martes, 28 de enero de 2014

CUENTO ESPECTÁCULO

EL CIRCO. Anónimo.



El pequeño Miguel corría por las calles sucias de su barrio. Desde arriba una melodía bajaba por entre las rústicas casa, era la música del organillo. ¡Es la feria! ¡Es la feria!— Gritaron algunos, eran los más grandes, los que ocultaban con sus enormes cuerpos el espectáculo. —¡Es el circo! ¡Es el circo!— Gritó él, pero nadie lo escuchó. Corrió rápido entre la gente, quería ver de donde venía esa música, empujó a los mas grandes, los mas grandes lo empujaron a él. La gente parecía una marea difícil de superar por el pequeño cuerpo de Miguel. Y la melodía se iba, se estaba yendo, seguía su camino cuesta arriba. Miguel desesperó, quería ver. 

¡Miguel! ¡Miguel!— era su madre que gritaba desde la casa —Ven Miguel, ven que tu padre no demora en venir.

Miguel no podía creerlo. Su padre no demoraría en llegar para el almuerzo. Tenía que decidir entre los castigos de su padre y un espectáculo emocionante. Tengo unos minutos dijo Miguel con una voz tan baja que su madre no pudo escuchar y volvió a correr. Corrió, corrió, pero el tumulto de gente y su bullicio ya estaban lejos. Allá iban toda esa gente siguiendo la música y él no pudo ver un solo segundo de donde salía esa hermosa música. Corrió y corrió y poco le importó que su madre gritara desesperada, él se había decidido por la música. El organillo avanzaba lento y seguro, pronto llegó a una enorme carpa. Miguel no lo pudo creer, era la carpa más hermosa y grande que haya visto. Tenía dos torres multicolores, torres llenas de pancartas y serpentina, —sin duda era el circo— pensó. 

La música estaba adentro, los colores parecían vibrar con la música y ahora la delicada música del organillo era acompañada por los bombos y platillos. Escuchó un rugido. Escuchó la inconfundible voz del payaso. Escuchó por los enormes parlantes las trompetas y las flautas. ¡Son payasos! ¡Son payasos!— gritó un niña a su lado. —¡Los payasos! ¡Los payasos!— repitió él.


—Entremos— dijo Miguel. —Entremos, dijo la niña. Corrieron en busca de la entrada y la encontraron. Se detuvieron y miraron. No toda la gente estaba entrando. En la puerta un señor risueño y gordo de enormes bigotes las detenía, las inspeccionaba y luego las dejaba pasar. —Sus boletos por favor— dijo el señor gordo vestido de pantalón violeta y camisa verde. —No tenemos boletos, señor— dijo el pequeño Miguel. El viejo gordo los miró alargando el mentón y ocultando los ojos en las enormes cejas, su rostro gordo y sudoroso se fue acercando hasta quedar delante del rostro del pequeño Miguel, levantó la mano con su dedo índice erguido y moviéndolo de un lado a otro les negó la entrada. —¡Por favor!— dijo Miguel. —¡Por favor!— dijo la niña. Pero nada hizo cambiar de opinión al detestable gordo de la entrada.

Caminaron juntos de regreso, Miguel y la niña, el gordo de colores horribles seguía en la entrada pidiendo los boletos. ¿Cómo te llamas?— dijo la niña, que miraba con tristeza el rostro de Miguel. ¿Yo? Miguel. ¿Y tú? —Me llamo Rocío. ¿Aún quieres entrar? ¡Ven, Sígueme! Rocío corrió adelante, Miguel la siguió. Rodearon la carpa corriendo, esquivaron a unos malabaristas que practicaban por entre las jaulas vacías de los animales. Hasta que llegaron. ¡La puerta de atrás! Una pequeña puerta hecha en la carpa. Entraron, corrieron. El ruido del circo era grandioso. Trompetas por todos lados, panderetas, trombones vozarrones, un bombo y un piano que sonaba dulce. Colores muchos colores y las luces enormes, luces que llenan la oscuridad bajo la carpa del circo. Miguel y Rocío miraron embobados. Y ahí en el centro, en medio de un gran círculo de luz estaba el organillo un monito bailaba alborotado y feliz.

¡Un monito blanco! Mi madre nunca creerá que vi un monito blanco.— dijo Miguel, pero en ese momento el recuerdo del padre almorzando le vino a la mente y escapó sin decir adiós del circo ni de Rocío. Rocío lo miró estupefacta, le iba gritar pero Miguel ya había desaparecido por la pequeña puerta trasera del circo. Rocío lo siguió, pero lo ultimo que alcanzó a ver fue la pequeña figura de Miguel que desaparecía entre la muchedumbre que iba a ver al circo. 

Y Colorín colorado…


miércoles, 22 de enero de 2014

CUENTO PREGUNTÓN

¡PAPI  POR  QUÉ  BRILLAN  LAS  ESTRELLAS?  Manuel Ibarra. Venezuela


Había una vez un niño de siete años de edad, que vivía con su padre en una remota población rodeada por grandes montañas. Todas las mañanas después de tomar el desayuno acompañaba a su padre hasta la carpintería, mientras este se dedicaba a cortar la madera para fabricar las sillas, Carlitos se sentaba en el piso a dibujar en hojas de papel, imaginarios paisajes, siendo su tema favorito crear estrellas de todos los tamaños y colores.

