jueves, 24 de enero de 2013

CUENTO PRESUMIDO


EL PECESILLO PRESUMIDO. CARLOS MANUEL DA COSTA CARBALLO

Erase una vez un pecesillo bonito, de cuerpo corto pero robusto, con un color anaranjado muy intenso, y una zona central negra. Se parecía a un carbón encendido. En su pequeña cabecita tenía una franja nacarada que le bajaba directamente a los ojos. Sus aletas eran también anaranjadas, aunque las ventrales tenían una tonalidad oscura en su parte anterior.

Era muy vivaz nuestro pecesillo. Aunque sus compañeros vivían en grupos pequeños, éste era muy solitario pues sólo sabía hacer una cosa que no podía compartir con nadie: presumir. Un día, paseándose por entre unos guijarros en el fondo del mar, se encontró con el señor pulpo: - ¡Eh, payaso!, ya que así se llamaba nuestro pecesillo. En realidad era un pez payaso, pero como no tenía nombre, todos le llamaban payaso. -¿Qué quieres, ocho patas?, le contestó el pez payaso. - ¡Ten cuidado!, hay humanos pescando, le dijo con cierto temor el señor pulpo. - A mí que, contestó payaso.

- En vez de pavonearte tanto, deberías hacer algo, deberías aprender algo, si no..., el día menos pensado..., le comentó el señor pulpo, que pasa por ser uno de los animales más inteligentes. - ¿Para qué?, yo soy tan apuesto y bello que no necesito aprender nada. Si me pescan, me soltarían por mi atractivo. Además, ¿para qué sirve aprender ?. Por ejemplo, ¿tú qué sabes hacer?, le dijo el pececillo al señor pulpo, no sin cierta prepotencia. - Yo, con mis tentáculos, puedo defenderme, puedo coger varias cosas, puedo... - Ya ves que interesante, le interrumpió payaso, lo que irritó un poco al señor pulpo, pues no está bien interrumpir a un animal o persona cuando está hablando.

- Bueno, bueno. Sigue así y verás que pronto te pescarán. - Tonterías, comentaba payaso mientras se alejaba en dirección a unas algas. Siguiendo con su paseo, al girar una roca, se encontró con el pez globo. - ¡Hola, payaso!, ¿qué haces?, le preguntó éste. - Nada, contestó payaso, que estaba todavía algo irritado después de su encuentro con el señor pulpo. - Pues si no haces nada, pronto acabarás en las redes de los humanos, le dijo el pez globo en un tono conciliador.

¡Otro !, dijo enfurecido payaso, y continuó más enojado aún: ¿Tú qué sabes hacer listillo ? ¿Yo ?. Pues mira, si me cogen, me hincho y me hincho y, de este modo, como no me pueden comer me sueltan, dijo el pez globo todo satisfecho. Ahora sabéis ¿por qué se llama pez globo?, mis menudos amiguitos. - Pues menuda tontería, replicó el pez payaso. A mí, si me cogen me soltarían por mi extraordinaria y sin igual hermosura, le dijo al pez globo, igual que antes había hecho con el señor pulpo. - Yo que tú, empezó a indicarle el pez globo, dejaba de presumir tanto y me esforzaría en aprender algo, pues hay humanos pescando, comentó con cierto temor, también, el pez globo. - Tonterías, volvió a replicar payaso y, dando un fuerte movimiento a su aleta caudal, se giró y se fue. - Ten cuidado..., se quedó hablando el pez globo en la lejanía.

Así siguió durante parte del día el pececillo presumido y presuntuoso, hablando con unos y con otros sobre las distintas maneras de zafarse de un ataque de otros peces o de los humanos, las pinzas de los cangrejos, la tinta de los calamares, el mimetismo, etc., etc. Pero payaso no prestaba atención, pues pensaba que eso no era útil.

