lunes, 1 de marzo de 2010

CUENTO MONO


EL MICO VIOLINISTA. Colección “Chispirín” publicado hacia 1958.

Un día cualquiera pasó un hombre por la calle vendiendo micos. El hombre llevaba a los pobres animales dentro de una jaula y a cada paso gritaba: - ¡Vendo Micos! ¡Micos inteligentes! ¡Micos que saben bailar en una cuerda! ¡Micos que saben sumar, multiplicar y dividir! ¡Micos a peso! ¡Dos por uno cincuenta! Tan grande era el entusiasmo que reinaba en la calle, que un señor que tenía fama de serio, en un arranque de entusiasmo, se quitó el sombrero y comenzó a saludar a los micos, como si se tratara de personajes importantes, a tiempo que les decía: - Buenos días, micos. ¡Que sean felices en esta ciudad! ¡Que consigan novias todos, que se casen y se queden a vivir entre nosotros.

Otro señor, más serio que el anterior, pero también arrebatado por el entusiasmo, se colgó de la rama de un árbol y comenzó a mecerse por encima de la concurrencia y a gritar que él también era un mico y que en su corazón había una muñeca dormida. Pero a todas estas, los animales que viajaban sufrían mucho. Los pobres micos, asustados con los gritos de la gente y encerrados como estaban, no se sentían muy felices y se miraba con desconsuelo y desesperación. Hubo un momento en que todos sacaron la cola por entre los alambres de la jaula y empezaron a moverla de un lado para otro, como para pedir a los presentes un poco de piedad. Sin embargo, nadie se daba cuenta de la desgracia de los animalitos. La gente ocupada en curiosear y hacer comentarios de toda clase, olvidaba la ternura, el amor, la compasión y todas aquellas cosas que ennoblecen la vida. Bueno: pero al fin un hombre viejo y barbado que pedía limosna en una esquina, se sintió conmovido. El mendigo, al ver que el sol caía sobre los micos y que estos sudaban y se quejaban del calor entre la jaula, resolvió comprar uno de aquellos animalitos, con las monedas recogidas en la mañana. El buen hombre, de haber tenido dinero suficiente, los hubiera comprado todos, par ponerlos en libertad, pero como no era más que un limosnero, a duras penas podía adquirir un miquito. De todos modos, la suya era una buena acción y así lo pensó él unos segundos, antes de exclamar, con una voz triste y ronca: - Oiga, señor. Yo le compro un mico… - Escoja el que más le guste –respondió entonces el dueño de los animalitos. - Me quedo con éste –replicó el mendigo- Me quedo con éste que tiene la colita pelada. Sáquelo de la jaula que me lo voy a llevar ahora mismo para mi ranchito. - Aquí lo tiene –dijo el vendedor- y le entregó el miquito al hombre viejo y barbado. Este último sacó todas las monedas que tenía en los bolsos rotos, las cuales sumaban justamente un peso y después de pagar con ellas, se alejó de aquel lugar, apoyado en un bastón y con el miquito sobre sus hombros.

Cuando comenzaba a anochecer llegó el mendigo a su ranchito. Lo primero que hizo fue contarle a su mujer la historia del animalito. La mujer que también era muy buena, al escuchar las palabras de su marido se puso a llorar y corrió a traerle al miquito un pedazo de panela, que era lo único que había en la casa y un vaso de agua limpia. Después el viejo y la vieja acostaron al recién llegado sobre unos costales y cariñosamente lo arroparon con todos los trapitos que encontraron a la mano. Más tarde los dueños de casa también se acostaron y entre las cobijas resolvieron bautizar al mico con el nombre de Paco. Después cayó toda la noche sobre el ranchito y se hizo más grande el resplandor de las estrellas. Por la mañana, el miquito se levantó feliz. De un solo brinco se encaramó al tejado y allí se puso a recibir los primeros rayos del sol y a mirar la blancura de las palomas. También se puso a pensar en lo buenos que habían sido con él los dueños del ranchito. Estando en estas, oyó que alguien lo llamaba desde un árbol vecino. Prestó atención entonces y pudo convencerse de que era un pajarito el que le hablaba. - Debes bajar del tejado –dijo el pajarito-, y correr a saludar al hombre viejo y barbado. Él te espera y te necesita. El pobre amaneció ciego y sin un solo centavo para comprar el desayuno. Las pocas monedas que tenía las cambió por tu libertad. Ahora te corresponde a ti, miquito, ser bueno y generoso.