Una tarde mientras reposaban sentados en las sillas del corredor de la casa, Carlitos le enseñó los dibujos a su padre, quien muy sorprendido le pregunto: ¿Hijo que paisajes tan bonitos y que estrellas tan preciosas, quién te enseñó a dibujar?. El niño mirándolo sonríe y responde: ¡Un amigo secreto que se presenta todas las noches en mis sueños papi!. Intrigado por la respuesta, el padre continua preguntado:¿Cómo se llama ese amigo secreto hijo?. Carlitos nuevamente le dice: ¡El no me ha dicho su nombre papi, pero en el sueño me agarra la mano y me señala las estrellas!, terminada la conversación el padre de Carlitos visita la iglesia y decide hablar con el Sacerdote sobre el significado del extraño sueño de su hijo, al final de la charla el Cura le recomienda lo siguiente: ¡Bueno señor no se preocupe, es muy común que a esa edad, los niños tengan amigos imaginarios, pero sin embargo le recomiendo que hable con él, dígale que las estrellas brillan en el cielo porque son una señal que dios les está enviando a todos los hombres de la tierra, para iluminarles el camino en esta vida!.

El padre de Carlitos regresa a la casa y esa noche después de la cena, se sientan en el patio de la casa y mirando el cielo lleno de estrellas le dice: ¡hijo ya que siempre me preguntas por qué brillan las estrellas y siempre las ves en tus sueños, te diré que ellas significan una luz que Dios les está enviando a todos los hombres de la tierra para iluminarles el camino en esta vida!. Carlitos con cara de inocencia, se queda mirando a su padre y agarrándole la mano le dice: ¡papi sabes una cosa, anoche nuevamente soñé y vi las estrellas más grandes y hermosas de mí vida y el señor imaginario se me acercó y me dijo al oído, que esas estrellas que brillaban de una manera tan especial, eran las lágrimas de mí madre que está en el cielo y como no puede jugar conmigo llora de tristeza, en ese momento comprendí porque brillan las estrellas!. Ante aquellas palabras tan tiernas e inocentes, el hombre abrazó a su pequeño hijo y le dijo: ¡Hijo tiene mucha razón tu amigo imaginario, yo sé que tu madre nos quiere mucho y desde el cielo nos está protegiendo, iluminando nuestro camino con miles de estrellas!.

A partir de aquel día, Carlitos se sentaba largas horas a mirar las estrellas que iluminaban el cielo y en ciertas ocasiones su padre al regresar del trabajo, lo encontraba profundamente dormido sobre la silla.

 Y Colorín colorado....

martes, 14 de enero de 2014

EL NIÑO DE LAS MIL COSQUILLAS. Autor  Pedro Pablo Sacristán


Pepito Chispiñas era un niño tan sensible, tan sensible, que tenía cosquillas en el pelo. Bastaba con tocarle un poco la cabeza, y se rompía de la risa. Y cuando le daba esa risa de cosquillas, no había quien le hiciera parar. Así que Pepito creció acostumbrado a situaciones raras: cuando venían a casa las amigas de su abuela, siempre terminaba desternillado de risa, porque no faltaba una viejecita que le tocase el pelo diciendo "qué majo". Y los días de viento eran la monda, Pepito por el suelo de la risa en cuanto el viento movía su melena, que era bastante larga porque en la peluquería no costaba nada que se riera sin parar, pero lo de cortarle el pelo, no había quien pudiera.

Verle reír era, además de divertidísimo, tremendamente contagioso, y en cuanto Pepito empezaba con sus cosquillas, todos acababan riendo sin parar, y había que interrumpir cualquier cosa que estuvieran haciendo. Así que, según se iba haciendo más mayor, empezaron a no dejarle entrar en muchos sitios, porque había muchas cosas serias que no se podían estropear con un montón de risas. Pepito hizo de todo para controlar sus cosquillas: llevó mil sombreros distintos, utilizó lacas y gominas ultra fuertes, se rapó la cabeza e incluso hizo un curso de yoga para ver si podía aguantar las cosquillas relajándose al máximo, pero nada, era imposible. Y deseaba con todas sus fuerzas ser un chico normal, así que empezó a sentirse triste y desgraciado por ser diferente.

Hasta que un día en la calle conoció un payaso especial. Era muy viejecito, y ya casi no podía ni andar, pero cuando le vio triste y llorando, se acercó a Pepito para hacerle reír. No le tardó mucho en hacer que Pepito se riera, y empezaron a hablar. Pepito le contó su problema con las cosquillas, y le preguntó cómo era posible que un hombre tan anciano siguiera haciendo de payaso.

- No tengo quien me sustituya- dijo él, - y tengo un trabajo muy serio que hacer.
Pepito le miró extrañado; "¿serio?, ¿un payaso?", pensaba tratando de entender. Y el payaso le dijo: - Ven, voy a enseñártelo.

