LAS CIGÜEÑAS Y EL MOLINERO. Cuentos de la Abuela
Había una vez, una pareja de cigüeñas que, un día, comenzaron hacer su nido encima del muro del molino. Viaje tras viaje fueron trayendo unos palos, unas hojas y el barro de la charca, hasta que formaron un nido grande y fuerte.
El molinero estaba muy satisfecho. De todos los alrededores habían elegido su molino. Cada día, pasaba junto al muro y se quedaba mirando fijamente. Admiraba el esfuerzo de aquella pareja de cigüeñas fabricando su nido y la habilidad con la que iban colocando los materiales.
Una de las tardes que se acercó para ver aquella gran obra, se dio cuenta que algo se movía dentro del nido. Eran sus crías, envueltas en un plumón blanco. Miró a su alrededor y vio que una de las parejas se acercaba volando. A distancia pudo observar, el picoteo de la madre y el bullicio que las crías hacían con la comida. Poco a poco las crías fueron creciendo y comenzaron a revolotear sobre el nido. Pronto darían su primer vuelo y, con él, dejarían el nido para formar, como sus padres, una nueva pareja.
El molinero sabía, muy bien que emigrarían a tierras más cálidas. Pero ahora era muy feliz con su compañía y disfrutaba mucho con su presencia. Desde su ventana, se entretenía observando el rojo de sus patas, el revoloteo de sus alas y el traqueteo de su pico. Por las mañanas, cuando salía a trabajar, procuraba saludarlas, agitando su gorra, como si ellas pudieran entenderle.
Un día, cuando se levantó, el nido estaba vacío, han emigrado a tierras más cálidas, pensó, pero un día volverán y arreglarán de nuevo su nido, incubarán sus huevos, tendrán crías y para comer, volarán hasta posarse junto al río. Y yo podré saludarlas.
Cada mañana desde la ventana de su casa miraba el muro vacío. Pero pensaba en sus amigas que, lejos, eran felices y que pronto volverían al molino donde habían dejado su nido grande y fuerte. Los días iban pasando. El molinero había mirado el calendario y, el día de San Blas estaba muy cerca. “San Blas, la cigüeña verás...”, recitaba el molinero mientras pensaba que pronto volverían sus amigas.
Como todos los años, procuraba que el nido estuviera casi preparado. Quitaba los palos viejos, reparaba lo que la lluvia y la nieve habían destrozado y metía puñados de paja dentro del nido. Los huevos, pensaba el molinero, necesitan mullida y las crías, ¡tienen la piel tan fina!...
La alegría del molinero era muy grande cuando los primeros días de Febrero volvía a ver a sus amigas. Las dos cigüeñas repetían y repetían cada año. Preparaban su nido. Cazaban los peces y las ranas que les servía de comida para sus crías y, cuando llegaba la época, se unían al grupo de compañeras y emigraban a tierras más cálidas.
Uno de los años en los que esperaba, como siempre, la vuelta de sus amigas, una gran tormenta arrasó la cerca de su molino y el agua derrumbó el muro. Vio cómo el agua arrastraba el nido. Quiso cogerlo, pero no pudo. La corriente era muy grande. A distancia fue viendo como se deshacía entre las aguas.
Esa noche, no podía dormir. Pensaba en sus amigas. El trabajo y el esfuerzo de tantos años había desaparecido. Era la época de su llegada y no iban a encontrar nada. Pero, ¿dónde podré yo construir su nuevo nido?, se preguntaba. Pensó en una encina que había junto a su casa. También podría hacerlo en el trozo de muro que se había salvado de la corriente. Pero, no, será mejor hacerlo encima del chaparral. Y, pensando en el chaparral se quedó dormido.
A la mañana siguiente, se levantó deprisa. Había que comenzar a fabricar otro nido, antes que volvieran las cigüeñas. Pero al salir de su casa se llevó una gran sorpresa. Sus amigas de todos los años ya habían llegado y habían sido más madrugadoras que él. Cuando las vio, se restregó los ojos pensando que era un sueño. Pero no, eran sus dos amigas que habían comenzado hacer su nuevo nido en el tejado de la casa.
Lleno de alegría, el molinero, comenzó a agitar su gorra, mientras las cigüeñas revoloteaban sobre el tejado. Querían devolverle el saludo, darle las gracias y decirle, que construirían otro nido y seguirían siendo sus amigas.
El molinero estaba muy satisfecho. De todos los alrededores habían elegido su molino. Cada día, pasaba junto al muro y se quedaba mirando fijamente. Admiraba el esfuerzo de aquella pareja de cigüeñas fabricando su nido y la habilidad con la que iban colocando los materiales.