De repente, se oyó un gran estruendo que provenía de detrás de una gran roca que había en el lecho marino, un ruido como si algo grande se arrastrara por el fondo. El pez payaso se dio la vuelta y fue a ver qué era eso, y... En la cubierta de un gran barco de pesca, varios pecadores se encontraban separando los peces que habían caído en la red, cuando uno de ellos vio a payaso, tan bonito y tan pequeño: - Seguro que éste le gusta mucho a mi nenita, pensó. Y lo metió en una bolsa con un poco de agua marina, y lo guardó en su cesta de comida. Cuando empezó a recuperarse, payaso se preguntaba: ¿dónde estoy?, ¿qué es esto tan oscuro y tan pequeño?, pues intentando huir se daba de broces contra las paredes de la bolsa de plástico.

Al cabo de unas horas, alguien coge la bolsa y se pone a mirar a payaso. Payaso abre sus pequeños ojos y ve a una niña tan rubia que sus cabellos parecían los rayos del sol, con unos ojos tan azules como el fondo del mar por el que presumía payaso, tan bonita, pensó, como él, o más. - Mami, mami, decía la preciosa chiquilla, mira que me ha traído papá. - ¡Que bonito !, le dijo su madre. ¿Qué vas a hacer con él?, le preguntó su madre. - No sé. De momento lo pondré en una pecera, dijo María, que era el nombre de esta muñequita.

Pasaron los días, las semanas, los meses,... Payaso estaba cada día más triste, y pensaba: - ¡Ah !, que razón tenían mis amiguitos del mar. Sólo presumir y presumir. Antes podía presumir ante muchos. Ahora, ni eso. Sólo puedo presumir ante esta niña, que además es más bonita que yo. Si pudiera volver a mi mar..., pensaba una y otra vez el pez payaso totalmente arrepentido de su forma de ser. Pero la niñita también pensaba: - Pobrecillo, sin su mamá, sin su papá, sin sus amiguitos. Tan bonito como es y sólo yo puedo disfrutarlo.

- Mami, papi, empezó diciendo una tarde la pequeñina: he decidido devolver al pececillo al agua. Está muy solo y muy triste sin sus padres. No come casi nada y ¡es tan bonito! que debe seguir alegrando el fondo del mar con sus colores. - Muy bien hija. Lo que tú digas. Y se fueron en una barquita a devolver a payaso a su ambiente.
A payaso, que estaba adormecido por la hora que era, le llegó, de repente, un olor conocido, el olor del mar. En un instante, todavía sin desperezarse del todo, unas pequeñas manitas lo cogen, le dan un beso en la boquita, y lo meten en el agua, soltándolo a continuación. Se puso tan contento payaso, que dio varias vueltas sobre sí mismo, y antes de alejarse, miró a la niña dándole las gracias y dejando escapar una pequeñísima lágrima de satisfacción. Claro, la niña no le pudo oír, pero lo entendió perfectamente.

Nadando a toda velocidad, fue a ver al pez mariposa para que le aceptara en la escuela de peces, y de este modo aprender todo lo que debe saber un pez de los peces y de los humanos, aunque la primera lección ya se la había aprendido bien. Todos los peces marinos se enteraron pronto de que payaso había vuelto y lo celebraron con una gran fiesta en la que tocaron los cangrejos violinistas y el pez banjo, hizo trucos de magia el pez hada, no paró de contar chistes el pez papagayo bicolor y los peces saltarines no dejaron de hacer eso, precisamente, en toda la tarde.

Encima de ellos, la barquita iba en dirección al puerto. La niñita se había dormido en los brazos de su padre que le había contado el cuento de Pedro y el lobo. El padre estaba muy satisfecho por lo que su hijita había hecho gracias a las cosas que había aprendido hasta ese momento.



Y  Colorín Colorado….

martes, 15 de enero de 2013

CUENTO VEGETARIANO


LAS HABICHUELAS MÁGICAS. Andersen, Hans Christian
Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Periquín a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas. -Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca. Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar. 

Cuando se levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Se puso Periquín a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido. Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba. Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña. 

