martes, 29 de septiembre de 2009

Cuento endiosado!!!


El Palacio de los Dioses del Olimpo

Grecia es un país montañoso rodeado por el mar y en sumonte más alto queda el Monte Olimpo. Sus paredes de roca muy escarpadas hacen casi imposible escalarlo. Tan alto es que casi no se puede ver la cima, siempre rodeada por nubes.

Allí, en la cima del Olimpo tenían su palacio los doce dioses más importantes de los griegos. Estos, caprichosos y peleadores, manejaban a su antojo la vida de los hombres, interfiriendo en sus vidas y tomando partido por uno u otro.

Los dioses eran inmortales, esto quiere decir que no morían.


El palacio había sido construido por los Cíclopes. Los Cíclopes eran seres fabulosos, criaturas gigantes con un solo ojo en medio de la frente. Eran muy habilidosos. Se dedicaban a la construcción según las reglas del arte y a la herrería. Los Cíclopes eran muchos pero los más importantes eran tres: Arges, el que brilla, Brontes, el que truena y Estéropes, el que da el rayo. Además de construir el palacio en el monte Olimpo, ellos forjaron los rayos de Zeus y son los que le regalaron el trueno y el relámpago.

El palacio estaba construido como los palacios de los reyes. O sea que era muy grande y fastuoso. Tenía muchos departamentos para que cada uno de los dioses viviera cómodamente y un salón donde se reunía el Consejo para discutir los problemas de los hombres: a qué ejército iban a permitir ganar una batalla o a qué Rey iban a castigar, pero la mayor parte del tiempo peleaban y discutían entre ellos.

El palacio también tenía comedores, no tenía cocina porque los dioses no comían, se alimentaban de ambrosía. También había salas de armamentos, habitaciones para la servidumbre, establos para los caballos, perreras para los sabuesos y hasta un zoológico donde guardaban a sus animales sagrados. Estos incluían a un oso, un león, un loro, un águila, tigres, una vaca, una tortuga, un hurón, bueyes blancos, una lechuza, un ciervo, una cigüeña, cisnes, ratones y un estanque lleno de peces.

Zeus era el más importante de los doce dioses que habitaban el Olimpo. Zeus era hijo de Crono y Rea. Crono se había casado con Rea a pesar de que ella era su hermana. Rea tuvo muchos hijos pero el malvado Crono se los comía cuando nacían porque había oído decir que uno de sus hijos lo destronaría.

Rea sufría terriblemente al ver que Crono engullía a sus hijos apenas nacían, entonces, le pidió ayuda a sus padres que le aconsejaron alejarse. Rea tuvo a su último hijo, Zeus, lejos de su casa, en la isla de Creta donde lo ocultó para librarlo de su malvado padre. Cuando Crono llegó hasta Creta para devorarlo, Rea envolvió una piedra en pañales y Crono, creyendo que era su hijo, se tragó la piedra. Al cabo de un año la vomitó y Zeus la colocó como monumento. Cuando Zeus creció, se deshizo de su padre, pero como Crono no podía morir porque era inmortal, Zeus lo envió a una isla lejana. Luego liberó a sus tíos paternos, los Cíclopes, que Crono había mantenido encadenados y estos, en agradecimiento por haberlos liberado de tantos años de esclavitud, le regalaron el trueno, el rayo y el relámpago.

En ese momento también le regalaron a Poseidón el tridente y a Hades, un casco que lo hacía invisible. Con estas armas poderosas Zeus reinó sobre mortales e inmortales.

En el palacio del Olimpo Zeus tenía un trono de mármol egipcio con incrustaciones de oro. Para llegar al trono había que subir siete escalones decorados con los colores del arco iris. Por encima del trono había una cubierta azul para mostrar que el cielo le pertenecía solo a él. A su derecha desplegada había un águila de acero con rubíes en los ojos. El trono estaba cubierto por una piel de cordero color púrpura que utilizaba para hacer llover en épocas de sequía.

Zeus Era fuerte, arrogante, caprichoso, violento y bastante ruidoso. Podía matar a cualquier enemigo que tuviera ganas lanzándoles poderosos rayos y certeros truenos. Cuando se enojaba podía provocar fuertes tormentas y grandes inundaciones que mantenían a los hombres intranquilos.

Zeus tenía una espesa cabellera con rulos y una barba también enrulada. Una corona de laureles ceñía su cabeza. Llevaba el torso desnudo y un manto le cubría la espalda Zeus también podía transformarse en animal o en cualquier cosa para conseguir lo que deseaba.Y colorin colorado...

sábado, 26 de septiembre de 2009

Cuento de Circo


LOS ANIMALES INTERIORES. Cuento narrado por Tita la Mas Bonita.



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viernes, 25 de septiembre de 2009

Cuento Letrado!!!


EL ABECEDARIO. Hans Christian Andersen

Érase una vez un hombre que había compuesto versos para el abecedario, siempre dos para cada letra, exactamente como vemos en la antigua cartilla. Decía que hacía falta algo nuevo, pues los viejos pareados estaban muy sobados, y los suyos le parecían muy bien. Por el momento, el nuevo abecedario estaba sólo en manuscrito, guardado en el gran armario-librería, junto a la vieja cartilla impresa; aquel armario que contenía tantos libros eruditos y entretenidos. Pero el viejo abecedario no quería por vecino al nuevo, y había saltado en el anaquel pegando un empellón al intruso, el cual cayó al suelo, y allí estaba ahora con todas las hojas dispersas. El viejo abecedario había vuelto hacia arriba la primera página, que era la más importante, pues en ella estaban todas las letras, grandes y pequeñas. Aquella hoja contenía todo lo que constituye la vida de los demás libros: el alfabeto, las letras que, quiérase o no, gobiernan al mundo. ¡Qué poder más terrible! Todo depende de cómo se las dispone: pueden dar la vida, pueden condenar a muerte; alegrar o entristecer. Por sí solas nada son, pero ¡puestas en fila y ordenadas!... Cuando Nuestro Señor las hace intérpretes de su pensamiento, leemos más cosas de las que nuestra mente puede contener y nos inclinamos profundamente, pero las letras son capaces de contenerlas. Pues allí estaban, cara arriba. El gallo de la A mayúscula lucía sus plumas rojas, azules y verdes. Hinchaba el pecho muy ufano, pues sabía lo que significaban las letras, y era el único viviente entre ellas. Al caer al suelo el viejo abecedario, el gallo batió de alas, subióse de una volada a un borde del armario y, después de alisarse las plumas con el pico, lanzó al aire un penetrante quiquiriquí. Todos los libros del armario, que, cuando no estaban de servicio, se pasaban el día y la noche dormitando, oyeron la estridente trompeta. Y entonces el gallo se puso a discursear, en voz clara y perceptible, sobre la injusticia que acababa de cometerse con el viejo abecedario. - Por lo visto ahora ha de ser todo nuevo, todo diferente - dijo -. El progreso no puede detenerse. Los niños son tan listos, que saben leer antes de conocer las letras. «¡Hay que darles algo nuevo!», dijo el autor de los nuevos versos, que yacen esparcidos por el suelo. ¡Bien los conozco! Más de diez veces se los oí leer en alta voz. ¡Cómo gozaba el hombre! Pues no, yo defenderé los míos, los antiguos, que son tan buenos, y las ilustraciones que los acompañan. Por ellos lucharé y cantaré. Todos los libros del armario lo saben bien. Y ahora voy a leer los de nueva composición. Los leeré con toda pausa y tranquilidad, y creo que estaremos todos de acuerdo en lo malos que son. A. Ama Sale el ama endomingada. Por un niño ajeno honrada. B. Barquero Pasó penas y fatigas el barquero, Mas ahora reposa placentero. -Este pareado no puede ser más soso. - dijo el gallo - Pero sigo leyendo. C. Colón Lanzóse Colón al mar ingente, y ensanchóse la tierra enormemente. D. Dinamarca De Dinamarca hay más de una saga bella, No cargue Dios la mano sobre ella. - Muchos encontrarán hermosos estos versos - observó el gallo - pero yo no. No les veo nada de particular. Sigamos. E. Elefante Con ímpetu y arrojo avanza el elefante, de joven corazón y buen talante. F. Follaje Despójase el bosque del follaje En cuanto la tierra viste el blanco traje. G. Gorila Por más que traigáis gorilas a la arena, se ven siempre tan torpes, que da pena. H. Hurra ¡Cuántas veces, gritando en nuestra tierra, puede un «hurra» ser causa de una guerra! - ¡Cómo va un niño a comprender estas alusiones! - protestó el gallo -. Y, sin embargo, en la portada se lee: «Abecedario para grandes y chicos». Pero los mayores tienen que hacer algo más que estarse leyendo versos en el abecedario, y los pequeños no lo entienden. ¡Esto es el colmo! Adelante. J. Jilguero Canta alegre en su rama el jilguero, de vivos colores y cuerpo ligero. L. León En la selva, el león lanza su rugido; vedlo luego en la jaula entristecido. M. mañana (sol de) Por la mañana sale el sol muy puntual, mas no porque cante el gallo en el corral. Ahora las emprende conmigo - exclamó el gallo -. Pero yo estoy en buena compañía, en compañía del sol. Sigamos. N. Negro Negro es el hombre del sol ecuatorial; por mucho que lo laven, siempre será igual. O. Olivo ¿Cuál es la mejor hoja, lo sabéis? A fe, la del olivo de la paloma de Noé. P. Pensador En su mente, el pensador mueve todo el mundo, desde lo más alto hasta lo más profundo. Q. Queso El queso se utiliza en la cocina, donde con otros manjares se combina. R. Rosa Entre las flores, es la rosa bella lo que en el cielo la más brillante estrella. S. Sabiduría Muchos creen poseer sabiduría cuando en verdad su mollera está vacía. - ¡Permitidme que cante un poco! - dijo el gallo -. Con tanto leer se me acaban las fuerzas. He de tomar aliento -. Y se puso a cantar de tal forma, que no parecía sino una corneta de latón. Daba gusto oírlo - al gallo, entendámonos -. Adelante. T. Tetera La tetera tiene rango en la cocina, pero la voz del puchero es aún más fina. U. Urbanidad Virtud indispensable es la urbanidad, si no se quiere ser un ogro en sociedad. Ahí debe haber mucho fondo - observó el gallo -, pero no doy con él, por mucho que trato de profundizar. V. Valle de lágrimas Valle de lágrimas es nuestra madre tierra. A ella iremos todos, en paz o en guerra. - ¡Esto es muy crudo! - dijo el gallo. X. Xantipa - Aquí no ha sabido encontrar nada nuevo: En el matrimonio hay un arrecife, al que Sócrates da el nombre de Xantipe. - Al final, ha tenido que contentarse con Xantipe. Y. Ygdrasil En el árbol de Ygdrasil los dioses nórdicos vivieron, mas el árbol murió y ellos enmudecieron. - Estamos casi al final - dijo el gallo -. ¡No es poco consuelo! Va el último: Z. Zephir En danés, el céfiro es viento de Poniente, te hiela a través del paño más caliente. - ¡Por fin se acabó! Pero aún no estamos al cabo de la calle. Ahora viene imprimirlo. Y luego leerlo. ¡Y lo ofrecerán en sustitución de los venerables versos de mi viejo abecedario! ¿Qué dice la asamblea de libros eruditos e indoctos, monografías y manuales? ¿Qué dice la biblioteca? Yo he dicho; que hablen ahora los demás. Los libros y el armario permanecieron quietos, mientras el gallo volvía a situarse bajo su A, muy orondo. - He hablado bien, y cantado mejor. Esto no me lo quitará el nuevo abecedario. De seguro que fracasa. Ya ha fracasado. ¡No tiene gallo!. Y Colorin colorado....