Con las últimas palabras, el pajarito levantó el vuelo y el mico descendió del tejado. Cuando miró al ranchito nuevamente, encontró llorando a la mujer del limosnero y a éste sentado en el borde de la cama y con los ojos cerrados. Ciertamente, el hombre había amanecido ciego. - ¿Eres tú, miquito? preguntó el limosnero. - Sí, soy yo – respondió el miquito-, y vengo a decirte que te quiero mucho, lo mismo que a tu mujer. Tú te manejaste muy bien conmigo y ahora soy yo el que voy a tratar de hacer lo mismo. Sé que amaneciste ciego y que no puedes salir a pedir limosna. No debes preocuparte. Ahora mismo voy a traer comida para todos. - Gracias, Paco – exclamó el limosnero- De ahora en adelante te llamaré Paco, hijo mío. Paco salió, pues, del ranchito con el ánimo de hacer algo, con el ánimo de ganar unas monedas para comprar pan. Al principio pensó en ir a la ciudad y buscar trabajo en un circo, pero, de pronto, tuvo una idea luminosa. Recordó que él sabía silbar como un violín, y que su imitación era tan perfecta, que la gente se entusiasmaba con ella. NI corto ni perezoso, Paco tomó el camino de la ciudad, con la cola levantada, con la cola llena de optimismo y de valor.

Como era domingo, el mico buscó el atrio de la iglesia más grande de la ciudad, y allí empezó a silbar como un violín, precisamente, cuando la gente comenzaba a salir de misa de doce. En pocos minutos centenares de personas se agruparon en torno del mico. Este, estimulado por la presencia de tantos oyentes, silbó las canciones más hermosas y más conmovedoras del país. Después el Paco este, para rematar graciosamente su función, cogió una escoba que estaba recostada a una de las paredes de la iglesia, y como si la escoba fuera una muchacha, se puso a bailar con ella por todo el atrio. Por toda parte se escuchaban aplausos y risas. Hasta los santos salieron de los altares a derramar bendiciones sobre el mico. Después Paco extendió un sombrero viejo en todas las direcciones, y empezaron a lloverle monedas de oro. Cuando el mico violinista –que así empezaron a llamarlo aquel día- guardó el dinero en un pañuelo, se despidió de todos sus amigos con una sonrisa agradecida, y corrió a comprar pan para el ciego y su mujer, quienes seguramente lo estaban esperando, con hambre y tristeza.

Tan grande fue el pan que llevó Paco al ranchito aquella noche, que en tal pan se atrancó en la puerta, y fue necesario partirlo en dos mitades con el filo de un machete. El ciego casi veía de lo puro contento que estaba. La mujer, llena de asombro, se llevaba las manos a la cabeza, y le daba gracias a Dios. Finalmente Paco, el mico violinista, puso en las manos del limosnero una bolsa llena de monedas de oro, y le dijo: - Aquí tienes, viejo querido, para que vivas tranquilo el resto de tus días. Mereces la tranquilidad, porque eres un hombre bueno y generoso. Yo me voy mañana a recorrer el mundo, a llevar mi música de violín por todas las ciudades y los pueblos. - ¿Pero vuelves? –preguntó el ciego. - Volveré todos los meses con un pan grande y con un beso inmenso. Y todos los meses volvió el mico violinista, con amor y comida para el viejo limosnero. Todo lo anterior ocurrió hace muchos años. Actualmente el mico está en el cielo, y tiene dos alas blancas y un violín fabricado por las manos de Dios. Y Colorín colorado…

Los monos pueden realizar sumas mentales con resultados similares a los de estudiantes universitarios, reveló un estudio estadounidense divulgado por la revista “Plos Biology”.

3 comentarios:

  1. A veces los animales tienen actitudes mas humanas que los humanos!!

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  2. Totalmente de acuerdo Tita, y la vigencia que tiene es de 1958, increible!!!

    Abrazos Reina del Mar!!!

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  3. siempre es un gusto visitar este rinconcito tita,gracias por regalarnos siempre estos preciosos cuentos con sus enseñanzas,gracias amiga.
    te dejo un fuerte abrazo.

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