiones, sueños y esperanzas no crece bien y no vive mejor. Este joven creció deseando tener una ilusión, por pequeña que fuera, pero no lo había logrado. Desencanto había consultado a cuanto mago había en el pueblo y en el reino también, pero nadie había podido solucionar su problema, lo cual lo desencantaba más aún.


Sin esperanzas ni ilusiones, decidió robar los sueños de los demás habitantes de la comarca, creyendo así que algún día tendría el propio. No era tarea fácil robar algo tanto más valioso que monedas de oro, plata o piedras preciosas, pues lo que Desencanto verdaderamente quería robar era lo que no se podía tocar, aquello que está muy dentro de uno, pero aún así se las ingeniaba muy bien. Observaba mucho a las personas y al cabo de un tiempo aprendía qué era lo que más deseaban y de un modo u otro, se lo quitaba. Observaba a las mujeres en los puestos de telas y atuendos y veía quién miraba cada vestido. Podía ver en los ojos de esas mujeres la ilusión de verse más hermosas, de lucir más elegantes. Al cabo de un tiempo, robaba los vestidos más admirados y cuando las mujeres iban a comprarlos ya no estaban. Su ilusión de estar más bellas desaparecía junto con las prendas robadas. Miraba a los niños pobres y sus caritas frente a los puestos del mercado llenos de ricas frutas y verduras. Sabía que la ilusión de esos niños era no pasar hambre y poder alimentarse bien. Entonces, robaba la mercadería para que los chiquitos perdieran su esperanza de poder alimentarse algún día como debían.

Al cabo de un tiempo, el pueblo todo quedó sin ilusiones y se convirtió en el más triste de todo el territorio. No había sueños, ni esperanzas. No vayan a creer que Desencanto estaba mejor. La fantasía de robar ilusiones ajenas para tener la propia, no había dado resultado. Ahora no sólo él no tenía ningún sueño, sino que los demás tampoco. Los días transcurrían grises y aburridos. Hasta que al pueblo llegó Encantada, una princesa cuyo carruaje se había averiado y tuvo que detenerse allí para que lo pudieran arreglar. Mientras soldaban los herrajes de las ruedas, Encantada decidió conocer el pueblo. Lo que vio la entristeció. La gente no sonreía, los niños no reían, las personas parecían no tener nada bueno en sus vidas. De repente posó sus ojos en un joven que si bien tampoco sonreía, tenía algo en su mirada que llamó poderosamente la atención de la princesa. El joven era Desencanto, el ladrón. La princesa, sin saber a qué se dedicaba el joven y menos aún que él era el responsable de la desgracia del pueblo, se acercó a conversar con él. Le contó quién era y porque estaba allí y luego le preguntó cómo se llamaba. Cuando el ladrón le contestó, la princesa quedó impresionada, pues él era Desencantado y ella Encantada, sus nombres significaban cosas absolutamente opuestas. Más desconcertada aún quedó cuando preguntó al joven a qué se dedicaba y éste no pudo, o mejor dicho, no quiso responderle.

¿Qué pasa con la gente de este pueblo? ¿Por qué no sonríe? Pareciera que no tienen nada lindo en qué pensar, como si les hubieran robado las ilusiones. Agregó Encantada. Desencanto enrojeció. Sintió que la princesa lo estaba acusando, cosa que no era así pues nada sabía de él. Dispuesta a saber qué pasaba se dirigió a hablar con la gente y averiguar lo que ocurría. Mientras caminaba por las calles del pueblo, no podía olvidarse del joven. Había en él algo triste que la conmovía, algo que también tenía que averiguar. Conversó con cuanta persona pudo y todos le contaron acerca de Desencanto. Lejos de desilusionarse, Encantada -quien sí estaba llena de sueños e ilusiones- pensó que por algo su carruaje se había detenido en aquel pueblo, que algo importante ella tenía que hacer allí.

Deseó con todo su corazón devolverle la sonrisa a la gente, los sueños, las esperanzas. Deseó con toda su alma poder romper el hechizo que tan infeliz había hecho al joven y en consecuencia al pueblo. Todo el tiempo que tardaron en arreglar su carruaje, la princesa lo pasó con Desencanto. Ya no hacía preguntas, sólo le contaba cosas hermosas sobre sus tierras y su reino. La princesa se sentía a gusto con el joven, ella podía ver que, detrás de ese ladrón que dejaba a la gente sin ilusiones, había una persona que sufría y que quería ser diferente. El joven notó que por primera vez no lo miraban con rechazo, que no huían de él. La actitud de la princesa lo conmovió y su belleza y bondad comenzaron a enamorarlo. Cuando todo estuvo listo, Encantada tuvo que partir, no sin antes decirle al joven que volvería.

Espérame, pronto volveré y verás que las cosas no serán iguales, dijo Encantada. Desencanto se quedó muy triste, no quería que la princesa se fuese, no podía dejar de pensar en ella. Al principio era sólo eso, tristeza, pero poco a poco el joven ladrón empezó a tener sensaciones que desconocía o mejor dicho, no recordaba. No dejaba de pensar en sus palabras, ella había dicho que volvería y que todo sería diferente. Recordaba sus ojos, su voz, su cabello, pero por sobre todas las cosas la forma en que lo había mirado y la promesa de su regreso. Los días pasaban y las sensaciones que el joven sentía cambiaban. Tristeza, angustia, expectativa y de repente, lo inesperado ocurrió: ilusión. Para sorpresa de Desencanto, por primera vez desde que había sido hechizado, tenía una ilusión: que la princesa volviera. No podía creer lo que sentía, no entendía qué había pasado con el hechizo ¿se habría roto, pero cómo? Lo cierto era que soñaba con que volviera, tenía la esperanza que así lo hiciera y la ilusión que Encantada también se enamorase de él.

En medio de su felicidad por volver a tener sueños, el joven no entendía cómo se había producido el milagro y quién había roto el maldito hechizo. Lo que Desencanto luego comprendió es que lo que sentía era un verdadero amor por Encantada y el amor todo lo puede. No hay hechizo que no pueda ser vencido por el amor, él viene de la mano de las ilusiones, esperanzas y sueños. No había que esperar a nadie, su corazón enamorado había resuelto su problema. Ahora había que aguardar a que su ilusión se hiciera realidad, pero mientras tanto, Desencanto decidió enmendar algunas cosas. Comenzó por devolverles a las personas sus ilusiones, devolvió los hermosos vestidos a las tiendas, compró frutas y verduras para los hambrientos, se preocupó porque todos en el pueblo volvieran a sonreír frente a algún sueño, alguna esperanza, la que fuese.

Y, como en los cuentos de hadas, la princesa volvió. Ya no encontró un pueblo triste y desolado. La gente ahora sonreía, soñaba, cantaba, reía. Encantada preguntó qué había sucedido y se sintió feliz de saber que quien había provocado el dolor del pueblo, lo había reparado. Ya no vio en el joven esos ojos tristes de antes, ahora había chispas de esperanza en ellos. La ilusión de la princesa también se había hecho realidad, el hechizo ya no existía, ahora había un joven transformado por el amor. Ya no había gente triste, había un pueblo que reía y tenía esperanzas. Se alegraba de haber vuelto, se dio cuenta que desde un primer momento había amado a ese joven ladrón, pero que ya no hacía falta enmendar nada, pues el amor se había encargado de hacerlo todo.

Y Colorín Colorado