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cuento Conocido Masculino


Pulgarcita. Hans Chiristian Andersen

Érase una mujer que anhelaba tener un niño, pero no sabía dónde irlo a buscar. Al fin se decidió a acudir a una vieja bruja y le dijo: -Me gustaría mucho tener un niño; dime cómo lo he de hacer. -Sí, será muy fácil -respondió la bruja-. Ahí tienes un grano de cebada; no es como la que crece en el campo del labriego, ni la que comen los pollos. Plántalo en una maceta y verás maravillas. -Muchas gracias -dijo la mujer; dio doce sueldos a la vieja y se volvió a casa; sembró el grano de cebada, y brotó enseguida una flor grande y espléndida, parecida a un tulipán, sólo que tenía los pétalos apretadamente cerrados, cual si fuese todavía un capullo.

-¡Qué flor tan bonita! -exclamó la mujer, y besó aquellos pétalos rojos y amarillos; y en el mismo momento en que los tocaron sus labios, se abrió la flor con un chasquido. Era en efecto, un tulipán, a juzgar por su aspecto, pero en el centro del cáliz, sentada sobre los verdes estambres, se veía una niña pequeñísima, linda y gentil, no más larga que un dedo pulgar; por eso la llamaron Pulgarcita. Le dio por cuna una preciosa cáscara de nuez, muy bien barnizada; azules hojuelas de violeta fueron su colchón, y un pétalo de rosa, el cubrecama. Allí dormía de noche, y de día jugaba sobre la mesa, en la cual la mujer había puesto un plato ceñido con una gran corona de flores, cuyos peciolos estaban sumergidos en agua; una hoja de tulipán flotaba a modo de barquilla, en la que Pulgarcita podía navegar de un borde al otro del plato, usando como remos dos blancas crines de caballo. Era una maravilla. Y sabía cantar, además, con voz tan dulce y delicada como jamás se haya oído.

Una noche, mientras la pequeñuela dormía en su camita, se presentó un sapo, que saltó por un cristal roto de la ventana. Era feo, gordote y viscoso; y vino a saltar sobre la mesa donde Pulgarcita dormía bajo su rojo pétalo de rosa. «¡Sería una bonita mujer para mi hijo!», se dijo el sapo, y, cargando con la cáscara de nuez en que dormía la niña, saltó al jardín por el mismo cristal roto. Cruzaba el jardín un arroyo, ancho y de orillas pantanosas; un verdadero cenagal, y allí vivía el sapo con su hijo. ¡Uf!, ¡y qué feo y asqueroso era el bicho! ¡igual que su padre! «Croak, croak, brekkerekekex!», fue todo lo que supo decir cuando vio a la niñita en la cáscara de nuez. -Habla más quedo, no vayas a despertarla -le advirtió el viejo sapo-. Aún se nos podría escapar, pues es ligera como un plumón de cisne. La pondremos sobre un pétalo de nenúfar en medio del arroyo; allí estará como en una isla, ligera y menudita como es, y no podrá huir mientras nosotros arreglamos la sala que ha de ser su habitación debajo del cenagal. Crecían en medio del río muchos nenúfares, de anchas hojas verdes, que parecían nadar en la superficie del agua; el más grande de todos era también el más alejado, y éste eligió el viejo sapo para depositar encima la cáscara de nuez con Pulgarcita. Cuando se hizo de día despertó la pequeña, y al ver donde se encontraba prorrumpió a llorar amargamente, pues por todas partes el agua rodeaba la gran hoja verde y no había modo de ganar tierra firme. Mientras tanto, el viejo sapo, allá en el fondo del pantano, arreglaba su habitación con juncos y flores amarillas; había que adornarla muy bien para la nuera. Cuando hubo terminado nadó con su feo hijo hacia la hoja en que se hallaba Pulgarcita. Querían trasladar su lindo lecho a la cámara nupcial, antes de que la novia entrara en ella. El viejo sapo, inclinándose profundamente en el agua, dijo: -Aquí te presento a mi hijo; será tu marido, y vivirán muy felices en el cenagal. -¡Coax, coax, brekkerekekex! -fue todo lo que supo añadir el hijo. Cogieron la graciosa camita y echaron a nadar con ella; Pulgarcita se quedó sola en la hoja, llorando, pues no podía avenirse a vivir con aquel repugnante sapo ni a aceptar por marido a su hijo, tan feo.

Los pececillos que nadaban por allí habían visto al sapo y oído sus palabras, y asomaban las cabezas, llenos de curiosidad por conocer a la pequeña. Al verla tan hermosa, les dio lástima y les dolió que hubiese de vivir entre el lodo, en compañía del horrible sapo. ¡Había que impedirlo a toda costal Se reunieron todos en el agua, alrededor del verde tallo que sostenía la hoja, lo cortaron con los dientes y la hoja salió flotando río abajo, llevándose a Pulgarcita fuera del alcance del sapo. En su barquilla, Pulgarcita pasó por delante de muchas ciudades, y los pajaritos, al verla desde sus zarzas, cantaban: «¡Qué niña más preciosa!». Y la hoja seguía su rumbo sin detenerse, y así salió Pulgarcita de las fronteras del país.

Una bonita mariposa blanca, que andaba revoloteando por aquellos contornos, vino a pararse sobre la hoja, pues le había gustado Pulgarcita. Ésta se sentía ahora muy contenta, libre ya del sapo; por otra parte, ¡era tan bello el paisaje! El sol enviaba sus rayos al río, cuyas aguas refulgían como oro purísimo. La niña se desató el cinturón, ató un extremo en torno a la mariposa y el otro a la hoja; y así la barquilla avanzaba mucho más rápida.

Más he aquí que pasó volando un gran abejorro, y, al verla, rodeó con sus garras su esbelto cuerpecito y fue a depositarlo en un árbol, mientras la hoja de nenúfar seguía flotando a merced de la corriente, remolcada por la mariposa, que no podía soltarse. ¡Qué susto el de la pobre Pulgarcita, cuando el abejorro se la llevó volando hacia el árbol! Lo que más la apenaba era la linda mariposa blanca atada al pétalo, pues si no lograba soltarse moriría de hambre. Al abejorro, en cambio, le tenía aquello sin cuidado. Se posó con su carga en la hoja más grande y verde del árbol, regaló a la niña con el dulce néctar de las flores y le dijo que era muy bonita, aunque en nada se parecía a un abejorro. Más tarde llegaron los demás compañeros que habitaban en el árbol; todos querían verla. Y la estuvieron contemplando, y las damitas abejorras exclamaron, arrugando las antenas: -¡Sólo tiene dos piernas; qué miseria! -¡No tiene antenas! -observó otra. -¡Qué talla más delgada, parece un hombre! ¡Uf, que fea! -decían todas las abejorras. Y, sin embargo, Pulgarcita era lindísima. Así lo pensaba también el abejorro que la había raptado; pero viendo que todos los demás decían que era fea, acabó por creérselo y ya no la quiso. Podía marcharse adonde le apeteciera. La bajó, pues, al pie del árbol, y la depositó sobre una margarita. La pobre se quedó llorando, pues era tan fea que ni los abejorros querían saber nada de ella. Y la verdad es que no se ha visto cosa más bonita, exquisita y límpida, tanto como el más bello pétalo de rosa.

Todo el verano se pasó la pobre Pulgarcita completamente sola en el inmenso bosque. Se trenzó una cama con tallos de hierbas, que suspendió de una hoja de acedera, para resguardarse de la lluvia; para comer recogía néctar de las flores y bebía del rocío que todas las mañanas se depositaba en las hojas. Así transcurrieron el verano y el otoño; pero luego vino el invierno, el frío y largo invierno. Los pájaros, que tan armoniosamente habían cantado, se marcharon; los árboles y las flores se secaron; la hoja de acedera que le había servido de cobijo se arrugó y contrajo, y sólo quedó un tallo amarillo y marchito. Pulgarcita pasaba un frío horrible, pues tenía todos los vestidos rotos; estaba condenada a helarse, frágil y pequeña como era. Comenzó a nevar, y cada copo de nieve que le caía encima era como si a nosotros nos echaran toda una palada, pues nosotros somos grandes, y ella apenas medía una pulgada. Se envolvió en una hoja seca, pero no conseguía entrar en calor; tiritaba de frío.

Junto al bosque se extendía un gran campo de trigo; lo habían segado hacía tiempo, y sólo asomaban de la tierra helada los rastrojos desnudos y secos. Para la pequeña era como un nuevo bosque, por el que se adentró, y ¡cómo tiritaba! Llegó frente a la puerta del ratón de campo, que tenía un agujerito debajo de los rastrojos. Allí vivía el ratón, bien calentito y confortable, con una habitación llena de grano, una magnífica cocina y un comedor. La pobre Pulgarcita llamó a la puerta como una pordiosera y pidió un trocito de grano de cebada, pues llevaba dos días sin probar bocado. . -¡Pobre pequeña! -exclamó el ratón, que era ya viejo, y bueno en el fondo-, entra en mi casa, que está bien caldeada y comerás conmigo-. Y como le fuese simpática Pulgarcita, le dijo: - Puedes pasar el invierno aquí, si quieres cuidar de la limpieza de mi casa, y me explicas cuentos, que me gustan mucho. Pulgarcita hizo lo que el viejo ratón le pedía y lo pasó la mar de bien. -Hoy tendremos visita -dijo un día el ratón-. Mi vecino suele venir todas las semanas a verme. Es aún más rico que yo; tiene grandes salones y lleva una hermosa casaca de terciopelo negro. Si lo quisieras por marido nada te faltaría. Sólo que es ciego; habrás de explicarle las historias más bonitas que sepas. Pero a Pulgarcita le interesaba muy poco el vecino, pues era un topo.

Éste vino, en efecto, de visita, con su negra casaca de terciopelo. Era rico e instruido, dijo el ratón de campo; tenía una casa veinte veces mayor que la suya. Ciencia poseía mucha, mas no podía sufrir el sol ni las bellas flores, de las que hablaba con desprecio, pues no, las había visto nunca. Pulgarcita hubo de cantar, y entonó «El abejorro echó a volar» y «El fraile descalzo va campo a través». El topo se enamoró de la niña por su hermosa voz, pero nada dijo, pues era circunspecto. Poco antes había excavado una larga galería subterránea desde su casa a la del vecino e invitó al ratón y a Pulgarcita a pasear por ella siempre que les viniese en gana. Les advirtió que no debían asustarse del pájaro muerto que yacía en el corredor; era un pájaro entero, con plumas y pico, que seguramente había fallecido poco antes y estaba enterrado justamente en el lugar donde habla abierto su galería.

