En las profundidades del mar océano habitaba un pulpo escritor. Como todos los de su especie, contaba con ocho tentáculos y con una buena dotación de tinta que le permitían escribir, al mismo tiempo, poemas, ensayos, cuentos, novelas, reseñas de libros y artículos periodísticos que trataban acerca de cualquier asunto relacionado con la vida marina, y eso estaba bien, porque los pecesitos, que antes nadaban por ahí, perdidos, sin saber nada de nada, leían los escritos del pulpo escritor y discurrían y ya no mordían el anzuelo tan fácilmente.
Los años pasaron.
El pulpo escritor comenzó a ganar premios y a ser objeto de homenajes en los siete mares del mundo, y eso estuvo bien, porque le dio por escribir como nunca, aunque también por asistir, cada vez con más frecuencia, a cocteles y fiestas en su honor...
El pulpo escritor, que ya estaba algo mareado porque se había tomado unas copitas, aceptó.
Así se inició su transformación paulatina: con el poder que le brindaron los tiburones, llegó a creer que sólo el poseía la Verdad, y a blandir la espada de la Intolerancia, y a esconder sus ideas y su imaginación detrás de una cortina de tinta tan espesa y tan oscura, que quien lo leía ya no las encontraba..., y eso estuvo mal, porque desde entonces unos pecesitos mejor se olvidaron de él y, lo que es peor, de su obra, y otros se dedicaron a ridiculizarlo y a hacerle chistes muy, muy crueles, pero también muy, muy divertidos, lo cual, viéndolo bien, estaba bien. Y Colorín colorado...
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