Entonces el payaso le llevó a recorrer la ciudad, parando en muchos hospitales, casas de acogida, albergues, colegios... Todos estaban llenos de niños enfermos o sin padres, con problemas muy serios, pero en cuanto veían aparecer al payaso, sus caras cambiaban por completo y se iluminaban con una sonrisa. Su ratito de risas junto al payaso lo cambiaba todo, pero aquel día fue aún más especial, porque en cada parada las cosquillas de Pepito terminaron apareciendo, y su risa contagiosa acabó con todos los niños por los suelos, muertos de risa.

Cuando acabaron su visita, el anciano payaso le dijo, guiñándole un ojo. - ¿Ves ahora qué trabajo tan serio? Por eso no puedo retirarme, aunque sea tan viejito. - Es verdad -respondió Pepito con una sonrisa, devolviéndole el guiño- no podría hacerlo cualquiera, habría que tener un don especial para la risa. Y eso es tan difícil de encontrar... -dijo Pepito, justo antes de que el viento despertara sus cosquillas y sus risas.

Y así, Pepito se convirtió en payaso, sustituyendo a aquel anciano tan excepcional, y cada día se alegraba de ser diferente, gracias a su don especial.

Y  Colorín  Colorado…

domingo, 5 de enero de 2014

CUENTO DE REYES

LOS  TRES REYES MAGOS. Escrito por Angel F. en Cuentos navideños

Érase una vez tres reyes magos que vinieron de oriente siguiendo una estrella. Los tres son viejecitos. El rey Melchor es alto, con una barba blanca y unos ojos azules. El rey Baltasar tiene la piel negra y brillante, es el menos viejecito de todos. El rey Gaspar tiene la barba y el pelo rojo; tiene el porte de un rey, claro, ¡es un rey !, su nariz cae como un gancho sobre la boca y en sus labios se dibuja una sonrisa misteriosa. Yo os digo, amigos míos, que no perdáis de vista a este viejecito…

Los tres reyes van caminando durante la noche por un camino largo; las estrellas brillan, serenas; abajo, en la tierra, tal vez a lo lejos, se ve el resplandor de una lucecita. Esta lucecita indica una ciudad. Los Magos van a recorrer sus calles, se detendrán ante las casas y dejarán en los balcones los regalos esperados. Ya lo habréis oído contar, estos reyes eran muy ricos y les ponían sus regalos a tooodos los niños de tooodas las casas, de tooodas las ciudades; pero ha pasado mucho tiempo y los tesoros de los magos ya no son tan abundantes. Así Melchor, Gaspar y Baltasar cada año sólo pueden dejar sus regalos a unos pocos niños.


Los Magos se han detenido a las puertas de la ciudad. Melchor, el de la barba blanca y los ojos azules, tiene una gran arca. Baltasar, que tienes los ojos color azabache, también, y en ella buscan algo para dejar en el balcón del niño elegido. Gaspar, amigos míos, no tiene arca, no tiene equipaje, ni caballo, ni asno en que llevar lo que ha de regalar a los niños, pero tiene una nariz un poco encorvada, unos ojos de mirada soñadora y una sonrisa misteriosa en sus labios.

Los tres Magos se disponen a entrar en la ciudad. Como van siendo ya pobres, no se paran en todos los balcones, sino que dejan sus regalos en unos y pasan de largo ante otros. Cada rey elige a un niño para dejarle su regalo. Y así de tanto en tanto, Melchor llega a una casa, abre su arcón y deja en la ventana su regalo. Lo que este rey de la barba blanca regala se llama “Inteligencia”. Al cabo de un largo rato, Baltasar se detiene ante otra casa, mete la mano en su tesoro y pone su obsequio en la ventana. Lo que este rey de ojos negros como una noche sin luna regala es la “Bondad”

Y sólo el rey Gaspar, el rey de nariz picuda y labios sonrientes, sólo este rey pasa, y pasa y pasa ante los balcones y sólo se detiene ante uno, o dos, o tres de cada ciudad. Y ¿qué es lo que hace entonces el Rey Gaspar? ¿Qué es lo que regala este rey?. Todo el tesoro de este rey está en una diminuta caja de plata que el lleva en uno de sus bolsillos. Cuando Gaspar se detiene ante un balcón, allá, muy de tarde en tarde, coje su pequeña caja, la abre con cuidado y pone su regalo en el balcón. No es nada lo que ha puesto; parece insignificante: es como humo que se disipa al menor viento; pero este niño favorecido con tal regalo gozará de él durante toda su vida y no se separarán de él ni la felicidad ni la alegría.

El rey Gaspar ha depositado ya su regalo. Sus ojos verdes, no os he dicho antes que eran verdes, brillan fosforescentes; su nariz parece que baja más sobre la boca, y en los labios se dibuja con más profundidad su sonrisa. Acercaos, niños; yo os quiero decir lo que el rey Gaspar lleva en su caja. Sobre la tapa, con letras diminutas, pone: “Ilusiones”.

Y  Colorín  Colorado..