El topo cogió con la boca un pedazo de madera podrida, pues en la oscuridad reluce como fuego, y, tomando la delantera, les alumbró por el largo y oscuro pasillo. Al llegar al sitio donde yacía el pájaro muerto, el topo apretó el ancho hocico contra el techo y, empujando la tierra, abrió un orificio para que entrara luz. En el suelo había una golondrina muerta, las hermosas alas comprimidas contra el cuerpo, las patas y la cabeza encogidas bajo el ala. La infeliz avecilla había muerto de frío. A Pulgarcita se le encogió el corazón, pues quería mucho a los pajarillos, que durante todo el verano habían estado cantando y gorjeando a su alrededor. Pero el topo, con su corta pata, dio un empujón a la golondrina y dijo: -Ésta ya no volverá a chillar. ¡Qué pena, nacer pájaro! A Dios gracias, ninguno de mis hijos lo será. ¿Qué tienen estos desgraciados, fuera de su quivit, quivit? ¡Vaya hambre la que pasan en invierno! -Habla como un hombre sensato -asintió el ratón-. ¿De qué le sirve al pájaro su canto cuando llega el invierno? Para morir de hambre y de frío, ésta es la verdad; pero hay quien lo considera una gran cosa.

Pulgarcita no dijo esta boca es mía, pero cuando los otros dos hubieron vuelto la espalda, se inclinó sobre la golondrina y, apartando las plumas que le cubrían la cabeza, besó sus ojos cerrados. «¡Quién sabe si es aquélla que tan alegremente cantaba en verano!», pensó. «¡Cuántos buenos ratos te debo, mi pobre pajarillo!». El topo volvió, a tapar el agujero por el que entraba la luz del día y acompañó a casa a sus vecinos. Aquella noche Pulgarcita no pudo pegar un ojo; saltó, pues, de la cama y trenzó con heno una grande y bonita manta, que fue a extender sobre el avecilla muerta; luego la arropó bien, con blanco algodón que encontró en el cuarto de la rata, para que no tuviera frío en la dura tierra.

-¡Adiós, mi pajarito! -dijo-. Adiós y gracias por las canciones con que me alegrabas en verano, cuando todos los árboles estaban verdes y el sol nos calentaba con sus rayos. Aplicó entonces la cabeza contra el pecho del pájaro y tuvo un estremecimiento; le pareció como si algo latiera en él. Y, en efecto, era el corazón, pues la golondrina no estaba muerta, y sí sólo entumecida. El calor la volvía a la vida.

En otoño, todas las golondrinas se marchan a otras tierras más cálidas; pero si alguna se retrasa, se enfría y cae como muerta. Allí se queda en el lugar donde ha caído, y la helada nieve la cubre. Pulgarcita estaba toda temblorosa del susto, pues el pájaro era enorme en comparación con ella, que no medía sino una pulgada. Pero cobró ánimos, puso más algodón alrededor de la golondrina, corrió a buscar una hoja de menta que le servía de cubrecama, y la extendió sobre la cabeza del ave. A la noche siguiente volvió a verla y la encontró viva, pero extenuada; sólo tuvo fuerzas para abrir los ojos y mirar a Pulgarcita, quien, sosteniendo en la mano un trocito de madera podrida a falta de linterna, la estaba contemplando. -¡Gracias, mi linda pequeñuela! -murmuró la golondrina enferma-. Ya he entrado en calor; pronto habré recobrado las fuerzas y podré salir de nuevo a volar bajo los rayos del sol. -¡Ay! -respondió Pulgarcita-, hace mucho frío allá fuera; nieva y hiela. Quédate en tu lecho calentito y yo te cuidaré.

Le trajo agua en una hoja de flor para que bebiese. Entonces la golondrina le contó que se había lastimado un ala en una mata espinosa, y por eso no pudo seguir volando con la ligereza de sus compañeras, las cuales habían emigrado a las tierras cálidas. Cayó al suelo, y ya no recordaba nada más, ni sabía cómo había ido a parar allí. El pájaro se quedó todo el invierno en el subterráneo, bajo los amorosos cuidados de Pulgarcita, sin que lo supieran el topo ni el ratón, pues ni uno ni otro podían sufrir a la golondrina.

No bien llegó la primavera y el sol comenzó a calentar la tierra, la golondrina se despidió de Pulgarcita, la cual abrió el agujero que había hecho el topo en el techo de la galería. Entró por él un hermoso rayo de sol, y la golondrina preguntó a la niñita si quería marcharse con ella; podría montarse sobre su espalda, y las dos se irían lejos, al verde bosque. Mas Pulgarcita sabía que si abandonaba al ratón le causaría mucha pena. -No, no puedo -dijo. -¡Entonces adiós, adiós, mi linda pequeña! -exclamó la golondrina, remontando el vuelo hacia la luz del sol. Pulgarcita la miró partir, y las lágrimas le vinieron a los ojos; pues le había tomado mucho afecto.

-¡Quivit, quivit! -chilló la golondrina, emprendiendo el vuelo hacia el bosque. Pulgarcita se quedó sumida en honda tristeza. No le permitieron ya salir a tomar el sol. El trigo que habían sembrado en el campo de encima creció a su vez, convirtiéndose en un verdadero bosque para la pobre criatura, que no medía más de una pulgada. -En verano tendrás que coserte tu ajuar de novia -le dijo un día el ratón. Era el caso que su vecino, el fastidioso topo de la negra pelliza, había pedido su mano-. Necesitas ropas de lana y de hilo; has de tener prendas de vestido y de cama, para cuando seas la mujer del topo. Y colorin colorado...


domingo, 20 de septiembre de 2009

Cuento Embarazado


LA CIUGÜEÑA MARÍA. Miguel Ángel Anguita Raigón

Era una vez una joven pero valiente cigüeña que pese a su juventud se aventuró a emprender un largo viaje y cumplir con su primera tarea, llevar a una preciosa niña a los brazos de su mamá. Preparó todo para tan atrevida aventura, y una mañana empezó un largo camino desde los cálidos vientos del sur hacia los fríos de las estepas rusas. Vivió toda clase de aventuras, le sorprendieron tormentas, nieves, e incluso un feroz ataque de una águila que confundida, no llegó a comprender la hermosa labor que había comenzado la joven cigüeña. Pese a todo, y ya malherida y tiritando de frío, vio las heladas aguas del río Volga, y en vertiginoso descenso, puso a la niña en el dulce regazo de un moisés que pese a su humildad, sería un cálido lugar donde mecerla y dejarla a los cuidados de su mamá. Tras un breve descanso, y sintiéndose en una tierra extraña, emprendió el largo viaje de vuelta hacia su hogar, una antigua torre donde en un hermoso nido le esperaba su familia, la que se sentiría orgullosa de a pesar de su tierna juventud, haber terminado con éxito la bella labor para que las cigüeñas habían sido creadas. Así, repetidamente, cumpliría con otros viajes a alejadas partes del mundo donde madres y padres esperaban la deseada llegada de sus bebés. Se sentía orgullosa con la tarea que la naturaleza le había concedido, aunque con tristeza escuchaba a veces las viejas historias que cigüeñas más experimentadas contaban de bebés que no siempre eran felices en los lugares donde con tanta ilusión los habían dejado. En la pequeña aldea de la estepa, y en su camita de madera se encontraba nuestra hermosa Tania. Ya había mucho tiempo que nuestra amiga la cigüeña María la trajo, pero sus ojos estaban tristes y, junto al frío, empezó a darse cuenta que no tenía una buena mamá. Pasaron varios años y su vida no cambiaba. Estaba abandonada la mayoría de los días y apenas su vieja vecina Ivana, por lástima, le daba algún cariño y mimo, así como la poca comida que alimentaba su frágil cuerpecito. Un día, creyendo que en un vaso había leche, se lo tomó, pero el vaso contenía pintura, y el pequeño cuerpo de Tania se enfermó. Por suerte se curó. Y para que no estuviera más solita, la llevaron a un orfanato donde la cuidarían junto a otros niños y niñas que no tenían a sus papás y mamás. Allí tuvo a sus primeros amigos, y empezó a veces a reír, pero ella lo que quería era tener un papá y una mamá. Cuando cumplió cuatro años, una familia que deseaba tener una hija vino a verla. Después de jugar con ellos los besó y, por primera vez, sus pequeños y sonrosados labios dijeron las bellas palabras papi y mami. Un día salió radiante del orfanato y después de un largo viaje, igual como el que en su día hizo la cigüeña María, fue feliz en una hermosa casa, llena de muñecos, juguetes, y del amor de su papá y mamá. La sonrisa de su carita y la alegría de sus ojitos expresaban a todos su felicidad. Ya no sintió más frío, y el sol del sur la acariciaba, las flores reían de felicidad a su paso, y todos los animalitos del parque cantaban canciones de amor y felicidad. Tania ya no lloraría más de soledad. Un día ocurrió algo maravilloso. Paseaba Tania con sus padres por el bosque y encontró a la ya vieja cigüeña María. La llamó y le dijo que la llevara otra vez en sus alas y, como ya conoce a sus papás, a ver si podría ponerla dentro del vientre de su madre, que lo acariciara su papá, y así ella sería de nuevo un bebé, tendría la dulce leche del pecho de su madre, crecería, y viviría en el mundo de felicidad que a todos los niños les corresponden. La cigüeña María, sorprendida, la escuchó atentamente. Y después de pensar un momento le dijo: mira Tania, Dios escribió tu destino, lo que será tu vida, y para eso se valió de una apasionada y joven cigüeña, de un largo y alocado viaje, de una mamá y papá que desde la distancia te buscaban, y así en su infinito amor. Levantó con mimbres de caricias y perfumes de rosa tu hogar, para siempre, y Dios se siente feliz solamente con que por las noches les dé las gracias por la vida y un minuto del día te acuerdes de su eterno amor. Y colorin colorado...

jueves, 17 de septiembre de 2009

Cuento para "Cupidos"