Una de las tardes que se acercó para ver aquella gran obra, se dio cuenta que algo se movía dentro del nido. Eran sus crías, envueltas en un plumón blanco. Miró a su alrededor y vio que una de las parejas se acercaba volando. A distancia pudo observar, el picoteo de la madre y el bullicio que las crías hacían con la comida. Poco a poco las crías fueron creciendo y comenzaron a revolotear sobre el nido. Pronto darían su primer vuelo y, con él, dejarían el nido para formar, como sus padres, una nueva pareja.
El molinero sabía, muy bien que emigrarían a tierras más cálidas. Pero ahora era muy feliz con su compañía y disfrutaba mucho con su presencia. Desde su ventana, se entretenía observando el rojo de sus patas, el revoloteo de sus alas y el traqueteo de su pico. Por las mañanas, cuando salía a trabajar, procuraba saludarlas, agitando su gorra, como si ellas pudieran entenderle.
Un día, cuando se levantó, el nido estaba vacío, han emigrado a tierras más cálidas, pensó, pero un día volverán y arreglarán de nuevo su nido, incubarán sus huevos, tendrán crías y para comer, volarán hasta posarse junto al río. Y yo podré saludarlas.
Cada mañana desde la ventana de su casa miraba el muro vacío. Pero pensaba en sus amigas que, lejos, eran felices y que pronto volverían al molino donde habían dejado su nido grande y fuerte. Los días iban pasando. El molinero había mirado el calendario y, el día de San Blas estaba muy cerca. “San Blas, la cigüeña verás...”, recitaba el molinero mientras pensaba que pronto volverían sus amigas.
Como todos los años, procuraba que el nido estuviera casi preparado. Quitaba los palos viejos, reparaba lo que la lluvia y la nieve habían destrozado y metía puñados de paja dentro del nido. Los huevos, pensaba el molinero, necesitan mullida y las crías, ¡tienen la piel tan fina!...
La alegría del molinero era muy grande cuando los primeros días de Febrero volvía a ver a sus amigas. Las dos cigüeñas repetían y repetían cada año. Preparaban su nido. Cazaban los peces y las ranas que les servía de comida para sus crías y, cuando llegaba la época, se unían al grupo de compañeras y emigraban a tierras más cálidas.
Uno de los años en los que esperaba, como siempre, la vuelta de sus amigas, una gran tormenta arrasó la cerca de su molino y el agua derrumbó el muro. Vio cómo el agua arrastraba el nido. Quiso cogerlo, pero no pudo. La corriente era muy grande. A distancia fue viendo como se deshacía entre las aguas.
Esa noche, no podía dormir. Pensaba en sus amigas. El trabajo y el esfuerzo de tantos años había desaparecido. Era la época de su llegada y no iban a encontrar nada. Pero, ¿dónde podré yo construir su nuevo nido?, se preguntaba. Pensó en una encina que había junto a su casa. También podría hacerlo en el trozo de muro que se había salvado de la corriente. Pero, no, será mejor hacerlo encima del chaparral. Y, pensando en el chaparral se quedó dormido.
A la mañana siguiente, se levantó deprisa. Había que comenzar a fabricar otro nido, antes que volvieran las cigüeñas. Pero al salir de su casa se llevó una gran sorpresa. Sus amigas de todos los años ya habían llegado y habían sido más madrugadoras que él. Cuando las vio, se restregó los ojos pensando que era un sueño. Pero no, eran sus dos amigas que habían comenzado hacer su nuevo nido en el tejado de la casa.
Lleno de alegría, el molinero, comenzó a agitar su gorra, mientras las cigüeñas revoloteaban sobre el tejado. Querían devolverle el saludo, darle las gracias y decirle, que construirían otro nido y seguirían siendo sus amigas.
Colorín colorado…
Hoy en día, la población de cigüeñas alcanza las 340 parejas nidificantes (datos del censo de 1994). Su evolución va ligada a la disponibilidad de recursos alimenticios en los periodos de cría
Cuando publico este tipo de cuentos y videos, siento muchas sonrisas de chicos y adultos! Suspiro porque pienso que aun los sueños, las ilusiones y las fantasías pueden guiar e iluminar nuestros días, como el sol por la mañana o como la luna y las estrellas al anochecer.
ResponderEliminarY si... me has arrancado varias sonrisas, éste cuento solidario es como todos tus cuentos para aprender y soñar!!!!
ResponderEliminarAbrazos Reina del Mar!!!
Hola!!
ResponderEliminarQue lindito cuento me gusto mucho siempre nos cuentas cuentos super bonitos y muy graciosos o muy impresionantes..Gracias jeje..
Un besito muakk!!
como siempre un gusto leer tus cuentos amiga,hace poco viniendo desde madrid pude observar a lo largo de la carretera en unos campos arriba de los postes de luz los nidos de las cigueñas,preciosos se veian y adornaban el paisaje campestre.aqui en muchos pueblos de españa esta lleno de nidos de cigueñas,sobre todo en los campanarios de las iglesias.
ResponderEliminarun abrazo fuerte amiga y feliz fin de semana!!!!!!!!