UN DÍA EN LA CIUDAD DE LOS LOCOS. ELKORE
Había recibido una correspondencia de Infanid, un amigo de mi niñez, quien vive hace ya varios años en la ciudad de Malsan-menseyo. Me había extendido una invitación para que vaya a pasar unos días en aquella ciudad. Infanid me comentaba que la misma se hallaba enquistada en el país de “Normaluyo”, donde la ciudad de Malsan-menseyo era famosa por ser conocida como “La ciudad de los locos”. Y como una extraña curiosidad se apoderó de mi, decidí salir de mi trabajo por unos días para conocer aquel lugar.
A la semana siguiente ya estaba con Infanid, mi amigo de la niñez. Malsan-menseyo es una ciudad como cualquiera, ni tan cerca ni tan lejos, ni tan moderna ni tan antigua, ni tan pequeña ni tan grande, ni tan de unos cuantos miles de raras y raros habitantes, y que para comunicarse emplean una lengua desconocida para mí, pero que está formada con las raíces más comunes a todos los idiomas. Un día salimos a pasear, a conocer la ciudad. Lo primero que me llamó la atención fue el tipo de vestimenta que usaban hombres y mujeres. Un festival de colores imaginables y no imaginables! Algunos desafiaban a la tibia luz diurna con sombreros tan raros que no era posible asociarlos con modas, o con oficios conocidos Las camisas, sacos y otras prendas similares tenían tal variedad de estampados que requerían una mirada más pegajosa.
Generalmente en una prenda, una manga era distinta a la otra, ya sea de colores, de figuras, de rayas, o de diseño. De igual forma, las polleras y los pantalones cortos, semi-cortos, largos, semi-largos, hacían juego, o no, con la gran variedad de aquellas tonalidades. Los que usaban calzados, en general, los tenían diferentes, es decir, un par en número pero impar en los demás atributos, y en las zapaterías era común comprar uno de cada clase. Lo mismo acontecía con los que usaban medias. Pero no todo era tan colorinche ni descabellado. De vez en cuando, algún habitante de esa ciudad, con un atuendo al que yo podría llamar “normal” me aliviaba, al compartir conmigo la rareza de mi formal vestimenta.
Después, nos sentamos en el banco de una plaza y continuamos observando a los transeúntes. Algunos pasaban cantando, o silbando, otros trotando, otros estiraban sus músculos haciendo semi-cabriolas. Para mí era un espectáculo tan ridículo que no podía evitar que mis carcajadas huyeran volando en libertad. Algunos transeúntes intercambiaban saludos, se miraban a los ojos, jugaban tomados de las manos al son de una alegre música que animaba desde una esquina de la misma plaza. Muchas veces - me comentaba mi amigo- no sabemos ni los nombres de las personas con las que nos encontramos, pero hallamos placer en los colores que trasunta el mundo interior de nuestro semejante a través de las miradas. Hallé interesante la cantidad de jugueterías que por todos lados habían proliferado. También la cantidad de plazas, una muy cerca de la otra, y cada una de estas equipadas con una gran variedad de elementos lúdicos que de sólo verlas, fantaseaba que con un lugar así podría ser muy lucrativo para explotar la industria de la diversión en mi ciudad. Pero allí estaba todo... gratuitamente, y al alcance de cualquiera.
La gente aquí es muy juguetona -me comentaba Infanid. Y me extrañaba que no era una actividad exclusiva de los niños. Más tarde, entramos a un predio público, una especie de municipio local. Y allí continuaron creciendo mis anonadaciones.
En las instalaciones, pude observar sillas, escritorios, enormes almohadones para sentarse o echarse en el suelo. Se hallaban instrumentos aptos para practicar gimnasia y, o, para jugar. A la entrada se sacaba el número para ser atendido y mientras uno esperaba, se ponía a hacer gimnasia o a jugar. Y hasta los empleados lo hacían. Recuerdo que dos empleadas anunciaron que necesitaban ser suplantadas. Cumplido el objetivo, sacaron las sogas que se usan para separar secciones y se pusieron a saltar y a reír como locas.