Cupido y Psiqué
Había un vez, un rey, padre de tres hijas espléndidas. La más joven, Psiqué, era mucho más hermosa que sus dos hermanas y al lado de ellas parecía una diosa entre simples mortales. La fama de su hermosura se extendio por toda la tierra y de todas partes los hombres se ponían en camino para admirarla con rendida adoración y prestarle pleitesía, como si de una inmortal se tratara. Se llegó a decir incluso que la misma Venus no podía rivalizar con ella. Y cuantos más y más se presentaban ante ella, menos se acordaban de Venus. Los templos de la diosa estaban abandonados, sus altares cubiertos de frías cenizas y las ciudades consagradas a la diosa se convertían en ruinas. Todos los honores reservados hasta entonces se le tributaban a una simple muchacha, destinada a morir en día no lejano. La diosa no podía aceptar semejante situación, y como siempre que se encontraba en apuros, requirió ayuda de su hijo, que unos llaman Cupido y otros Amor, y contra cuyas flechas no existe protección en el cielo ni en la tierra. Le contó sus cuitas, y, como siempre, se prestó a obedecer sus órdenes. "Usa tu poder - le dijo ella - y haz que esta pequeña desvergonzada se enamore locamente de la más vil y despreciable criatura que haya en el mundo". Él lo habría hecho ciertamente si Venus, olvidando en el furor de sus celos que aquella belleza podría ilusionar al mismo dios del Amor, no le hubiera mostrado antes a Psiqué. Cuando la hubo visto, el mismo Cupido se sintió con el corazón traspasado por una de sus flechas. Nada dijo a su madre; la verdad es que no tenía fuerzas para proferir una sola palabra y Venus se marchó convencida de que la suerte de Psiqué estaba echada. Las cosas, sin embargo, ocurrieron de distinta manera a como ella creía. Psiqué no pensó nunca enamorarse de un malvado; en efecto, no se enamoró de nadie y, más extraño todavía, nadie se enamoró de ella. Los hombres seguían satisfechos en su contemplación, admirándola, adorándola, después pasaban de largo y desposaban a otra. Sus dos hermanas, aun siendo infinitamente menos seductoras, habían celebrado dos espléndidas bodas, cada una con un rey. Psiqué, la mas hermosa, triste y solitaria, admirada siempre, pero jamás amada. Le parecía que ningún hombre la querría por esposa y ello causaba gran inquietud a sus progenitores. Su padre intentó hallar a través del oráculo de Delfos un buen marido para Psiqué. El dios consintió en responder, pero su profecía fue terrible. Apolo decretó que Psiqué, vestida con negros crespones, debía ser llevada a la cumbre de una colina y permanecer allí sola; el marido que le sería destinado, una serpiente alada, terrible y más poderosa que los mismo dioses, llegaría hasta ella y la haría su esposa... No se puede imaginar el desespero que se apoderó de aquellos a quienes el padre de Psiqué contó tan triste noticia. Se preparó a la joven como para sus funerales, y con mas lamentos que si se tratara de conducirla a la tumba la llevaron a la colina. Solo psiqué permanecía animosa y decidida. " Mas que llorar por mi -les dijo- debeis hacerlo por esta belleza que me ha granjeado la envidia del cielo. Marchad ahora, y sabed que deseo que pronto llegue el final". Desesperados partieron todos, abandonando a su destino a la radiante y desventurada muchacha y se encerraron en su palacio para llorar por ella el resto de sus días. Sobre la colina, y en medio de la oscuridad, Psiqué permaneció sentada a la espera. Mientras temblaba y lloraba, en la calmada noche llegó hasta ella una ligera brisa, el dulce viento de Céfiro, el más suave de los vientos. Sintió que se elevaba. Se deslizó de piés por el aire sobre la colina rocosa hasta una pradera mullida como un lecho y perfumada por las flores. El hizo lo posible para que olvidara sus penas y la durmió. Despertó después a orillas de un claro arroyo a cuya vera se elevaba un castillo imponente y magnífico. Parecía destinado a un dios, con sus columnas de oro, muros de plata y suelos incrustados de piedras preciosas. Reinaba un silencio absoluto. Su interior parecía desierto y Psiqué se acercó cautelosa y atemorizada a la vista de tanto esplendor. Permaneció recelosa en el umbral cuando percibió unos ruidos; no veía a nadie, pero oía las palabras con claridad: "La casa es para tí -le decían-. Entra sin miedo y báñate, refréscate; en seguida se pondrá en tu honor la mesa del banquete". Nunca había tomado un baño tan delicioso ni probado platos tan agradables. Mientras comía, escuchó a su alrededor una dulce música, como un arpa que acompañaba a un numeroso coro. La oía pero tampoco la veía. Todo el día estuvo sola, acompañada unicamente por las voces que escuchaba. Pero sin podérselo explicar presentía que su marido vendría al caer la noche. Y así fue. Cuando le sintió cerca de sí y escuchó su voz que murmuraba dulcemente a su oído, desaparecieron sus temores. Sin verle siquiera, estaba cierta que no era un mostruo ni tenia forma espantosa sino que era el amante esposo que tanto tiempo había deseado. Aunque esta presencia mediatizada no podía satisfacerla plenamente, sin embargo se encontraba feliz y el tiempo transcurría rápido para ella. Pero una noche, su querido e invisible esposo le habló muy seriamente y le advirtió que un gran peligro le amenazaba bajo la forma de sus dos hermanas. "Vuelven a la colina de donde has desaparecido para llorar por ti -le dijo-. Pero no es conveniente que te descubran. Si lo hacen me causarás una pena inmensa y te destruirás a ti misma". Prometió no dejarse ver y pasó todo el día siguiente llorando, pensando en sus hermanas y en la prohibición que tenía de no consolarlas. Pero lloró todavia más cuando volvio su marido y ni siquiera las caricias que él le prodigó pudieron secar sus lagrimas. Al fin, con gran disgusto, él cedió: "Haz lo que quieras -dijo- pero, te lo repito, estas buscando tu ruina, tu propia destruccion". Después, solemnemente, le explicó que no se dejara persuadir por nadie para que intentara verle, pues quedaría separada de él para siempre. Psiqué obedeció entre protestas, pues preferia morir cien veces que vivir sin el. "Pero otórgame la alegría de ver a mis hermanas" le suplicó ella. Tristemente, él se lo concedió. Al dia siguiente, llevadas por Cefiro, las dos hermanas descendieron de la montaña. Alegre, con el corazón palpitante de emoción, Psiqué las esperaba; su alegria era muy grande. Transcurrió largo rato antes de que las tres lograran hablarse; su alegría era muy grande y solo pudieron expresarse en suspiros. Por fin entraron en el palacio y las dos hermanas mayores revolvieron todos los magnificos tesoros. En un opulento festín escucharon maravillosa música. Y la envidia, la amarga envida y una curiosidad devoradora se apoderaron de ellas. ¿quién era el dueño de tal magnificencia? ¿quién era el esposo de su hermana? Querían saberlo pero Psiqué, que mantenía su palabra, solo les dijo que su marido era un hombre joven que estaba participando en una cacería. Después, les llenó las manos de oro y joyas y pidió a Cefiro que las devolviera a la colina. Dejaron a Psiqué, pero el fuego de los celos quemaba sus corazones. Comparadas con Psiqué, las riquezas propias y su felicidad les parecían nada, y su envidiosa colera creció tanto en ellas que llegaron a tramar juntas la perdición de su hermana. Aquella noche, el esposo de Psiqué le advirtió una vez mas que no volviera a ver a sus hermanas. Pero ella replicó que no podia dejar de verlas. ¿Tenia que prohibirle ver a sus hermanas a quienes tanto amaba? El cedió de nuevo y en seguida las dos ruines hermanas llegaron. Traían planes muy concretos. Las palabras vacilantes de su hermana y sus contradictorias respuestas, cuando le pidieron que describiera a su marido, avivaron su curiosidad. Estaban convencidas de que, no solo Psiqué no lo habiá visto todavia, sino que incluso ignoraba su identidad. No le expusieron sus sospechas, pero le reprocharon por disimular tan triste situación a sus hermanas. Ellas lo habían comprendido, le dijeron, y estaban seguras de que su marido no era un hombre, sino mas bien la horrenda serpiente profetizada por el oráculo de Apolo. El de momento se mostraba dulce, pero llegaría una noche en que se arrojaría sobre ella para devorarla. Psiqué, consternada, sentía que el terror invadía su corazon e iba matando poco a poco su amor. Muchas veces se preguntaba por qué él no le permitía verle, y sospechaba que debía tener para ello alguna poderosa razón, ¿Qué sabia de él en realidad? Si no era tan horrible, ¿por qué tenía la crueldad de ocultarse a su vista? Triste, temblorosa y balbuceante, dio a entender a sus hermanas que no podía negar lo que le decían, pues hasta aquel momento su marido no la había poseído sino en la mas profunda oscuridad. "Debe ocultar algo horrible para que tema tanto la luz del día" dijo ella sollozando, y les pidió consejo. Ellas lo tenían ya todo previsto, pues lo prepararon con antelación. Psiqué debía ocultar un cuchillo bien afilado y una lámpara al lado de su lecho. Cuando su marido estuviera profundamente dormido, ella se levantaría, encendería la lampara y empuñando el cuchillo, lo clavaria en la figura horrible que la luz le descubriera. La dejaron abrumada por la duda y fuera de si, sin saber qué partido tomar. Ella le amaba y él era su amante esposo... Durante todo el día sus pensamientos luchaban dentro de ella. Cuando llegó la noche, había abandonado la lucha. Estaba decidida a matarlo... Cuando él se durmió apaciblemente, ella se revistió de valor y encendio la lámpara. Caminando sobre las puntas de los pies se acercó al lecho y, elevando la luz, contempló lo que tenía ante sus ojos. ¡Oh, su corazón sintió un profundo alivio y el más sublimado éxtasis! La luz no le hizo ver un monstruo, sino la más bella de las criaturas. Invadida por la vergüenza de su locura y por su poca confianza, Psiqué se hincó de rodillas y si el cuchillo no hubiera caído de sus manos temblorosas lo habría clavado en el propio pecho. Pero mientras se hallaba reclinada sobre él, contemplando tan gran belleza, una gota de aceite cayó de la lámpara en la espalda de aquel bello joven. Se despertó sobresaltado, vio la luz y comprendio la desconfianza de Psiqué, y sin pronunciar palabra se marchó. Psique corrió tras él. No podía verle, pero oía su voz que le hablaba. Le dio a conocer su nombre y con tristeza le dijo adios: "El Amor no puede vivir sin confianza" y con esas últimas palabras la abandonó. "El dios del amor" pensó ella "era mi esposo, y yo, miserable, no tuve fe en su palabra. ¿Se ha marchado para siempre?. De todas maneras -pensó ella llena de coraje- puedo pasar el resto de mi vida buscándolo. Si él no quiere ya amarme, yo sabré demostrarle mi amor". Y se puso en camino sin rumbo fijo; solo sabía una cosa: que jamás renunciaría a volverle a encontrar. Entretanto, él fue a reunirse con su madre para pedirle que curara su herida, pero cuando Venus supo su historia y comprendio lo que Psiqué había pretendido, llena de colera le dejó solo con su tristeza. Marchó en busca de la muchacha por cuya causa había sentido celos mortales. Venus estaba decidida a demostrar a Psiqué lo que cuesta escapar de la ira de una diosa. La pobre Psiqué, en su desolado vagabundear, intentaba reconciliarse con los dioses. Les dirigia continuas y ardientes suplicas, pero ninguno de ellos quería granjearse la enemistad de Venus. Psiqué comprendio al fin que los dioses no le ofrecían esperanza alguna y tomó una rapida decisión. Se dirigiría a Venus, se ofrecería a servirla e intentaría apaciguar su colera. "Y quién sabe -se dijo- quién sabe si él no estará en casa de su madre". Y se puso en camino para encontrar a la diosa, quien a su vez andaba buscándola. Cuando las dos se encontraron, Venus se echó a reír y le dijo con desprecio si buscaba un marido, el que había tenido y que rehusaba verla después que escapó de la muerte a causa de las quemaduras que ella le causara. "Pero en verdad -dijo la diosa- eres tan descarada y te preocupas tan poco de tu aspecto que jamas encontraras un enamorado. Para darte pruebas de mi buena voluntad voy a enseñarte cómo hacerlo". Pidio gran cantidad de semillas de las mas pequeñas, trigo, amapolas, mijo y otras, y las mezcló en un solo monton. "Por tu propio interés, procura que todas esten separadas para esta tarde" dijo la diosa. Y tras estas palabras se fue. Psique quedo sola y, sentada, contempló el monton de semillas. No cabia en su cabeza la crueldad de esta orden que la desorientaba. además, le parecía inutil ponerse a realizar un trabajo de tan dificil ejecucion. Pero ella, que jamas despertó compasión de nadie en el mundo de los mortales ni de los inmortales, en esta penosa situacion suscitó la piedad de las mas pequeñas de las criaturas, las hormigas. "Venid, compadeceos de esta pobre criatura, ayudemosla pronto" se decían unas a otras. Todas respondieron a este llamamiento; vinieron en masa y trabajaron afanosamente separando y amontonando, y lo que fue un monton informe se convirtió en una serie de montoncillos bien ordenados, compuestos cada uno por una variedad de semilla. Así lo encontró Venus a su regreso, y al verlo se puso furiosa. "Aun no has terminado tu trabajo", le dijo. dio un mendrugo de pan a Psiqué y le ordenó dormir en el suelo, mientras ella se tendía en su lecho blando y perfumado. Si la podía obligar por largo tiempo a un trabajo duro y penoso, e incluso hacerle pasar hambre, la belleza odiosa de esta muchacha no lo podría resistir. Entretanto, impediría que su hijo abandonara la habitación donde todavía se encontraba, sufriendo a causa de su herida. Venus se sentía satisfecha por el cariz que tomaban los acontecimientos A la mañana siguiente se le ocurrió un nuevo trabajo para Psiqué, una faena peligrosa. "Abajo, en la orilla del río, donde crecen unos espesos zarzales, se encuentran corderos que tienen el vellocino de oro. Ve y traéme un poco de su brillante lana". Cuando la joven, extenuada, llegó junto a la corriente de agua, intentó lanzarse en ella y terminar asi sus penas. Pero al inclinarse oyó una debil voz que parecía salir del suelo. Bajó los ojos y notó que la voz provenía del rosal. Le decían que no debía ahogarse, pues las cosas no se le presentaban mal. Los corderos estaban muy nerviosos y alborotados, pero si Psiqué esperaba un momento en que por la tarde salían de sus rediles para descansar y abrevar a la orilla del riachuelo, solo tendría que entrar en los corrales y recoger los copos de lana enganchados en las zarzas. Así habló el dulce y gentil rosal, y Psiqué siguiendo su consejo recogió gran cantidad de hilos de oro para su cruel dueña. Venus la recibió con helada sonrisa. "Alguien te ha ayudado -le increpó bruscamente- tu sola no lo habrías podido realizar. Te voy a dar otra ocasión de probar que tienes el corazón tan decidido como aparentas. ¿Ves aquella agua tan negra que desciende de la colina? Es el nacimiento del río terrible y aborrecido, el Estige. Llena este frasco". Era la prueba más dura que le habían impuesto. Psiqué se dio cuenta al llegar a la cascada. Las rocas que la rodeaban eran escarpadas y deslizantes; el agua se precipitaba por lugares tan abruptos que solo una criatura alada podía aproximarse. Y efectivamente, un águila la ayudó. Planeaba con sus enormes alas por los alrededores cuando vio a Psiqué y se compadeció de ella. Con su pico le arrebató el frasco de sus manos, lo llenó de agua negra y se lo devolvio. Pero Venus se dio cuenta. Todo lo que ocurría la incitaba a pruebas más difíciles. dio una caja a Psiqué con la consigna de llevarla al hades y rogar a Proserpina, reina del mundo subterraneo, que metiera en ella un poco de su belleza. Psiqué debía insistir sin desmayos y hacer comprender a Proserpina que Venus padecía necesidad urgente, pues estaba ajada y agotada de atender a su hijo enfermo. Obediente como siempre, Psiqué se fue a buscar el camino que conducía al Hades. Cuando pasaba ante una torre, ésta se ofreció a guiarla y le señaló el rumbo que la llevaría al palacio de Proserpina: debía pasar primero por un gran agujero que había en tierra y después por el río de la muerte donde debía entregar una moneda al barquero Caronte para que la transportara a la otra orilla. Allí el camino descendía recto al palacio. Cancerbero, el perro de tres cabezas, guardaba las puertas, pero si ella le ofrecía un dulce se amansaría y le permitiría entrar. Todo ocurrió como la torre anunció. Proserpina no deseaba más que servir a Venus; Psiqué, muy animada, tomó la caja y volvio más rapida que había ido. Llevada por la curiosidad, y más todavia por su vanidad, quiso ver el encanto que la caja contenía y, a poder ser, usar un poco en ella misma. Al igual que Venus, sabía que su belleza estaba resentida por los sufrimientos y no le abandonaba un instante la idea de recobrar a Cupido. ¡Ojalá otra vez pudiera volverse mas bella para él! Incapaz de resistir la tentación, abrió la caja y con gran desencanto no encontró nada; estaba vacía. Entonces un decaimiento mortal se apoderó de ella y cayó en un profundo sueño. En este crítico momento intervino el dios del Amor. La herida de Cupido ya había curado y deseaba ardientemente encontrar de nuevo a Psiqué. Es dificil contener el amor. Venus había cerrado las puertas, pero quedaban las ventanas. Nada más fácil para Cupido que escapar por una de ellas y buscar a su esposa. En un momento arrancó el sueño de los ojos de Psiqué y lo encerró en la caja. Después despertó a su mujer con un beso. La riñó un poco por su curiosidad, le dijo que llevara a su madre la caja de Proserpina y le aseguró que todo en adelante tendría un feliz desenlace. Mientras Psiqué se apresuraba a obedecer, el dios del Amor se marchó al Olimpo. Quería asegurarse de que Venus no le pondría mas dificultades y planteó el caso ante Jupiter. El padre de los dioses y de los hombres consintió enseguida en todo lo que Cupido le pedia. Convocó a los dioses y les anunció (a Venus y a los demas) que Cupido y Psiqué estaban oficialmente casados y propuso conceder la inmortalidad a la esposa. Mercurio elevó a Psiqué hasta el cielo y la depositó en el palacio de los dioses. El mismo Jupiter le hizo gustar la ambrosía que le otorgaba la inmortalidad. Esto, naturalmente, cambiaba la situacion. Venus no podía ya censurar a la diosa que había llegado a ser su bella nuera. Se imponía una alianza y así penso que Psiqué, viviendo en el cielo con su marido, le faltaría tiempo para bajar a la tierra, acaparar la atención de los hombre e inmiscuirse en su culto. Todo terminó felizmente. El Amor y el Alma (que es lo que significa Psiqué en griego) se buscaron y tras duras pruebas se encontraron. Y esta unión no debía romperse jamás. Y Colorin colorado.... Fuente:

