lunes, 21 de mayo de 2012

CUENTO MARIPOSO


MARIPOSITA VA A LA ESCUELA, María Mercedes Córdoba

Había una vez una mariposita que vivía con su mamá y su papá en una casa bonita. Un día, la mamá la peinó con hebillas de colores, le puso perfume y le dijo que sería su primer día de clases.

Mariposita se puso contenta y revoloteaba algo nerviosa de un lado a otro. Ella todavía no había ido nunca a la escuela, porque aún era chiquita, así que se fue esa tarde llena de ilusiones. Al principio estaba toda entusiasmada. Le gustaron los lunares de la señorita vaquita de San Antonio, las clases de música del  profesor grillo y dar vueltas carnero con el profesor saltamontes. También se encontró con su amigo bichito de luz y con todos sus hermanitos.

Todo estuvo muy bien hasta que un día, Mariposita se despertó más remolona que de costumbre y le dijo a su mamá: -Me parece que no voy a ir más a la escuela. Mejor me quedo en casa jugando con las muñecas. La mamá no lo podía creer: -Pero si hasta ayer te encantaba… ¿Cómo puede ser que ya no quieras ir? -Bueno, sí, me gusta… ¡pero me cansé! -dijo Mariposita empezando a hacer pucherito mientras que con un palito dibujaba en la tierra.

En eso llegó papá, se sentó a su lado y le preguntó: -Decime linda, ¿Qué te gustaría hacer cuando seas grande? Entonces, Mariposita se olvidó del pucherito y le empezó a contar: -Me gustaría pintar cuadros como la madrina de bichito, cocinar medialunas como mamá…-¡Y tener un tutú rosa con lentejuelas fucsias con un bonete con tul, para poder bailar “la danza del hada Confite”!

-Y todas esas cosas tan interesantes, ¿Dónde las vas a aprender?- preguntó el papá. La mariposita sonrió y le brillaron los ojitos. -¡Ah!… Ya entendí. Me parece… ¡Qué voy a ir a la escuela, todos los días! Y se preparó para salir.

Entonces la mamá le puso en la bolsita unas galletitas bañadas en chocolate y un vasito de agua con tapa. A la semana siguiente, fue su cumpleaños. En la escuela la sorprendieron con una gran fiesta con globos y guirnaldas. La mamá le preparó la torta y le puso el tutú y el bonete que ella soñaba.

El profesor grillo le tocó en su violín la música de Tschaikowsky, y Mariposita pudo bailar: “La danza del hada Confite”. Cuando terminó, todos aplaudieron, la abrazaron y le dieron un montón de besos. Compartieron la torta que le había hecho su mamá, con mate cocido con leche que les sirvió la maestra vaquita de San Antonio. Y fue que desde ese día, Mariposita no quiso faltar ni un solo día a la escuela.

Y Colorín Colorado…

sábado, 12 de mayo de 2012

CUENTO MATERNAL


MAMÁ  LUNA. Raúl Pérez Albrecht


Lobito hacía tiempo que vivía sin mamá y papá por ello Luna y Sol habían decidido cuidarlo. En las mañanas lobito quedaba con papá Sol y en las tardes y noches con mamá Luna.

Durante las mañanas papá Sol, lo despertaba con sus pequeños rayos solares mientras que en la noche mamá Luna ya subía el nivel de agua del lago para que se refresque con su desayuno en la mañana.

Para el medio día papá Sol le indicaba los lugares donde lobito podía comer y cuando estaba a punto de peligrar de rato en rato tenía que quemarlo un poco para evitar que haga travesuras. Cuando llegaba la tarde Sol y Luna se encontraban y arrullaban la siesta de lobito.

En la noche Luna le enseñaba a cantar y a llamarla para cuando la necesite. Por ello lobito aprendió a subir a una colina y a llamar a mamá Luna. Lobito también había aprendido que cuando mamá estaba creciente, significaba que estaba contenta ya que era la sonrisa que solo mamá Luna podía ofrecer.

Cuando se portaba mal como toda mamá se enfadaba se ponía menguante hasta que Lobito aprendía la lección y nuevamente se ponía creciente para felicidad de los dos. Cuando el sueño embargaba a Lobito mamá Luna arrullaba su sueño con su forma gibosa que se mecía de un lado para el otro.

Cuando lobito enfermaba Luna se ponía nueva para esperar el mal se vaya y el bebé  mejore. Cuando todo era dicha, era muy notorio ver a Luna feliz con su cachorro creciendo porque estaba llena de felicidad. 

Cierta ocasión Sol hablo con Luna y le dijo que al norte él había encontrado a la familia de lobito. La noticia los puso triste porque era la primera vez que Sol y Luna habían tenido un hijo y les daba pena tener que separarse de él. 

Pero el amor de ambos era tan grande que sabían que la felicidad de su lobito estaba al lado de sus verdaderos papás, por ello una noche lo guiaron hasta su familia. Lobito llegó con su familia, pero hay algo que nunca olvido, pues cada noche subía a la colina y aullaba para llamar a mamá Luna. Poco después enseño a sus hermanitos a llamarla.