La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Periquín tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante. Se escondió tras una cortina y pudo observar como el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero. En cuanto se durmió el gigante, salió Periquín y, recogiendo el talego de oro, echó a correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo.

Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente vacío. Se cogió Periquín por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite vio Periquín que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco Apenas le vio así Periquín, cogió el arpa y echó a correr. 

Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periquín, empezó a gritar: -Eh, señor amo, despierte usted, que me roban! Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores: -Señor amo, que me roban! Viendo lo que ocurría, el gigante salió en persecución de Periquín. Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas empezaba a bajar. 

Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que también el gigante descendía hacia él. No había tiempo que perder, y así que gritó Periquín a su madre, que estaba en casa preparando la comida: -Madre, tráigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante! Acudió la madre con el hacha, y Periquín, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela. Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Periquín y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro. 


Y Colorín colorado...

domingo, 6 de enero de 2013

CUENTO TELEVIDENTE


LA TELEVISIÓN CON OLOR. Cuentos garabato. La red.


Resulta que Franca quería hacer algo porque estaba aburrida. El Tío Chiflete le prestó su diario para que lo mirara, - es muy aburrido, este diario no tiene colores - dijo Franca.

Entonces el tío le prestó una revista, - es muy aburrida. Esta revista no se oye. Entonces el tío le prestó una radio,- es muy aburrida, en esta radio no se ve nada.
Entonces el tío le prestó un televisor.

- Es muy aburrido. En este televisor no se huele nada.

Entonces el Tío Chiflete le llevó el televisor al Vecino Inventor para que le pusiera olor. El vecino le dijo que lo fuera a buscar al día siguiente.
Cuando el tío finalmente trajo el televisor, lo prendió y notó que tenía algo de olor. Franca se puso a mirar los dibujitos.

Al rato vino la mamá y dijo: - ¿Qué es ese olor? - La tele ahora viene con olor, - explicó Franca - ¿qué estás diciendo? ¿Cómo es posible? - se asombró la mamá.
- El Vecino Inventor la arregló - dijo el Tío.

- Qué bárbaro, las cosas que se hacen hoy en día. En mis épocas, teníamos la radio y gracias. - ¿Por qué no tenías tele, mamá? - preguntó Franca. - Porque no se había inventado, - contestó Peta con cara de oler feo. - Me parece que le voy a preguntar al vecino si no le puede bajar un poco el olor. Está muy fuerte.

La mamá fue a lo del vecino y le preguntó como se hacía para bajar el olor. - ¿El qué? - preguntó el Vecino Inventor. La mamá le explicó lo que pasaba y el Vecino Inventor le contestó que él no le había podido poner olor a la tele. Que la había desarmado y vuelto a armar, dejándola igual que antes. - Qué raro - dijo la mamá. Entonces le voy a pasar un trapo húmedo.

Al rato Franca le dijo a la mamá:- ¿Sabes que ahora la tele hace pis y caca? - ¿Cómo? - dijo la mamá asombrada. Esto ya pasa de castaño oscuro. Que tenga olor vaya y pase, pero ¡qué haga pis y caca no puede ser!. Tío Chiflete, llamalo al Vecino Inventor por favor. ¡qué barbaridad!. Lo único que faltaba, va a haber que ponerle pañales a la tele.

El Tío Chiflete y el Vecino Inventor desarmaron la tele para ver que pasaba. Llenaron la casa de piezas y tornillos y cablecitos, hicieron un lío bárbaro y discutieron sobre televisores hasta que se hizo de noche. Hasta que por último se encontraron algo raro: ¡Había un ratoncito escondido en el televisor!.

Cuando lo sacaron y limpiaron todo, el olor desapareció. Tardaron un rato largo en volver a armar todo, y si bien sobraron un par de piezas, anduvo bastante bien.- Qué lástima - dijo Franca después de mirar un rato. - Me gustaba más como estaba antes, con olor y ratoncito.

Y Colorín Colorado