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Cuento "colorado"


Pifucio y el Tomate

Resulta que Pifucio era un nene un poco raro.No le gustaban las golosinas, pero le encantaba la sopa. Le ponía dulce de leche a las milanesas, y sal a la leche chocolatada. Le gustaban las verduras y no la carne.No le gustaba tirarse a la pileta de lona, pero sí bañarse y lavarse las orejas. Cuando dormía ponía los pies en la almohada y la cabeza en el colchón. Un día se equivocó y se puso la campera del papá como pantalón, y no se dio cuenta en un rato largo.

Un día, Pifucio se hizo amigo de un... tomate. Estaba sentado en el piso jugando con el tomate, haciéndolo rodar y girar, mirándolo y pasándolo de una mano a otra.

La mamá le preguntó que hacía, y él le dijo:- Juego con mi amigo Tomate, mamá.- ¿Y cómo podés ser amigo de un tomate? ¿No ves que no habla y no se mueve? - dijo la mamá.- ¿Y que importa? ¿No puedo quererlo igual? - protestó Pifucio.

- Es que los niños no son amigos de las cosas - respondió la mamá. Son amigos de otros niños, de algunas personas grandes, de un perrito o un gatito. Pero de un tomate... es de lo más raro. Pifucio se quedó pensando un rato. Un amigo suyo decía que era amigo del Superman de la tele, otro era amigo de un oso de peluche, y otro de una nena de tercer grado. ¿Entonces, qué tenía de raro un tomate?

Esa noche Pifucio se llevó el tomate a la cama, y durmió con él. Ocupaba mucho menos lugar que el oso, y ya tenía bastante olorcito a tomate. Durante el día la mamá insistió en guardarlo en la heladera, y Pifucio lo envolvió en una servilleta para que no tuviera frío. Pero el tomate estaba bastante blandito, se puso negro en un costado y le salió una pelusita blanca en la panza. Pifucio se preocupó y le pidió a la mamá que llamara al doctor.- No hay doctor de tomates - le respondió la mamá.- Entonces llamá al veterinario - pidió Pifucio.- No hay veterinario de tomates - dijo la mamá.- Entonces al verdulero - insistió Pifucio.- Los verduleros no hacen visitas a la casa de la gente como los doctores. - explicó la mamá.

Entonces la mamá lo sentó en la mesa y le contó que su tomate se estaba pudriendo, y que eso es lo que le pasa a todos los tomates, y que había que tirarlo a la basura, y que si seguía diciendo que el tomate era su amigo estaba loquito.

Pifucio lloró un poco, y aceptó que su mamá tenía razón.

Al día siguiente fue a abrir la heladera para ver de que otra verdura se podía hacer amigo. Pero la mamá se adelantó, y antes de que Pifucio se hiciera amigo de nada, lo llevó a la plaza.

Allí jugó un rato largo en el arenero, y al final se hizo amigo de... un baldecito de plástico. Y también de una... palita. Y de un... rastrillo. Pero también de la dueña de las tres cosas, que era una nena muy simpática.Y colorin colorado....

sábado, 12 de septiembre de 2009

Cuento para el ¡Atardecer!


Las Hadas del Lucero de la Tarde. Tomado de: Cuentos Maravillosos de Hoy y de Siempre, James Riordan, Círculo de Lectores, Barcelona, 1986

Hace mucho, mucho tiempo, no había invierno con sus fríos y hielos, y los hombre y las bestias vivían en paz y felicidad. Había comida suficiente para todos, porque en los bosques de alrededor del Gran Lago abundaban los venados, en las praderas había grandes manadas de búfalos y en los arroyos que bajan de las montañas hacia el sol naciente sobraban los peces. Las flores brotaban en todas partes y los pájaros, envueltos en plumajes más brillantes que los de ahora, llenaban el aire con sus alegres trinos.

En este país tan lejano, había una vez un jefe indio que tenía diez hijas, todas ellas hermosas como la Luna. Cuando crecieron, nueve hijas se casaron con nueve jóvenes y valientes indios. Pero la menor no hacía el más mínimo caso de cualquier valiente indio que se le acercara. Les decía, simplemente: "Soy feliz así como soy." Pero, con el correr del tiempo, se casó con un hombre muy, muy viejo, con el pelo blanco y las piernas endebles. Su padre y sus hermanas se enfadaron por esto, pero ella sonreía y les decía simplemente: "Soy feliz así como soy."