Era tan contagiosa su alegría que algunos/as se sumaron y hasta yo me tenté de hacerlo. Pero lo más que pude animarme a hacer fue tirarme sobre un almohadón para escuchar un poco de alegre música. Hallé raros a los medios informativos. En los periódicos, no se anunciaban a los músicos, o a los artistas, o a los deportistas con rimbombantes y amplios titulares. En los medios masivos de comunicación no hallaba esa pasión explosiva y creadora con que se describe la actuación de algunos extraordinarios hombres y mujeres que me llenan de admiración en este mi mundo civilizado occidental. En este aspecto, me parecía que algunos hechos se desenvolvían en un clima monótono y hasta aburrido. Cuando quise seguir ampliando mis críticas, Infanid me comentaba que ellos no le dan demasiada importancia a esos asuntos porque preferían ser más “actores” que ser “espectadores”. Como no vi policías por ningún lado, me animé a hipotetizar que no habría cárceles, ni institutos de rehabilitación, ni otros similares. Y continué volteando objetos y profesiones: ni candados, ni alarmas, ni cerrajeros, ni abogados, ni inspectores, ni...ni... Afortunadamente, Infanid estuvo presto a socorrerme en mis interrogantes acerca de esas “anormalidades”.
Todas estas cosas que a vos te parecen raras, se deben a que en esta ciudad, todos vivimos bajo un régimen voluntario, y que está enraizado en un solo principio fundamental, me explicó. ¿Qué principio? Ávidamente pregunté. Es el mismo que tu leíste sobre el “gran arco” de piedras que se levanta sobre lo ancho del camino que conduce a esta ciudad. Ahh, exclamé, porque recordé la frase que rápidamente había leído cuando ingresaba a la ciudad: “MIENTRAS NO PERJUDIQUES A NADIE, SÉ Y VIVE COMO QUIERAS” Como una faltante piecita de rompecabezas, esta frase me estaba ayudando a comprender el extraño cuadro que estaba vivenciando. Cómo fue que comenzó todo? Indagué curioso. _A fines del siglo pasado, una familia llamada “Konscío” adquirió una gran extensión de tierra y se instaló sobre la misma. A partir de entonces, todo el que venía a ocupar este territorio debía respetar el principio fundamental y vivir de acuerdo a él.
Así fue pasando el tiempo, la ciudad fue creciendo, todos se fueron “contagiando”, y ahora puedes ver los resultados. Pero como vos dices que esto no se le impone a nadie, ¿Qué pasa si alguien no quiere vivir de acuerdo a este principio? Pregunté.
La persona que daña al prójimo, o a la naturaleza, tarde o temprano es detectada por toda esta sociedad. Si no repara su error, va quedando aislada y no le queda otro camino que irse de la ciudad. En general, la persona que tiene que irse, regresa al poco tiempo arrepentida, concluyó en su explicación. Y así, satisfice mi curiosidad al visitar aquella extraña ciudad. Allí observé y vivencié muchas otras cosas que sería muy largo de contar. Hoy, que me encuentro de vuelta en mi hogar, me danza una paradójica sensación con respecto a mi niñez: que en vez de que el gran circo había venido a mi ciudad, era yo el que había ido a visitarlo.
En fin, pienso... no sé cuándo volveré a Malsan-menseyo, la ciudad de los locos (y de las locas, ja ja...)Ahh, pero se me acaba de despertar un deseito... Mañana, después que termine de trabajar, voy a la juguetería. Compro una bolsita con bolitas, y me voy a jugar con mis sobrinitos.
Y Colorín colorado…
Respetar a si mismos y a los demás es uno de los valores que más considero importante en la educación de los niños.
