sábado, 25 de febrero de 2012

CUENTO CARACOLIANDO


ANA TIENE UN CARACOL. La red.

Ana tiene tres añitos, y es una niña preciosa, alegre y muy divertida. Un domingo sus papás la dejaron en casa de sus abuelitos a pasar el día. El verano estaba a punto de empezar, y el jardín se llenó de rosas blancas, rosas, rojas....Los muros estaban verdes de hiedras y jazmines. Olía muy bien, y se estaba muy fresquito. Las mariposas venían a visitar a la pequeña Ana.... también las libélulas, mariquitas, salamandras y hasta grillos y saltamontes...

Su abuelo y ella siempre se entretenían en mirar a los pequeños insectos. En un rinconcito había un caracol grande. -¡Abuelo mira....es un caracol, está muy solito! El abuelo lo cogió y se quedó mirándolo....Parece que tiene el caparazón un poco roto-. Le dijo su abuelo -Pobrecito!!! ¿Por qué no le ayudamos? Le preparamos una caja y cuidamos de su caparazón.... por favor abuelito.

De acuerdo cuidaremos de....¿Cómo se llama tu nuevo amigo? -"Caracolcito".- Concluyó Ana. La niña fue a contárselo todo a su abuela, que sacó enseguida un cajón grande de plástico transparente, con una tapa verde de rejilla, en la que había dos ventanitas transparentes que se abrían y cerraban.

Ana y su abuela salieron al jardín con el cajón y llenaron el fondo de éste con piedrecitas de varios tamaños. Después añadieron tierra, algunas raíces, hojas de hiedra, jazmín, etc.... Añadieron agua para que la nueva casa de "Caracolcito" estuviera completa.....ya se sabe que los caracoles necesitan mucha humedad.

Ana metió al caracol en el cajón y lo llevó a la salita, con la ayuda de su abuela. Se pasó la tarde mirando a su amiguito, que se movía de un lado a otro moviendo sus antenas....-Abuela tiene una bolita en las antenas, y un puntito en la bolita.....- Si cielo, son sus ojos -Vaaaaaya. - Ana estaba encantada con Caracolcito. Cuando llegaron sus padres a buscarla, les enseñó el cajón, y les contó toda la aventura hasta conseguir la casa de Caracolcito. Antes de despedirse, le dijo a su abuela que cuidara de que no se saliera del cajón. -Mañana vengo a verle abuelita. Cuida de el. -Vale cariño..... yo me ocupo.

Ana no pudo ir a casa de los abuelos al día siguiente, pero el martes su mamá la llevó nada más salir del cole a comer con ellos. Vivían muy cerca de su casa. Fue derecha a buscar su caracol. -Abuelita no está Caracolcito...no le veo por ninguna parte -No puede ser....tiene el cajón cerrado Entonces Ana levantó una hoja de hiedra y por debajo estaba pegado Caracolcito...Pero no se movía. Su abuela le cogió y estaba un poco seco....no salía de su caparazón. Miraron las hojas y no había comido de ninguna. Además el cajón estaba bastante seco....la tierra no tenía humedad. La abuela de Ana se sintió muy disgustada....se le olvidó añadir un poquito de agua el día anterior. ¡Ay cariño! pobrecito animal......Corre Ana trae agua.... Dijo la abuelita muy apenada por si se moría el caracol.

Ana echó un vaso de agua encima de Caracolcito..... en un par de minutos empezó a moverse y sacó el cuerpo y las antenas miraron a la pequeña guiñándole uno de sus ojos de bola. Le pusieron lechuga fresca y empezó a comer y comer hasta que se quedó bien lleno...Ana que no paraba de mirarle, notó como sonreía..... -Abuela me ha sonreído. Acabas de salvarle la vida!!! - Dijo la abuela muy contenta abrazando a su nieta. Si.....soy una super héroe ¿a qué si?