Un día, el padre dio una fiesta para sus hijas y sus maridos. En el camino hacia la tienda de su padre se encontraron las hermanas, y todas se burlaban de la menor: -Pobre niña-decían-, que pena que se haya casado con ese viejo feo. Mira, apenas puede caminar; si se cayera seguramente no podría volverse a levantar. Mientras caminaban notaron que el viejo miraba para arriba, donde está el Lucero de la Tarde, y de vez en cuando murmuraba algo entre dientes. -Mírenlo-rió una de las hermanas-, el viejo loco cree que el Lucero de la Tarde es su padre y que lo protegerá.

En el camino tenían que pasar por el hueco de un tronco, grande y ancho como el cuerpo de un joven. Todos se sorprendieron al ver que el viejo se ponía en cuatro patas, y lo atravesaba gateando, apoyado en rodillas y manos. Pero cuando apareció al otro lado, y se levantó, ya no era un hombre anciano; era un joven y orgullosos indio, alto, hermoso y valiente. Su mujer, en cambio, ya no era una niña joven. Se había transformado en una viejecita agachada, que se apoyaba en un bastón. Él la ayudaba a caminar gentilmente. Parecía que la quería aun más que antes.

Las diez mujeres con sus diez hombres llegaron a la tienda de su padre y empezaron a comer. En la alegre fiesta olvidaron lo que había pasado, hasta que de pronto oyeron una voz que parecía venir del cielo. Le hablaba al joven valiente. Miraron hacia arriba y, por el agujero para el humo, vieron brillar al Lucero de la Tarde. -Hijo mío-dijo el Lucero-, hace muchos años un espíritu maligno te transformó en un viejo. Ahora, gracias al sacrificio de tu mujer, ese espíritu perdió su poder, y tú eres libre. Puedes venir a vivir conmigo y puedes traer a todos tus parientes, si así lo deseas; tu mujer recuperará su juventud, y los dos podrán obtener lo que deseen. De pronto, la tienda comenzó a elevarse por los aires. Mientras subía, la corteza del árbol de la que estaba hecha se transformó en las alas de millones de pequeños insectos. Y cuando el joven jefe miró a su mujer, vio que de nuevo era una joven encantadora. Su vestido de piel era ahora de fina seda, y si bastón de madera se había trasformado en una pluma de plata que adornaba su pelo. Pero las hermanas burlonas, sus maridos, y e padre, se habían transformado en pájaros de brillantes colores. Y todos cantaban divinamente.

La tienda navegó hacia arriba, hacia arriba, hasta que llegó al Lucero de la Tarde, donde todo era de color blanco plateado y todo estaba en paz. ¡Qué feliz estaba el Lucero al ver a su hijo! Él se sentó a los pies de su padre con su joven mujer a su lado. Los pájaros revoloteaban felices alrededor del Lucero. El padre les dio la bienvenida y les otorgó todo lo que ellos quisieron. Vivieron juntos y felices muchos años, y también tuvieron un hijo. Cuando el niño creció, comenzó a desear cazar con arcos y flechas. Como el Lucero de la Tarde amaba a su nieto, le enseñó él mismo los ardides de la caza. Pero le hizo una advertencia solemne: -Por ningún motivo debes disparar a un pájaro. Si lo haces, caerán sobre ti grandes desventuras.

Durante varios días el niño estuvo disparando sus flechas al aire, a los árboles, a los arbustos y a las briznas de hierba plateada. Pero pronto se cansó y deseó disparar a los pájaros en movimiento. Así es que, cuando nadie lo miraba, apuntaba a los pájaros, aunque era muy difícil acertar a un pájaro volando. Pero un día de ésos, divisó a una oropéndola distraída, disparó una flecha recta, y ésta, muy pronto, se hundió en medio del pecho del pájaro. Se sintió muy orgulloso de su éxito.

Pero al poco tiempo su orgullo se transformó en horror, pues, ante sus propios ojos, vio cómo el pájaro se volvía una joven india con una flecha enterrada en medio del pecho. Era una de las hermanas de sus madre que volvía a su forma terrenal. Tan pronto como su roja sangre tocó el puro suelo blanco, el encantamiento se rompió, y todos ellos tuvieron que dejar el paraíso del Lucero de la Tarde.

El joven se sintió caer suavemente por el cielo, como si volara sobre grandes alas. Finalmente sus pies tocaron la Tierra, y se encontró en la cima de una montaña, mirando los valles desde lo alto. Miró hacia arriba y vio a sus tíos y tías que flotaban hacia él; muy pronto estaban todos sanos y salvos sobre la montaña rocosa. Después cayó la tienda plateada, con sus paredes pululando de pequeños insectos, y se posó suavemente en la roca. De ella salieron sus padres. Todos tenían ahora formas terrenales, pero no totalmente: porque todos eran de un tamaño no mayor que el de una mariposa. Porque, a causa de los poderes del Lucero de la Tarde, que saca el bien del mal, se habían transformado en las hadas de la montaña. Y en la cumbre de la montaña, donde antes nada crecía, apareció una alfombra de césped, adornada de manchones de flores de colores y de frescas lagunas.

Las hadas estaban felices de tener ese lugar tan bello en la Tierra y se lo agradecieron al Lucero de la Tarde. Su mirada bondadosa las envolvió en la luz del atardecer y le escucharon decir suavemente: -Sed felices, hijos míos, que yo os cuidaré desde el cielo.

Desde entonces vivieron juntos en paz y alegría. En las tardes tibias de verano se reúnen cerca de la tienda plateada en la cima de la montaña, y también se puede, si uno escucha atentamente, oír el canto de las hadas del Lucero de la Tarde.Y colorin corado..


martes, 8 de septiembre de 2009

Cuento Hechizado!!!


“UN MUNDO MÁGICO” Andrea & Gricelda

Cuando niña, siempre fantaseaba con un mundo lleno de grandes emociones. Gracias a las locas historia de mi abuelo. Mis padres siempre lo recriminaban por que me llenaba la cabeza de tonterías, según ellos. Pero un día, cuando apenas contaba con tan solo diez años, mi abuelo me contó una historia realmente increíble, y algo complicada para mi edad, pero puse toda la atención posible a una de las nuevas fantasías de mi abuelo. En un bosque muy lejos de aquí, cerca de cinco lunas, existía un mundo paralelo al nuestro, lleno de grandes magos, duendes, hadas, en sí todo a lo que se puede llamar mágico. Pero para llegar a él tienes que pasar por una serie de riesgos y, lo más importante, creer en su existencia. En realidad era toda una odisea.

Mientras crecía, bueno en realidad no fue mucho, ya con mis diecisiete inviernos decidí corroborar la historia de mi tan fantasioso pariente. Además era una buena excusa para salir del pueblo. Cuando les comente a mis padres que me iría pusieron el grito en el cielo, y casi matan a mi abuelo sino se encontrase ya muerto, pues no les cayó bien mi idea. En realidad apenas enterados de mi decisión me encerraron en mi habitación, creyendo que así impedirían mi tan anhelado viaje. Ya bien entrada la noche decidí escaparme no sin antes dejarles una nota en la cual les explicaba que: Mi mundo no era vivir comúnmente como lo estuve haciendo todo ese tiempo. Que quería explorar la tierra, y averiguar si más allá había un mundo diferente, lleno de magia y fantasía. Un mundo que anhelaba conocer.

Para poder emprender el viaje sin ningún contratiempo, tuve que cortar mi hermoso cabello rubio, ponerme pantalones y una camisa para poder simular a un varón. Esto lo pude conseguir gracias a las ropas de mi padre, que afortunadamente era de mi estatura. Así comencé mi viaje en mi caballo Tasus, y con lo suficiente para poder sobrevivir a mi travesía. Tuve que viajar cerca de dos días para poner cierta distancia entre mi pueblo, y por que no decir mi padre, quien me buscaría. Afortunadamente no tuve contratiempos en todo el camino. Así que decidí descansar en un pequeño claro que había encontrado. Prepare una fogata, y tuve que cazar un conejito para comer lo cual no me hizo ninguna gracia ya que nunca lo había hecho. En realidad fue muy difícil, pero tenía que alimentarme sino quería morir. Ya saciada mi hambre, decidí dormir un poco ya que tenía mucho camino por recorrer para encontrar lo que me había empeñado en buscar. El día llego, con pesadumbre me levante cuando el sol ya me cubría el rostro impidiendo mi sueño. Me propuse a bañar en tan exquisito lago, luego desayune algo de té con pan de nuez y queso de cabra. Cuando terminé, levante mi improvisado campamento. Tomando las riendas de Tasus me propuse caminar, pues ya estaba bastante cansada de montar, y así nuevamente emprendí el viaje. A medida que me apartaba más al norte hubo momentos en que me hospede en posadas, después de haber regateado por una habitación claro esta. Se preguntaran con qué dinero, pues con mis ahorros. Mi abuelo siempre me enseño a ahorrar “para sacarme de apuros” siempre decía. Además que por el camino tuve que narrar historias para poder conseguir el tan preciado metal. Mientras más avanzaba más sitios conocía, eran increíbles cada uno de ellos. Hasta que por fin llegue al bosque, era como me había dicho mi abuelo, con grandes árboles que podían tocar el mismo cielo de cuyas copas salía un extraño y tenebroso sonido, que si no fuera por lo que había tenido que hacer para llegar aquí no ingresaría. Lo que lamente fue dejar a Tasus ya que la espeses de los frondosos matorrales podrían herirlo. Pero lo curioso fue qué a medida que me intentaba adentrar al bosque, aquel sonido cambiaba inexplicablemente a uno más calido y hermoso, que me llenaba de una paz interior que ni siquiera pueden imaginar. Era espléndida la belleza del bosque con flores gigantes que nunca había visto jamás. Incluso me acerque a tratar de olerlas pero una voz me sorprendió muy cerca de mi oído: Yo de ti no haría eso. – Me dijo. Era como una pequeña mariposa pero ésta tenía cuerpo humano, y un lindo vestidito rosa. Volaba alrededor de mi cabeza mientras hablábamos. ¿Por qué? – Le pregunté. A veces las apariencias engañan, es carnívora. Pero no lo parece. Ya te dije, nunca confíes en lo que no conoces. Entonces tampoco debo confiar en ti. Jajaja… Aprendes rápido, pero no te preocupes yo no muerdo soy vegetariana jajaja… – Dijo sin dejar de reír. Eres un hada ¿verdad? ¿Cómo lo sabes?, espera yo lo adivino, por mi magnifica belleza y mis hermosas alitas, no. – Dijo toda presuntuosa. Eres bastante modesta para ser tan pequeña, en realidad mi abuelo siempre me contaba historias sobre ustedes, y muchas otras cosas. – Le dije orgullosa por mis conocimientos. Mira quién habla de pequeñas, pero es muy interesante lo que dices, hay muy pocas personas que conocen nuestra apariencia. Siempre divagan cuando hablan del mundo mágico. – Somos interrumpidas cuando otra voz que no pude escuchar, aclama la presencia de la hada. – Lo siento pero me tengo que ir. – Terminó, emprendiendo el vuelo lejos de mí. ¡Espera por favor, puedo ir contigo! – Me apresure a decir, pero era muy tarde.