Sol y luna quedaron sorprendidos porque en vez de haber perdido un hijo como pensaron a un principio ganaron cientos, porque los animalitos hasta ahora cuando son pequeños se enseñan aquello que lobito aprendió hace mucho tiempo. “Llamar de un aullido a mamá Luna.”

Y Colorín Colorado.. 

lunes, 7 de mayo de 2012

CUENTO CONSOLADOR


¿CUÁNDO BRILLAN MÁS LAS ESTRELLAS? LIANA CASTELLO Escritora Argentina.

Dindón era un duendecito alegre y preguntón. Todo lo conmovía y maravillaba. Era sensible y muy curioso además. Preguntaba todo el tiempo y no sólo eso, si la respuesta no le conformaba, preguntaba una y otra vez, una y otra vez.

Dindón vivía con sus papás, dos hermanitas y su abuelo Dondón.   El abuelo era muy, pero muy viejito. Tenía muchísimos más años de los que Dindón podía imaginar pues –se dice-  los duendes viven mucho.   Como era tan viejito, Dondón casi no veía, a pesar de sus gruesos anteojos y caminaba con muchísima dificultad por más que se ayudara con su bastón.  Nieto y abuelo eran grandes amigos. El pequeño notaba que su abuelo cada día podía hacer menos cosas. 

Sentía que, muy de a poquito, Dondón se iba apagando.  Aunque no quería, muchas veces Dindón pensaba que su abuelo algún día ya no estaría con él y algo le decía que no faltaba mucho para que ese momento llegara.  Triste y preocupado habló con su mamá. Su mami, tratando de encontrar las palabras justas le explicó al duendecito que en este mundo en el que todos vivimos, nada dura para siempre. Las flores un día se marchitan, las hojas de los árboles pasan de ser verdes a ser ocres y caen, los ríos pueden secarse, y las personas mueren.

Eso era justo lo que Dindón no quería escuchar, pero era la verdad y su mamá no podía, ni quería mentirle. Hay pocas cosas Dindón que siempre nos acompañarán. Una de ellas es el alma de las personas que amamos y se han ido, el amor que les hemos tenido y ellos nos han tenido a nosotros y otra cosas son las estrellas. No es que sean eternas, pero su brillo pareciera eterno y lo es para nuestra corta existencia respecto de la de ellas.

Dindón entendió muy bien lo que su  mamá le quería decir, pero no le gustó escucharlo. En otro momento hubiese preguntado algo, pero esta vez prefirió no hacerlo. Nada es eterno Dindón, la naturaleza cambia, las personas se van, por eso es tan importante aprovechar cada momento. Cada pequeño detalle de la vida hay que disfrutarlo, hay que apreciar el brillo de las estrellas cada noche que nos da la vida.

El duendecito guardó en su corazón las palabras de su mamá. Mientras tanto, acompañaba cada momento  a su abuelo y compartía todo lo que podía con él. Quería hacerle caso a su mamá y disfrutar cada pequeño momento con su gran amigo del alma, aunque se daba cuenta que esa estrella se iba apagando poco a poco.

No es fácil entender que alguien no va a estar nunca más con nosotros y más para un niño, pero es así, la muerte es parte de la vida. Para poder comprender ciertas cosas, hay que verlas con amor, por más que duelan. 

 Lo que realmente debemos entender es que la persona que nos deja, lo hace sólo físicamente y que su amor, su alma y su brillo seguirán por siempre en nuestro corazón. No es que por eso no los vayamos a extrañar, pero sin duda un poquito menos dolerá su ausencia. 

El tan temido día llegó. Dondón partió de este mundo, dejando a Dindón con un gran vacío en su corazón. Dondón no se fue triste, por el contrario, había vivido una muy larga y linda vida. Había amado, se había sentido amado por los demás, había apreciado el aroma de las flores, la frescura del césped y el brillo de las estrellas también. Al duendecito le costó mucho aceptar la ausencia de su abuelo, pero intentó ayudarse con las palabras que su mamá le había dicho y él había atesorado en su corazón.  Cada noche, desde que su abuelo había muerto, Dindón miraba el cielo. Cada noche, desde que Dondón se había ido, notó lo mismo: había una estrella que brillaba más que las demás, como si fuera nuevita, recién estrenada.

El pequeño no entendía que tenía que ver esa estrella nueva con la muerte de su abuelo y le preguntó a su mamá: ¿Cuándo brillan más las estrellas? Su mamá parecía que podía leer el corazón de Dindón y con su dulce voz le explicó.  Hijito, hay muchas clases de estrellas, todas bellas y cada cual con un brillo particular. Cada persona en sí es una estrella, su alma lo es. A veces la vida, con sus idas y venidas, no nos permite brillar con toda nuestra plenitud. Sin embargo, cuando un alma buena se ha ido, no hay otro lugar posible para ella que no sea el cielo y allí es donde puede brillar más que nunca.

Dindón jamás dejó de pensar en su abuelo, ni de extrañarlo tampoco, pero cierto es que cada noche, al ver esa estrella tan particular que brillaba como ninguna, su tristeza se confundía con un poco de alegría. Comenzaba a entender algo que no es fácil y lo hacía de la mejor manera, a través del amor.

Y Colorín Colorado…