Ahora Caracolcito es feliz gracias a tus cuidados....Pero no olvides que cuando se le cure el caparazón, hay que soltarle de nuevo para que sea libre... ¿Vale cariño? -Si abuelita...le soltaré para que sea muy feliz con una caracolcita. - Dijo Ana muy satisfecha por salvarle la vida a su amiguito.

Cuidó a su caracol una semana. Ya estaba curado. Ana cogió a Caracolcito con mucho cuidado y lo llevó al jardín...le dejó en el mismo lugar que estaba cuando le encontraron. La niña vio como se alejaba su amiguito sintiéndose muy feliz por haberle salvado..... Caracolcito paró un instante y volvió a sonreír.

Desde entonces Ana cuida de todos los animalitos, y cuando ve un caracol siempre recuerda a su amigo Caracolcito, que viene a visitarla de vez en cuando.......

Y Colorín Colorado


martes, 21 de febrero de 2012

CUENTO MAGO


POPI, EL NIÑO MAGO

Hace mucho mucho tiempo, existió una familia dedicada a la magia. Los padres y los abuelos de Popi, eran todos magos, y Popi también quería ser un gran mago.

Popi sabía ya convertir una rana en serpiente, con su varita mágica de madera. También podía detener el tiempo diciendo las palabras mágicas:

“Rusqui trusqui, Rasca trasca“.

Un día Popi, estaba de camino al colegio y vio como unos gamberros intentaban pegar a un perrito que andaba por la calle.

Entonces Popi, pronunció las palabras mágicas y detuvo el tiempo salvando al perro, llevándoselo de donde estaban los gamberros. Pero cuando puso de nuevo el tiempo en marcha con sus poderes, uno de los gamberros le vio llevarse al perrito en sus brazos dando la vuelta a la esquina, y consiguió alcanzarle, pero de repente desapareció de su vista, se había hecho invisible.

Popi se había concentrado tanto, que consiguió el mayor de los poderes de un mago, para él era toda una alegría, pues se había convertido en un gran mago.

Y Colorín Colorado



viernes, 17 de febrero de 2012

CUENTO HONRADO


LA JOVEN Y EL PRÍNCIPE

A veces tenemos tentaciones de hacer trampas, pero aunque parezcan el único camino hacia la meta, si no las hacemos descubriremos que siempre ganaremos. Y si no os lo creéis seguid leyendo y comprobadlo por vosotros mismos...

Descripción: http://www.casaasia.es/img/_.gif



Hace muchos, muchos años, en China vivía un príncipe en la región norte que iba a ser coronado emperador. Él era apuesto, inteligente, valiente y lo tenía todo para ser un buen emperador, todo menos una cosa: no estaba casado.

Así que para solucionar este problema se organizó un concurso entre las muchachas de la corte para que el príncipe pudiera escoger a su futura esposa.

El concurso sería complicado puesto que el príncipe impondría un desafío a todas ellas y quien lo consiguiera realizar sería su esposa.
Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre los preparativos. La anciana tenía una hija profundamente enamorada del príncipe. Cuando llegó a su casa le contó todo a su hija y ésta le dijo que quería ir a la celebración. La madre, sorprendida, le preguntó: "Hija mía, todas las muchachas más bellas y ricas de la corte estarán allí. ¿No sería mejor olvidarte del príncipe y buscarte otro pretendiente? "

Y la hija respondió: "No, querida madre. Yo sé que jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar ahí e intentarlo. Si no lo consigo al menos por algunos momentos habré estado cerca del príncipe."

Esa misma noche, la joven llegó al palacio del príncipe. Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas intenciones. De pronto, aparecío el príncipe y anunció el desafío: "Daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses será escogida por mí, esposa y futura emperatriz de China".

El tiempo pasó y la dulce joven se entregaba en cuerpo y alma a cuidar a su semilla a pesar de no tener mucha experiencia en jardinería. Ella sabía que si lo hacía con mucha paciencia y ternura, no tendría que preocuparse con el resultado. Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía pero nada había nacido.