El hada se va rápidamente volando sin escuchar mis palabras, así que decidí correr tras ella. Corrí mucho sin saber hacia dónde, hasta que llegue a un extraño río con el agua más cristalina, permitiendo ver a peces de diferentes colores y tamaños, nadando libremente. Que con sólo mirarlos recordé el hambre que tenía, así que decidí pescar uno para comerlo. Cuando ya tenía un hermoso pez dorado en mis manos el pez hablo y tuve que rápidamente soltarlo, cayendo de traste y empapando mi ropa. – Pero que haces niña, a nosotros no nos puedes comer. – Dijo el dorado pez. – Pero… pero, es que…Tengo mucha hambre…, lo siento – Trate de decir con la cabeza gacha por la vergüenza. – No te preocupes, sígueme.Vi como el pez saltaba en el agua, y corrí tras el hasta que se detuvo antes de llegar a una parte profunda del río, y me dijo: Que de aquí podría sacar cuantos peces quisiera y comerlos. Le agradecí pero le pregunte si estos peces hablaban, porque no quería comer algo que hable. El pez tan solo se rió de mí, y se alejó como lo había hecho antes. Entonces pesque un gran pez, y lo cocine, comiéndomelo en tan sólo unos minutos mostrándome cuan hambrienta había estado. Después de esto me entró un sueño al que no pude resistirme, y me recosté bajo un árbol ya que estaba anocheciendo. Caí en un sueño tan profundo hasta que sentí unos lametones en mi rostro, y poco a poco abrí mis ojos sorprendiéndome al abrirlos cuando un hermoso león blanco me observaba tranquilamente. Pensé que hasta aquí llegaba mi travesía, y este hermoso especimen me comería. Me arrincone más al árbol sin saber que hacer cerrando fuertemente mis ojos a medida que el animal se acercaba más a mi, y mi sorpresa fue grande cuando éste me lamió, nuevamente, abrí con temor uno de mis ojos, y observe una sonrisa que se dibujaba en los labios del león, y me hablo: – No temas Desslie, no pienso hacerte daño, sólo vine a ayudarte.Hasta ese momento ya no me sorprendía que también pudiera hablar, pero mi nombre ¿cómo lo sabía? – ¿Cómo sabes que me llamo así? – Pregunté curiosa.– En este mundo se sabe todo, mi nombre es Zangar. Como te dije, te vine a ayudar. – ¿Ayudar?, ayudar ¿en qué? – A llegar al mundo mágico. – ¿Qué… acaso ya no estoy aquí? – Pregunté, ahora sí, más que sorprendida. – No pequeña, esto es sólo parte de él, te falta mucho para llegar, ven súbete en mi lomo yo te llevare, no debemos demorar demasiado. Decidí no preguntar más, solo por el momento. Subiéndome en su lomo con lo poco de mis pertenencias cruzamos un pantano espantoso, que a medida que avanzábamos pude observar que sobre la superficie comenzaban a salir algo que no sabía qué era. A mí me parecían serpientes. Estaba muy atenta y asustada, hasta que uno de ellos trato de hacernos caer al fangoso lago, fue así como los pude ver de cerca, sus extremidades inferiores se parecían a las de un caimán, la superior humana pero llena de escamas, y con cabeza de serpiente. Pero gracias a las fuertes garras de Zangar logramos salir de allí con largos saltos que nos alejaron rápidamente de tan horrible lugar. Me alegró mucho contar con la ayuda del león, porque al parecer esto era por lo que tenía que pasar después del hermoso bosque, y estoy segura que no lo hubiera logrado. Después de dos arduos días sin descanso cruzamos ese horrible pantano. Llegando a un hermoso claro muy parecido al que había dejado días atrás. – Aquí estarás a salvo mi pequeña amiga. Será mejor que descanses, mañana podrás emprender nuevamente el viaje. – Dijo Zangar. Cuando ya me había bajado de su segura montura. – ¡Gracias!, sino hubieras estado conmigo no hubiera llegado hasta aquí. – Con estas palabras abrase al gran león. – Estoy seguro que te las hubieras ingeniado muy bien sin mi, pequeña. – Oh, no lo creo, pero gracias. – Dejando de abrazar ya al león. – Descansa, y será mejor que comas algo. Mira ves esos árboles frutales qué están allá, de allí puedes comer algo, y en el lago hay muchos peces si quieres comer. – Oh, gracias, pero ésos no hablan ¿verdad? – Pregunté rápidamente. – Jajaja… Eres muy graciosa, lo sabías, no te preocupes puedes comerlos tranquila, ésos no hablan jajaja… – Dijo Zangar riéndose por la pregunta. Avergonzada por mis palabras baje la cabeza, y le dije casi en un susurro: – De todas maneras no tengo mucha fuerza para buscar algunas ramas y encender una fogata, creo que me conformare con la fruta, gracias. – Como quieras pequeña, nos veremos luego. – Dijo pretendiendo marcharse. – ¿Te marchas? – Dije algo apenada por la partida de mi amigo. – Sí, pero no te preocupes te aseguro que nos volveremos a ver. – Dijo mientras se acercaba, y lamía mis lágrimas. – Gracias, pero, ¿cómo voy a saber hacia dónde ir? – Atiné a decir entre sollozos mientras abrazaba nuevamente al hermoso león blanco. – No te preocupes, tú instinto te lo dirá. Adiós. – Con estas últimas palabras Zangar desapareció de mi vista.Después de comer y descansar decidí explorar el sitio un poco, a medida que me adentraba más allá del río, divisé un hermoso purasangre azabache con un cuerno en la testa y unas bellas alas del mismo color que bebía la dulce agua del río. Me acerque lo más despacio posible para no espantarlo, extendí mi mano temblorosa para frotar su crin, y me asombro que se dejara acariciar. Al voltear su hocico, y recibir mi caricia pude ver que tenía unos fastuosos ojos azules. Mi estupor fue interrumpido cuando nuestros oídos captaron un silbido que requería a tal estupendo animal, éste troto apartándose de la orilla, y desplegando sus grandes alas voló hacia su llamado. Yo, con la boca abierta al ver volar a tal animal, corrí en la dirección en la que se alejo. Mayor fue mi sorpresa cuando un hombre se subía en el caballo, y se alejaban sin escuchar mi llamado.

Al ver partir a tal preciado animal, con quien al parecer era su dueño, decidí seguir apreciando tan hermoso lugar, llegando pronto a la fuente del río en el cual me dispuse a darme un baño. Allí, me sorprendió una Xanas, ninfa propia de los ríos de España, la cual era aún una niña y, siempre, le gustaba ir a la fuente para jugar.– Hola extraña, ¿quieres jugar conmigo? – Preguntó la Xanas. – Oh, lo siento, no te había visto. – Dije algo sobresaltada.– Descuida, ¿quieres jugar? – ¿A qué quieres jugar? – A zambullirnos, ¿quieres?, me encanta ese juego. – Me dijo contenta. – Claro.

Y así, comenzamos a zambullirnos. En realidad el juego consistía en ver quien resistía más en el agua, ella siempre me ganaba, ya que era una ninfa acuática. Jugamos así mucho rato, hasta que me di cuenta que mi piel, estaba arrugada por el largo tiempo que había pasado en el agua, así que decidí parar el juego.– ¡Eh!, no sé como te llames, pero creo, que ya basta de juegos por hoy. – Ah, que pena, me llamo Sally-anne, y ¿tú? – Desslie, fue un placer jugar contigo, Sally-anne. – Le decía mientras me disponía a salir del agua para vestirme – Ya es muy tarde, no crees que debes ir a casa, tu madre te debe estar buscando.

– Sí, ya es tarde, ¿podremos jugar mañana? – Me dijo Sally-anne. – No lo creo, mañana, tengo que emprender el viaje nuevamente, lo siento.– Descuida, tal vez, nos volvamos a ver, te diriges al castillo verdad. – Me dijo más afirmando, que preguntando. – ¿Castillo? – Pregunté aturdida. Adiós, nos veremos luego. – ¡Hey, espera! – Vi como la Xanas se alejaba, adentrándose rápidamente a las profundidades del río.

Esa misma noche, tuve un extraño sueño, en el qué aparecía un hombre con orejas puntiagudas, alto, muy guapo, pero exótico a la vez, y me llamaba su princesa. Me levante sobresaltada, ante aquel inexplicable sueño, y me propuse seguir mi viaje, sin saber, qué me depararía el futuro.

Después de caminar casi toda la mañana, llegue a un camino, que estaba indicado con piedras de distintos colores, avance no más de cinco metros, cuando de pronto, escuche el relincho de un caballo. Así qué me dispongo a buscarlo, dándome con la sorpresa que tal caballo, era el que había visto días atrás. Nuevamente me acerque, como lo había hecho antes, cuando de pronto, una voz me sorprendió detrás de mí:

– Es hermoso, ¿verdad? – Rápidamente volteo, y lo que vi me sorprendió aún más, cuando el hombre de mi sueño se presentaba ante mí – Se llama Alphard, y, yo soy Shegab, ¿tú eres?

– Desslie, me llamo Desslie. – Me apresure a decir, sorprendida.

Aquel hombre estaba vestido: con una especie de túnica blanca sujeta por un cinto marrón, con largos cabellos, de un inexplicable color que no era negro, rubio ni rojo. Sus ojos fueron lo que más atención me dio, al igual que su cabello, sin color definido, ni azules, ni negros, ni verdes. Pero a pesar de eso era un ser encantador.

– Un placer Desslie. – Dijo Shegab. Hasta Alphard relincho moviendo la cabeza en forma de saludo – Parece que también le agradas. Los dos sonreímos, y fue así que pude ver su sonrisa dulce y angelical. Acariciando tiernamente al animal dije: – En realidad, ya nos conocemos, pero no sabía que se llamara así, bonito nombre.– Entonces, te gustaría dar un paseo en el.– Claro, me encantaría. – Sin disimular mucho mi alegría, que casi doy brincos por la emoción, pero afortunadamente me contuve.

Él ya estaba montado en Alphard, y me ayudo a subir al corcel tendiéndome la mano para depositarme sobre los cuartos traseros de Alphard. Sujetándome muy fuerte de su cintura emprendimos el vuelo. Desde el cielo la vista del bosque era hermosísima, sobrevolamos por bellos lugares hasta un río que tenía una gran cascada, en la cual decidimos detener nuestro viaje para descansar. – Fue muy lindo y emocionante, gracias. – Dije. – Me alegro que te halla gustado. ¿Deseas comer algo? – Dijo él. – Sí, pero no tengo nada. – No te preocupes, espérame un momento, ya vuelvo. – Apartándose de mí. Después de unos cuantos minutos retorna con una liebre muerta. – ¡Oh, la has matado! – Exclamé acercándome rápidamente a él.– Pues sí, no me dijiste que tenías hambre, ¿no te gusta? – Me decía mientras me mostraba la presa que había capturado para comer. – No es eso, sólo que me da mucha pena ver a un animalito muerto. – Ah, lo siento, ¿qué has estado comiendo entonces? – Bueno, en realidad si los como…, ah, olvídalo.

