Las Hadas del Lucero de la Tarde. Tomado de: Cuentos Maravillosos de Hoy y de Siempre, James Riordan, Círculo de Lectores, Barcelona, 1986
Hace mucho, mucho tiempo, no había invierno con sus fríos y hielos, y los hombre y las bestias vivían en paz y felicidad. Había comida suficiente para todos, porque en los bosques de alrededor del Gran Lago abundaban los venados, en las praderas había grandes manadas de búfalos y en los arroyos que bajan de las montañas hacia el sol naciente sobraban los peces. Las flores brotaban en todas partes y los pájaros, envueltos en plumajes más brillantes que los de ahora, llenaban el aire con sus alegres trinos.
En este país tan lejano, había una vez un jefe indio que tenía diez hijas, todas ellas hermosas como la Luna. Cuando crecieron, nueve hijas se casaron con nueve jóvenes y valientes indios. Pero la menor no hacía el más mínimo caso de cualquier valiente indio que se le acercara. Les decía, simplemente: "Soy feliz así como soy."
Un día, el padre dio una fiesta para sus hijas y sus maridos. En el camino hacia la tienda de su padre se encontraron las hermanas, y todas se burlaban de la menor:
En el camino tenían que pasar por el hueco de un tronco, grande y ancho como el cuerpo de un joven. Todos se sorprendieron al ver que el viejo se ponía en cuatro patas, y lo atravesaba gateando, apoyado en rodillas y manos. Pero cuando apareció al otro lado, y se levantó, ya no era un hombre anciano; era un joven y orgullosos indio, alto, hermoso y valiente. Su mujer, en cambio, ya no era una niña joven. Se había transformado en una viejecita agachada, que se apoyaba en un bastón. Él la ayudaba a caminar gentilmente. Parecía que la quería aun más que antes.
Las diez mujeres con sus diez hombres llegaron a la tienda de su padre y empezaron a comer. En la alegre fiesta olvidaron lo que había pasado, hasta que de pronto oyeron una voz que parecía venir del cielo. Le hablaba al joven valiente. Miraron hacia arriba y, por el agujero para el humo, vieron brillar al Lucero de la Tarde.
La tienda navegó hacia arriba, hacia arriba, hasta que llegó al Lucero de la Tarde, donde todo era de color blanco plateado y todo estaba en paz. ¡Qué feliz estaba el Lucero al ver a su hijo!
Durante varios días el niño estuvo disparando sus flechas al aire, a los árboles, a los arbustos y a las briznas de hierba plateada. Pero pronto se cansó y deseó disparar a los pájaros en movimiento. Así es que, cuando nadie lo miraba, apuntaba a los pájaros, aunque era muy difícil acertar a un pájaro volando. Pero un día de ésos, divisó a una oropéndola distraída, disparó una flecha recta, y ésta, muy pronto, se hundió en medio del pecho del pájaro. Se sintió muy orgulloso de su éxito.
Pero al poco tiempo su orgullo se transformó en horror, pues, ante sus propios ojos, vio cómo el pájaro se volvía una joven india con una flecha enterrada en medio del pecho. Era una de las hermanas de sus madre que volvía a su forma terrenal.
El joven se sintió caer suavemente por el cielo, como si volara sobre grandes alas. Finalmente sus pies tocaron la Tierra, y se encontró en la cima de una montaña, mirando los valles desde lo alto. Miró hacia arriba y vio a sus tíos y tías que flotaban hacia él; muy pronto estaban todos sanos y salvos sobre la montaña rocosa. Después cayó la tienda plateada, con sus paredes pululando de pequeños insectos, y se posó suavemente en la roca. De ella salieron sus padres. Todos tenían ahora formas terrenales, pero no totalmente: porque todos eran de un tamaño no mayor que el de una mariposa.
Las hadas estaban felices de tener ese lugar tan bello en la Tierra y se lo agradecieron al Lucero de la Tarde. Su mirada bondadosa las envolvió en la luz del atardecer y le escucharon decir suavemente:
Desde entonces vivieron juntos en paz y alegría. En las tardes tibias de verano se reúnen cerca de la tienda plateada en la cima de la montaña, y también se puede, si uno escucha atentamente, oír el canto de las hadas del Lucero de la Tarde.Y colorin corado..
hola Tita,
ResponderEliminarGracias por los fragmentos de los cuentos que me envía, me gustan mucho; que el Señor la siga iluminando para tan importante tarea en bien de la cultura.
JOSÉ MIEL.