Por fin pasaron los 6 meses, pero la joven no tenía flor. A pesar de ello fue al palacio para ver al príncipe. A su alrededor había muchas damas, cada una con su flor. Finalmente, llegó el momento esperado y el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención. El silencio inundó la sala y sólo se rompió cuando el príncipe dijo: "Me casaré con la joven sin flor". Un murmullo de desaprobación se oyó en la sala, pero el príncipe replico: "Es la única que merece ser emperatriz de China puesto que es la única que ha sido honesta. Todas las semillas eran estériles"

Así pues, el príncipe y la joven se casaron y fueron felices y sinceros para siempre.

Y Colorín Colorado

Las primeras mentiras de los niños se parecen a los juegos que simulan algo que no es real.



miércoles, 8 de febrero de 2012

CUENTO REALMENTE FELIZ


EL HOMBRE FELIZ. Anónimo

Hubo una vez un Rey, poderoso y estimado por sus súbditos, que contrajo una misteriosa enfermedad. Junto a su lecho se dieron cita eminentes doctores y sabios, pero ninguno supo hallar la causa de su mal. ¡Oh, qué desgraciado soy! - se quejaba el Monarca -. Poseo riquezas, abundan los placeres al alcance de mi mano, pero no hay quien me cure. Su hijo, el Príncipe, al escuchar tales lamentos, sufría amargamente sin cesar la presencia de nuevos médicos. Pero sus esfuerzos no daban resultado, y la dolencia del Soberano se agravaba día tras día. - No os preocupéis, padre mío - quiso animarle el Príncipe.

Aún quedan buenos doctores a los que recurrir, y es probable que alguno de ellos sepa aliviar vuestra enfermedad. - Me agradan tus palabras, hijo, por la buena intención que encierran, mas dudo que exista alguno capaz de sanarme. De todas formas, hay que seguir probando - se obstinó el joven-. Nada cuesta hacerla. Sí que cuesta, hijo. Cada nuevo desengaño quebranta mis fuerzas y aumenta tu inquietud - dijo él enfermo suspirando tristemente.

Aun así, removeré cielo y tierra hasta dar con el remedio que necesitáis. Acudieron otros galenos a ver al Rey, sin que el panorama cambiase. Por último, fue citado a palacio el médico más insigne del país, apartado del caso hasta entonces por sus ideas políticas.

Curad a mi padre, os lo suplico - imploró el Príncipe nada más verle. Pondré toda mi ciencia a su servicio - aseguró el doctor. Durante un buen rato, el Monarca fue sometido a un minucioso examen. ¿Y bien? -interrogó el Príncipe. Lamento deciros que no he encontrado el menor síntoma de enfermedad - repuso el doctor.

Es el cuento de siempre! - estalló el Príncipe, furioso-. ¡Nadie encuentra nada, más la dolencia está ahí! ¿Qué clase de ciencia es la vuestra? Cálmate, hijo intercedió el rey, con voz débil. Antes de retirarse, el galeno tuvo que oír más imprecaciones del Príncipe. De alguna manera, pagaba también los platos rotos por sus compañeros.

Un paje se inclinó ante el Príncipe cuando éste salía de aposentos, trastornado aún por la ira. ¡Quítate de en medio! -le gritó, sin miramientos. Señor, necesito hablar de la enfermedad de vuestro padre -susurró mansamente el paje. Al escucharle el joven, se puso a la expectativa. ¡Dime! - ordenó. Conozco a alguien que puede curarle. Se trata de un mago que puede ver más allá de las apariencias...

No me gusta la magia, desconfío de ella - objetó el Príncipe, vacilante. Ese mago dedica su sabiduría al bien, y nunca se equivoca - porfió el paje, con tono persuasivo. No sé qué decirte... En honor a la verdad, ya lo he probado todo, excepto la magia que me propones...