Él sólo se echó a reír, y se dispuso a prepararlo. Me sorprendió mucho más cuando, después de juntar las ramas secas que nos servirían para la fogata, con solo un chasquido de sus dedos encendió las ramas. Sabes, creo que en este mundo ya no me debería sorprender tales cosas, pero no pude evitar hacerlo. Mientras comíamos le comencé a contar por todo lo que había pasado para llegar aquí. Incluso me enteré que los seres que nos habían atacado a zangar y a mí en el lago, se les llamaba Masientrix. Eran una especie de guardianes, y cuando le conté de mis padres no puede evitar entristecerme, haciendo que él lo notara y quisiera consolarme abrazándome, lo peor de todo es que no pude rehusar llorar. Después que logré sosegarme, ya era demasiado tarde, así que me dijo: – Será mejor que nos vayamos, ya está anocheciendo.

– Sí claro, siento mucho haberme puesto a llorar pero… – No pude seguir cuando sentí un nudo en la garganta, queriendo nuevamente llorar. – No te preocupes, tal vez los vuelvas a ver. – Abrazándome nuevamente esta vez evitando que vuelva a llorar – ¡Eh, que te parece, si vamos a mi casa! – Exclamó para sacarme de mi tristeza. – Gracias, pero no quisiera molestar. – No es molestia, vamos sube. – Ya montado en Alphard.

Al igual que la vez anterior me subí en Alphard, y junto a Shegab emprendimos nuevamente el vuelo. El viaje no duro mucho, llegamos a un gran y hermoso castillo. A medida que sobrevolábamos el castillo pude ver a muchas personas las cuales desde lo alto se veían muy pequeñas, y grande fue mi sorpresa cuando los pude ver de cerca, ya que eran enanos, incluso yo era más alta que ellos. Alphard fue llevado a las caballerizas, y nosotros entramos en el castillo. Ya dentro Shegab me lleva ante sus padres, y me presenta:

– Padres, les presento a Desslie. – Mucho gusto Desslie, yo soy Trevers y ella es Mandy. – Dijo su padre amablemente, quien era vivo retrato de Shegab, solo que más viejo, y su madre igual de alta, pero de cabello rubio rojizo, además de ser muy bella. – El gusto, es mío. – Dije con una sonrisa. – Shegab hijo, instala a Desslie en una de las habitaciones, seguramente desea descansar. – Sí madre. – Desslie, nuevamente es un gusto conocerte, ojalá te sientas cómoda en nuestras instalaciones. – Dijo amablemente su madre con una hermosa sonrisa, igual a la de Shegab.

– Descuide, estoy segura que son muy cómodas. – Dije igualmente con una sonrisa.

Fui conducida por Shegab a través de largos pasillos que conducían a la estancia en la que me instalaría. Al entrar en ella no pude evitar quedar estupefacta con ver lo grande que era, tenía una enorme cama en el centro cubierta con finas sábanas de seda, y sobre ella ropa de cama lista para estrenar. Al lado de la misma había una mesa y sobre ella una lámpara finamente diseñada, una butaca se encontraba cerca de una de las grandes ventanas de cristales emplomados, el piso era de mármol blanco. También había un armario al cual corrí a abrir dándome con la sorpresa que se encontraba lleno de hermosos vestidos refinadamente diseñados, y justo de mi talla. También pude notar otra puerta la cual daba al baño. Después de darme un buen baño, y ponerme la sedosa pijama me dispuse a dormir.

Al siguiente día recibí la noticia de qué se llevaría a cabo una ceremonia a la cual estaba cordialmente invitada. Como faltaba mucho para la fiesta decidí ir a las caballerizas para ver a Alphard, pero lamentablemente no lo encontré. Pero me dio mucho gusto al ver a mi caballo Tasus, el cual también me recibió alegremente con sus relinchos. Pase gran parte del tiempo con mi caballo, y explorando la cuidad que circundaba al castillo, a cada sitio qué entraba era recibida con una reverencia incluso recibí muchos obsequios.

No sólo había enanos en la ciudad, también había centauros, duendes, brujas, magos, ninfas de bosque, minotauros, elfos y hadas. Incluso me encontré a Dita que era como se llamaba el hada que conocí la primera vez que llegue al bosque.

Ya en la fiesta, todos vestían elegantemente. El traje que había decidido ponerme era un elegante vestido largo de color verde claro, el cual se me ajustaba perfectamente de la cintura para arriba. Iba del brazo de Shegab, que llevaba una túnica de cuello alto con un cinturón, de color negro, con pantalones oscuros y unas botas negras de interior.

Bailé la mayoría de las piezas con Shegab, y otras con su padre. En realidad durante toda la fiesta me encontraba muy nerviosa, primeramente porque nunca había asistido a una fiesta como ésta, y mucho menos bailado, afortunadamente Shegab siempre estuvo a mi lado. La noche transcurrió. Terminada la hermosa fiesta, me dispuse a retirarme a mis aposentos a los cuales gustoso Shegab se dispuso acompañarme. Y cuando ya nos encontrábamos en la puerta de mi cuarto:

– Me gustaría mucho, que aceptaras acompañarme a un bello lugar mañana, Desslie.

– Me encantaría Shegab. ¿Acaso aún hay bellos lugares en este mundo mágico qué me falta conocer? – Pregunté sorprendida y alagada por su invitación.

– Ah, mi bella Desslie, claro, pero ninguno se compara a tu belleza – Sus palabras hicieron que me sonrojara y bajara la cabeza creyendo que así evitaría que se diera cuenta. Sentí como él tomaba mi mano, y tomándola entre las suyas me dijo – Siento haberte apenado mi bella Desslie, pero no puedo evitar decir la verdad.

Levante levemente el rostro aún apenada y sonreí.

– Gracias. – Me atreví sólo a decir.

Él, beso mi mano delicadamente sin dejar de ver mis ojos, incorporándose luego, y regalándome una de sus hermosas sonrisas. – Ahora descansa, mi bella Desslie. Él espero que entrara al cuarto, y después se marcho.

El amanecer llego tan lindo como tantos en este mágico lugar, a pesar de llevar tan poco tiempo en el. Después de desayunar con sus padres, al no encontrar a Shegab, su madre me dijo que me estaba esperando en la caballeriza. Corrí, y lo encontré preparando a dos caballos: uno de ellos era mi adorable Tasus y el otro era un hermoso lipizano blanco. Al no ver a Alphard por ningún lado le pregunte por el, diciéndome que donde íbamos no era necesario llevarlo, además quería que descansara un poco. Partimos, cada uno en nuestros respectivos caballos. En todo el camino íbamos hablando de la fiesta, y de los alrededores. No pude evitar preguntarle nuevamente ¿dónde quedaba ese sitio tan especial?, a lo que sólo me respondía que: “la paciencia es una virtud, mi adorable Desslie”. Después de varias horas de camino lleno de prados, llegamos al pie de una gran montaña en donde desmontamos. Y Shegab emite un suave sonido con una especie de flauta cuya forma consistía en un tubo de unos diez centímetros, mitad madera y metal, con tan sólo dos orificios. Al emitir el dulce y suave sonido produjo que la montaña comience a temblar, y que poco a poco de sus faldas se abra una pequeña puerta. Encendiendo una antorcha que se encontraba en la entrada, nos disponemos a entrar, entré de su mano mientras él con la otra sostenía la antorcha. Nos acercamos a una fuente de agua, de un insólito color azul, que era llenada por una pequeña abertura en la parte alta de la misma fuente. Shegab, deja la antorcha en un antorchero cerca de la fuente y me dice:

– Ven, Desslie, acércate. – Dijo dándome su mano. Me acerque, colocando mis manos en el borde de la fuente. – Es muy lindo, a pesar de estar en un sitio bastante tenebroso.

– Cuando me contaste de tu familia, te pusiste muy triste, y quería que los vieras. Pero para eso, te voy a pedir que cierres tus ojos y pienses en ellos. Los abrirás cuando yo te lo diga. – Hice lo que me pidió, aún, sin entender lo que iba a suceder – ahora, Desslie, ábrelos.

Muy lentamente, abrí los ojos, y la escena que observe me puso a llorar. Mi madre, estaba muy feliz, cantando una canción de cuna, cuando de pronto aparece mi padre, y sonríe abrasando a mi madre. - Es preciosa, ¿verdad? – Escucho decir a mi madre.

- Sí, es muy bella. – Dice mi padre. - Me recuerda a nuestra Desslie. Veo a mi madre llorar, y a mi padre abrazarla. Poco a poco la imagen se va alejando, mostrándome la escena completa: mis padres y un bebe en una cuna. – ¡¿Quién es?! – Exclamo la Pregunta confundida a Shegab. Sin dejar de ver la imagen. – Es tu hermanita.

– ¡¿Hermanita?!, pero no puede ser, yo soy hija única, además ella apenas es una bebe.– Dejando a un lado la imagen, para ver fijamente a los extraños ojos de Shegab. – Cuando te marchaste, tu madre estaba encinta. Tu padre, te busco sin saber que rumbo habías tomado. Pero una vez, llego a una villa, en la cual le dijeron que una mujer con tus características fue hallada muerta en el bosque, como nadie reclamaba el cuerpo lo enterraron en el pueblo. Tu padre, al principio, no lo creyó pero al no tener nunca noticias tuyas se resigno, y al regresar a casa se dio con la agradable noticia que era padre de una hermosa bebe, a la que llamaron Hope. Yo escuchaba atenta, a Shegab, mientras veía la imagen de mis padres junto a mi hermana. Con mucho pesar dije:

– Creo que es mejor así. Quiero mucho a mis padres, pero la vida que me esperaba en ese mundo no la quería, por lo menos tengo el consuelo de que no están solos – Después de un largo silencio observando la bella imagen de mi familia – Gracias. – Fue lo único que dije finalmente mientras la imagen se disipaba por completo.

Un año paso desde que llegue al mágico lugar, cada día aprendía muchas cosas nuevas. Me entere que Zangar, era rey de todos los animales del bosque, y uno de los consejeros reales del reino. Mandy, madre de Shegab, me enseñó el arte de leer las estrellas, y Shegab a parte de mostrarme innumerables lugares me enseñó tiro con arco, que era una de sus habilidades. Me enteré que Tasus había sido traído por un mago del pueblo y buen amigo de Shegab, fue por eso que encontré a Dita la primera vez que llegue al bosque, ya que ella era la asistente del mago. No sólo aprendí, y conocí muchas cosas, si no que me iba enamorando más de Shegab.

En plena fiesta de celebración de mi cumpleaños, numero veinte, Shegab me sorprendió pidiéndome que me casara con él, a lo cual acepté dichosa. Y es así como me convierto en la princesa de éste majestuoso y mágico lugar. Pero como yo no pertenecía a este mundo por ser humana, no duraría por siempre, así que Shegab me ofreció pasar nuestras vidas por siempre juntos convirtiéndome en un elfo. No sé cómo paso, tan solo recuerdo que un día, me levante, y al mirarme al espejo observe mis orejas puntiagudas.

Es así como encontré, y ahora pertenezco a este mundo lleno de fantasía, ilusión, magia y por que no amor. Tan solo les digo que nunca dejen a un lado sus sueños, traten siempre de hacerlos realidad, y recuerden que dependen de ti para que se cumplan.Y colorin colorado...