Había recibido una correspondencia de Infanid, un amigo de mi niñez, quien vive hace ya varios años en la ciudad de Malsan-menseyo. Me había extendido una invitación para que vaya a pasar unos días en aquella ciudad. Infanid me comentaba que la misma se hallaba enquistada en el país de “Normaluyo”, donde la ciudad de Malsan-menseyo era famosa por ser conocida como “La ciudad de los locos”. Y como una extraña curiosidad se apoderó de mi, decidí salir de mi trabajo por unos días para conocer aquel lugar.
A la semana siguiente ya estaba con Infanid, mi amigo de la niñez. Malsan-menseyo es una ciudad como cualquiera, ni tan cerca ni tan lejos, ni tan moderna ni tan antigua, ni tan pequeña ni tan grande, ni tan de unos cuantos miles de raras y raros habitantes, y que para comunicarse emplean una lengua desconocida para mí, pero que está formada con las raíces más comunes a todos los idiomas. Un día salimos a pasear, a conocer la ciudad. Lo primero que me llamó la atención fue el tipo de vestimenta que usaban hombres y mujeres. Un festival de colores imaginables y no imaginables! Algunos desafiaban a la tibia luz diurna con sombreros tan raros que no era posible asociarlos con modas, o con oficios conocidos Las camisas, sacos y otras prendas similares tenían tal variedad de estampados que requerían una mirada más pegajosa.
Generalmente en una prenda, una manga era distinta a la otra, ya sea de colores, de figuras, de rayas, o de diseño. De igual forma, las polleras y los pantalones cortos, semi-cortos, largos, semi-largos, hacían juego, o no, con la gran variedad de aquellas tonalidades. Los que usaban calzados, en general, los tenían diferentes, es decir, un par en número pero impar en los demás atributos, y en las zapaterías era común comprar uno de cada clase. Lo mismo acontecía con los que usaban medias. Pero no todo era tan colorinche ni descabellado. De vez en cuando, algún habitante de esa ciudad, con un atuendo al que yo podría llamar “normal” me aliviaba, al compartir conmigo la rareza de mi formal vestimenta.
Después, nos sentamos en el banco de una plaza y continuamos observando a los transeúntes. Algunos pasaban cantando, o silbando, otros trotando, otros estiraban sus músculos haciendo semi-cabriolas. Para mí era un espectáculo tan ridículo que no podía evitar que mis carcajadas huyeran volando en libertad. Algunos transeúntes intercambiaban saludos, se miraban a los ojos, jugaban tomados de las manos al son de una alegre música que animaba desde una esquina de la misma plaza. Muchas veces - me comentaba mi amigo- no sabemos ni los nombres de las personas con las que nos encontramos, pero hallamos placer en los colores que trasunta el mundo interior de nuestro semejante a través de las miradas. Hallé interesante la cantidad de jugueterías que por todos lados habían proliferado. También la cantidad de plazas, una muy cerca de la otra, y cada una de estas equipadas con una gran variedad de elementos lúdicos que de sólo verlas, fantaseaba que con un lugar así podría ser muy lucrativo para explotar la industria de la diversión en mi ciudad. Pero allí estaba todo... gratuitamente, y al alcance de cualquiera.
La gente aquí es muy juguetona -me comentaba Infanid. Y me extrañaba que no era una actividad exclusiva de los niños. Más tarde, entramos a un predio público, una especie de municipio local. Y allí continuaron creciendo mis anonadaciones.
En las instalaciones, pude observar sillas, escritorios, enormes almohadones para sentarse o echarse en el suelo. Se hallaban instrumentos aptos para practicar gimnasia y, o, para jugar. A la entrada se sacaba el número para ser atendido y mientras uno esperaba, se ponía a hacer gimnasia o a jugar. Y hasta los empleados lo hacían. Recuerdo que dos empleadas anunciaron que necesitaban ser suplantadas. Cumplido el objetivo, sacaron las sogas que se usan para separar secciones y se pusieron a saltar y a reír como locas.