¡Está bien!, llama a ese mago, Y ¡ay de ti como resulte ser un embaucador!
El paje saltó a un caballo y galopó sin parar hasta llegar a la cueva del mago. Ese mismo día, estaba de regreso en palacio, acompañado de aquél. La penetrante mirada del mago se-posó en el Rey, más doliente y afligido que nunca: todos los presentes aguardaban extrañas manipulaciones, ritos o palabras, pero nada de eso hubo. Simplemente, observó al enfermo, inmóvil y en completo silencio.
Al cabo de mucho tiempo, decidió hablar: La enfermedad del Rey no reside en su cuerpo. ¿Dónde, entonces? -le espetó el Príncipe. En su alma. No puedo entenderos -denegó el Príncipe. Os lo diré con otras palabras: vuestro padre se muere de infelicidad. ¿Infeliz mi padre? ¡Desvariáis! - exclamó el joven, boquiabierto-. ¡Es el Rey de esta nación, el hombre más poderoso del mundo! ¡Sus riquezas son incontables, se le ama y respeta en todas partes! Tales posesiones y dignidades no deparan la felicidad, Príncipe; antes bien, la ahuyentan - afirmó el mago, con serena actitud.

En ese caso, ¿qué aconsejáis vos para obtener la dicha? -preguntó el joven. Yo he venido a aliviar los males del Rey, no a dar consejos, señor. De todas maneras, no me parece que vuestros métodos vayan a ser más eficaces que los de esos doctores ignorantes. Si opináis así, será mejor que me retire -decidió el mago. Y se dio la media vuelta. El Rey, impresionado por las palabras del mago, intervino a tiempo: ¡Esperad, buen hombre! ~ ordenó. Luego, encarándose con su hijo, explicó: Creo que puede curarme, y no me preguntes por qué. Es una sensación, quizá un presentimiento. Antes dije que aliviaría vuestra dolencia, mi señor, no que fuese a curaras - puntualizó el mago. ¡Está bien, está bien! Con eso me conformo. Veamos, ¿qué remedio es el vuestro? - apremió el Príncipe. Sólo un hombre feliz podrá reanimar a vuestro padre - dijo el mago desviando su atención del Rey para fijarla en el muchacho.

Sí, tal vez sea eso lo que necesite - musitó el Rey mirando a lo lejos-. Un hombre feliz puede ayudarme a combatir la pena, el tedio... ¡Tendrás aquí enseguida no uno, sino cien hombres felices, padre! exclamó el Príncipe, repentina-mente ilusionado. - No hay cien hombres felices en el mundo - dijo el mago, con solemne expresión. ¡Mis emisarios los traerán! -aseguró el joven. Quiera Dios que no regresen de vacío - susurró por lo bajo el mago, cuando ya nadie le oía.

Los emisarios de palacio partieron en todas direcciones, seguros de iniciar una misión muy sencilla. Con ánimo emprendedor y una sonrisa en los labios, recorrieron ciudades, pueblos, caseríos y heredades, a la búsqueda de hombres felices. Pero la fatiga del camino, y, sobre todo, la invariable negativa de las gentes, fueron minando su confianza. Resultó que nadie estaba satisfecho de la vida; quien más quien menos tenía problemas, sufría desengaños, o arrastraba frustraciones. En resumidas cuentas: no pudieron dar con un sólo hombre feliz.

Pero ¿qué estáis diciendo? ¡Hombres felices los hay por todas partes! - se maravilló el Príncipe, al escucharlo el informe de sus emisarios. Eso mismo creíamos nosotros, señor - alegó el responsable de todos ellos. ¡Asombroso! ¡Inaudito! -voceó el Príncipe, yendo y viniendo con las manos a la espalda. Lo más seguro es que hayan mentido... Los hombres dichosos no mienten, señor - recordó el jefe de los emisarios. ¿Por qué iban a hacerla? -admitió el Príncipe. “No hay cien hombre felices en el mundo". Las palabras del mago retumbaron en su mente. ¿Cómo decir a su padre, el Rey, que desechara toda esperanza de curación?

Despachó emisarios de refresco hacia los cuatro puntos cardinales. Ofreced una bolsa de oro a cada hombre feliz que halléis -les dijo el Príncipe. Regresaron como partieron, sin nadie que presentar al Rey. Algunos truhanes pensaron si convenía hacerse pasar por hombres felices, pero el miedo a ser de cubiertos se impuso a la atracción del oro. El Príncipe pidió el mejor caballo de su cuadra y salió solo. Quería mitigar su desesperación con el piar de las aves y el profundo silencio del bosque.

Galopó al azar durante mucho tiempo, abstraído por completo en pensamientos. Pasado el mediodía, se detuvo junto a un río para apagar la sed. No quiso probar las viandas que llevaba en las alforjas. Al inclinarse sobre las aguas para beber, observó la imagen de un leñador que se reflejaba en ellas. Estaba encaramado a unas rocas de la orilla, y sonreía. El Príncipe alzó la cabeza y se volvió hacia él. Un repentino interés brillaba en sus pupilas. ¿Acaso no era esa la sonrisa de un hombre feliz? Examinó al leñador. Era fuerte y de mediana edad; su piel parecía curtida por la brisa; a la legua se veía que era pobre, pues tan sólo un jubón y unos calzones de pana, sujetos por una cuerda a la cintura, cubrían su cuerpo.

Miraba con inocencia, claros los ojos, limpio el corazón. Y mantenía su sonrisa, reflejo de una conciencia en paz. - ¿Eres feliz, leñador? -le preguntó el Príncipe. ¿Cómo decís, señor? ¡Que si eres feliz! ¡Naturalmente! ¿Por qué no habría de serio? Tengo cuanto necesito para vivir contento: una mujer deliciosa, un trabajo que nunca escasea, una choza resistente, pan y vino en la mesa, frutos de los árboles este río tan hermoso... ¡Sí, soy un hombre feliz! Te conformas con muy poco, leñador -contestó el Príncipe, despectivo-. ¿Sabes? Hay grandes maravillas lejos de este bosque, cosas que te asombrarían.

¿Dan más felicidad que esto? Pues... no - confesó el joven, desconcertado. Entonces, ¿para qué las quiero? No obtuvo respuesta. El Príncipe quedó impresionado por su veracidad. Al verlo así, dijo el leñador: Ven a mi cabaña. Es hora de comer, y... Te lo agradezco, buen hombre, pero he de volver a mi palacio enseguida. Toma esta bolsa de oro. El leñador hubo de aceptarla, ignorante del bien que había hecho con unas sencillas palabras. A uña de caballo, regresó el Príncipe junto a su padre.

¡Qué gran lección nos da ese hombre! Es feliz lejos de toda riqueza, del poder y de la gloria. Sí, padre. Pero ¿qué hacéis? - preguntó, al ver que el Monarca intentaba levantarse. Lo que tanto necesito y tanto deseas: empezar a comportarme como un verdadero Rey -dijo éste. ¡Dejadme que os ayude! - Ya no es necesario, hijo mío. Desde ahora pensaré un poco más en mis vasallos, y repartiré entre ellos dos tercios de mi fortuna. ¿Está conforme?

El Rey, según costumbre, yacía en su lecho apagado y doliente. Puso reparos a la charla de su hijo, pero, a medida que escuchaba, se fue animando. Cuando el Príncipe terminó su relato, comentó: Lo estoy -afirmó el Príncipe, con el rostro iluminado por la misma alegría que hacía revivir al Monarca. Hemos de remediar la miseria y el abandono que tanta gente padece en nuestro Reino - sentenció el Soberano, ya camino de sus obligaciones.

Desde ese día, todo cambió en palacio, y también puertas afuera. El Rey olvidó sus achaques y lamentaciones. Ganado por un nuevo sentido de la justicia, esparció bienestar y alegría por sus dominios. Cuando quiso darse cuenta, se parecía a aquel hombre feliz.

Y Colorín Colorado

sábado, 4 de febrero de 2012

CUENTO SEMANARIO


LOS DÍAS DE LA SEMANA. Hans Christian Andersen

Una vez los días de la semana quisieron divertirse y celebrar un banquete todos juntos. Sólo que los días estaban tan ocupados, que en todo el año no disponían de un momento de libertad; hubieron de buscarse una ocasión especial, en que les quedara una jornada entera disponible, y vieron que esto ocurría cada cuatro años: el día intercalar de los años bisiestos, que lo pusieron en febrero para que el tiempo no se desordenara.