Era tan contagiosa su alegría que algunos/as se sumaron y hasta yo me tenté de hacerlo. Pero lo más que pude animarme a hacer fue tirarme sobre un almohadón para escuchar un poco de alegre música. Hallé raros a los medios informativos. En los periódicos, no se anunciaban a los músicos, o a los artistas, o a los deportistas con rimbombantes y amplios titulares. En los medios masivos de comunicación no hallaba esa pasión explosiva y creadora con que se describe la actuación de algunos extraordinarios hombres y mujeres que me llenan de admiración en este mi mundo civilizado occidental. En este aspecto, me parecía que algunos hechos se desenvolvían en un clima monótono y hasta aburrido. Cuando quise seguir ampliando mis críticas, Infanid me comentaba que ellos no le dan demasiada importancia a esos asuntos porque preferían ser más “actores” que ser “espectadores”. Como no vi policías por ningún lado, me animé a hipotetizar que no habría cárceles, ni institutos de rehabilitación, ni otros similares. Y continué volteando objetos y profesiones: ni candados, ni alarmas, ni cerrajeros, ni abogados, ni inspectores, ni...ni... Afortunadamente, Infanid estuvo presto a socorrerme en mis interrogantes acerca de esas “anormalidades”.
Todas estas cosas que a vos te parecen raras, se deben a que en esta ciudad, todos vivimos bajo un régimen voluntario, y que está enraizado en un solo principio fundamental, me explicó. ¿Qué principio? Ávidamente pregunté. Es el mismo que tu leíste sobre el “gran arco” de piedras que se levanta sobre lo ancho del camino que conduce a esta ciudad. Ahh, exclamé, porque recordé la frase que rápidamente había leído cuando ingresaba a la ciudad: “MIENTRAS NO PERJUDIQUES A NADIE, SÉ Y VIVE COMO QUIERAS” Como una faltante piecita de rompecabezas, esta frase me estaba ayudando a comprender el extraño cuadro que estaba vivenciando. Cómo fue que comenzó todo? Indagué curioso. _A fines del siglo pasado, una familia llamada “Konscío” adquirió una gran extensión de tierra y se instaló sobre la misma. A partir de entonces, todo el que venía a ocupar este territorio debía respetar el principio fundamental y vivir de acuerdo a él.
Así fue pasando el tiempo, la ciudad fue creciendo, todos se fueron “contagiando”, y ahora puedes ver los resultados. Pero como vos dices que esto no se le impone a nadie, ¿Qué pasa si alguien no quiere vivir de acuerdo a este principio? Pregunté.
La persona que daña al prójimo, o a la naturaleza, tarde o temprano es detectada por toda esta sociedad. Si no repara su error, va quedando aislada y no le queda otro camino que irse de la ciudad. En general, la persona que tiene que irse, regresa al poco tiempo arrepentida, concluyó en su explicación. Y así, satisfice mi curiosidad al visitar aquella extraña ciudad. Allí observé y vivencié muchas otras cosas que sería muy largo de contar. Hoy, que me encuentro de vuelta en mi hogar, me danza una paradójica sensación con respecto a mi niñez: que en vez de que el gran circo había venido a mi ciudad, era yo el que había ido a visitarlo.
En fin, pienso... no sé cuándo volveré a Malsan-menseyo, la ciudad de los locos (y de las locas, ja ja...)Ahh, pero se me acaba de despertar un deseito... Mañana, después que termine de trabajar, voy a la juguetería. Compro una bolsita con bolitas, y me voy a jugar con mis sobrinitos.
Y Colorín colorado…
Respetar a si mismos y a los demás es uno de los valores que más considero importante en la educación de los niños.
MR. MAGORIUM'S Y SU TIENDA MÁGICA, una película que todos deberíamos ver!!!!
ResponderEliminarBUENAS TARDES TITA LA TRATARE DE VER, ESCRIBES GENIAL, QUE TENGAS UNA BUENA SEMANA, ABRAZOSSSS DE TU AMIGO CHRISTIANNNNN
ResponderEliminarhola Tita que bonito cuento
ResponderEliminarbesitosss
Como siempre Tita, sorprendente y educativo tu escrito trataré de ver la peli.... cuando pueda!
ResponderEliminarBuena Semana!