Así, pues, decidieron reunirse en una comilona el día 29 de febrero; y siendo febrero el mes del carnaval, convinieron en que cada uno se disfrazaría, comería hasta hartarse, bebería bien, pronunciaría un discurso y, en buena paz y compañía, diría a los demás cosas agradables y desagradables. Los gigantes de la Antigüedad en sus banquetes solían tirarse mutuamente los huesos mondos a la cabeza, pero los días de la semana llevaban el propósito de dispararse juegos de palabras y chistes maliciosos, como es propio de las inocentes bromas de carnaval.

Llegó el día, y todos se reunieron.

Domingo, el presidente de la semana, se presentó con abrigo de seda negro. Las personas piadosas podían pensar que lo hacía para ir a la iglesia, pero los mundanos vieron en seguida que iba de dominó, dispuesto a concurrir a la alegre fiesta, y que el encendido clavel que llevaba en el ojal era la linternita roja del teatro, con el letrero: «Vendidas todas las localidades. ¡Que se diviertan!».

Lunes, joven emparentado con el Domingo y muy aficionado a los placeres, llegó el segundo. Decía que siempre salía del taller cuando pasaban los soldados. -Necesito salir a oír la música de Offenbach. No es que me afecte la cabeza ni el corazón; más bien me cosquillea en las piernas, y tengo que bailar, irme de parranda, acostarme con un ojo a la funerala; sólo así puedo volver al trabajo al día siguiente. Soy lo nuevo de la semana.

Martes, el día de Marte, o sea, el de la fuerza. -¡Sí, lo soy! -dijo-. Pongo manos a la obra, ato las alas de Mercurio a las botas del mercader, en las fábricas inspecciono si han engrasado las ruedas y si éstas giran; atiendo a que el sastre esté sentado sobre su mesa y que el empedrador cuide de sus adoquines. ¡Cada cual a su trabajo! No pierdo nada de vista, por eso he venido en uniforme de policía. -Si no les parece adecuado, búsquenme un atuendo mejor.

-¡Ahora voy yo! -dijo Miércoles-. Estoy en el centro de la semana. Soy oficial de la tienda, como una flor entre el resto de honrados días laborables. Cuando dan orden de marcha, llevo tres días delante y otros tres detrás, como una guardia de honor. Tengo motivos para creer que soy el día de la semana más distinguido.

Jueves se presentó vestido de calderero, con el martillo y el caldero de cobre; era el atributo de su nobleza. -Soy de ilustre cuna -dijo-, ¡gentil, divino! En los países del Norte me han dado un nombre derivado de Donar, y en los del Sur, de Júpiter. Ambos entendieron en el arte de disparar rayos y truenos, y esto ha quedado en la familia. Y demostró su alta alcurnia golpeando en el caldero de cobre.

Viernes venia disfrazado de señorita, y se llamaba Freia o Venus, según el lenguaje de los países que frecuentaba. Por lo demás, afirmó que era de carácter pacífico y dulce, aunque aquel día se sentía alegre y desenvuelto; era el día bisiesto, el cual da libertad a la mujer, pues, según una antigua costumbre, ella es la que se declara, sin necesidad de que el hombre le haga la corte.

Sábado vino de ama de casa, con escoba, como símbolo de la limpieza. Su plato característico era la sopa de cerveza, mas no reclamó que en ocasión tan solemne la sirviesen a todos los comensales; sólo la pidió para ella, y se la trajeron.

Y todos los días de la semana se sentaron. Los siete quedan dibujados, utilizables para cuadros vivientes en círculos familiares, donde pueden ser presentados de la manera más divertida. Aquí los damos en febrero sólo en broma, el único mes que tiene un día de propina.

Y Colorín Colorado…